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‘Sendas perdidas’, la nueva publicación de Ramón J. Soria para descubrir la España que no muestra el GPS

'Sendas perdidas', la nueva publicación de Ramón J. Soria para descubrir la España que no muestra el GPS
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En un mundo dominado por la tecnología y los viajes programados por GPS, perderse parece haberse convertido en un arte olvidado. Pero para los amantes de la aventura auténtica y los caminos poco transitados, la editorial Anaya Touring publica ‘Sendas perdidas. Rutas y caminos poco transitados para perderse por la España olvidada’, una nueva guía firmada por el antropólogo y escritor Ramón J. Soria.

Lejos de las rutas turísticas tradicionales y los destinos marcados en mapas digitales, el autor propone un viaje introspectivo por la conocida como ‘España vacía’, explorando sendas que se resisten a los focos del turismo de masas. A través de rutas tan peculiares como la del contrabando en la frontera con Portugal, la de las especias y la garbancera, la ruta de los espejuelos, desiertos, playas extinguidas o siguiendo el vuelo de los agateadores, el autor invita a los lectores a dejar a un lado los selfies y redescubrir el placer de viajar despacio y sin rumbo fijo.

El libro, más que una guía al uso, es una invitación a la exploración personal. No ofrece itinerarios detallados ni tiempos estimados de recorrido; en cambio, busca despertar la curiosidad y el espíritu aventurero del viajero, a quien anima a descubrir y perderse por caminos apartados que aún guardan secretos.

Ramón J. Soria Breña, nacido en Jarandilla de la Vera en 1965, es antropólogo, escritor y consultor en investigación social y de mercados. Defensor entusiasta de los ríos salvajes y viajero incansable, lleva más de 30 años dedicados a analizar los cambios en los hábitos alimenticios de Europa y las transformaciones de la ‘España vacía’, ha publicado ensayos, novelas, relatos y recetarios.


Con motivo de esta publicación hemos hablado con él.

¿Cómo seleccionó las rutas incluidas en esta publicación?
Seleccioné aquellas que seguían emocionándome al recordarlas. En las que durante el camino hubo misterio y sorpresa, las que tuvieron cierta dificultad y luego, sin embargo, fueron leves y placenteras. Un camino, un viaje hacia algún lugar, da igual que esté muy lejos o muy cerca, debe enseñarnos algo del mundo y también de nosotros. Un viaje no te mueve, sino que te remueve. Nadie sale indemne de un viaje salvo que hagas un tour turístico en el que todo esté planificado y contratado de antemano; pero entonces no viajas, sino que consumes un desplazamiento.

Haber seguido los pasos de Octavia y conocer su miedo de contrabandista, los de un héroe como Francisco Ponzán, los del naturalista que dibujó un agateador en el ártico, buscar oro en el río Navelgas o bajar a ver una mina de espejuelos de la época romana, caminar por la bellísima comarca de la Cabrera gracias a un viejo libro del periodista Ramón Carnicer, redescubrir los bodegones del Museo del Prado de Luis Egidio Meléndez o los racimos de un pintor misterioso con el sobrenombre de ‘El Labrador’, bajar varias veces el río Tajo con las palabras de José Luis Sampedro en la mochila.

Así como asombrarme hasta hace nada de que no conociéramos el ciclo de vida de las Nemópteras Bipennis, bucear con el mero que se tragó a Jonás, releer al Julio Verne de ‘Viaje al centro de la tierra’ gracias a las Lagunas Reales de Valladolid o las Tablas de Daimiel, seguir las rutas comerciales de los arrieros del siglo XIX y descubrir de paso los paisajes de ‘Doctor Zhivago’, admirar la belleza arrasada de cinco desiertos recorriendo alguno en bicicleta o los lugares en donde cultivamos nuestras particulares especias o fabricamos navajas y loza o soñamos con las riquezas de América… todos esos caminos fueron muy emocionantes y estaban aquí al lado, no en lugares remotos y exóticos a miles de kilómetros.

Así que esta fue mi forma de selección, elegí los que me hicieron distinto, las rutas que me cambiaron y hasta creo que me hicieron un poco mejor.

¿Qué criterios utilizó para determinar qué rutas eran adecuadas para ser incluidas en la guía?
Además de esa carga emocional, también que fueran poco conocidos y que tuvieran un valor memorialístico, histórico, gastronómico, botánico, zoológico, pictórico, etnográfico, literario ¡y no turístico!… sobre todo literario, ya que estos caminos, estas rutas, no se muestran en un mapa sino que se cuentan, se relatan, se narran. Todos los lugares están ya descubiertos pero no todos han sido ‘contados. Por eso los croquis son premeditadamente naif, los mapas no nos van a servir para no perdernos o para orientarnos, los dibujos y las fotografías embellecen el texto, pero no muestran con exactitud el lugar; al contrario, casi tengo una voluntad de perder al viajero. Todo lo interesante de un viaje ocurre cuando nos perdemos, cuando no llegamos a donde habíamos planificado, cuando nos pasan cosas o encuentros que nunca imaginamos que nos pasarían.

¿Podría describir el proceso de investigación y exploración que siguió para documentar estas rutas?
Primero tengo noticia del lugar por alguien que me cuenta, generalmente un amigo, o por haber leído algo en un libro o un periódico antiguo. La hemeroteca de la Biblioteca Nacional es una maravilla y está digitalizada. Entonces investigo, pregunto, busco y encuentro algo que de verdad me intriga y me interesa. En segundo lugar explico o convenzo a alguien para que me acompañe, le seduzco, le intrigo, le engaño si es necesario. Viajar solo está muy bien, pero está mucho mejor si vamos en compañía de un amigo o una amiga que le interese el tema, el lugar, que no tenga prisa, que le guste viajar así, sin plan, sin rumbo, sin destino. En ese paseo o ese viaje siempre llevo un cuaderno de notas, de papel y desde esas notas luego escribiré la ruta.

¿Qué espera lograr al haber escrito esta guía?
Que los lectores interesados en los viajes descubran, encuentren y su monten sus propias rutas de exploración por el país y, sobre todo, que luego las cuenten o las escriban, no para llenarlas o masificarlas sino todo lo contrario, para que cada cual haga las suyas y no sigan las que están tan trilladas y son transitadas por tanta gente que han perdido gran parte de su magia y de su interés. Que el lector se aleje del paquete turístico ‘todo incluido’ y se convierta en “guía de su destino y capitán de su alma” como decía el poeta William Ernest Henley.

¿Cómo cree que se van a beneficiar los viajeros al sumergirse en la guía?
Si el texto de la ruta le incita y excita, le pica la curiosidad por visitar algunos de los lugares que se nombran en cada senda perdida, van a ir y van a descubrir lo que yo he visto: lugares llenos de belleza, que nos asombran, que nos obligan luego a estudiar o buscar más información del quiénes, cuándo y por qué.

¿Qué impacto le augura a la guía en cuanto a la promoción del turismo rural y la conservación del patrimonio natural y cultural?
El impacto de que no tenga impacto, que el lector o la lectora cambie su código, que no busque lo previsible, lo esperado, lo ‘turístico’ y que no visite o vaya a donde va todo el mundo. También que sienta que debe, él o ella misma, producir un impacto minimísimo; por eso lo de ir caminando o en bicicleta, no dejar rastro y no desear que haya rastros o carteles o grandes tablones con croquis y mapas, que la geografía y el territorio se nos muestra tal cual está ahora sin todos esos signos, símbolos y cosas postizas que señalan, indican u orientan.

¿Qué le inspiró a incluir la ruta del contrabando entre España y Portugal en su libro?
Octavia, la contrabandista, que era la abuela de un amigo mío; cuando me contó cómo sobrevivió y mantuvo a sus hijos en la durísima postguerra, las peripecias, desventuras y sufrimientos que pasó, me conmovió profundamente, porque además ese viaje, ese desplazamiento, era largo y difícil, lo que podía contrabandear era bien poco y el riesgo era mucho. Hacer algunas de esas sendas fue una especie de homenaje íntimo a una mujer humilde, valiente y excepcional.

¿Y qué hace que la ruta de las cerezas en el Valle del Jerte sea especial para usted?
La pura glotonería. Tanto en ese valle como en otros en los que se cultivan o hay cerezos, a veces abandonados como en el valle del río Mesa. Los cerezos en flor son bellísimos, pero los cerezos llenos de frutas rojas, en sazón, nos muestran esa belleza multiplicada por mil. Además, podemos parar y comprar en esos pueblos; recomiendo, por ejemplo, Garganta la Olla, una caja de dos o tres kilos de cerezas maduras, a veces de variedades que no se comercializan porque son frágiles; entonces buscamos una sombra junto a un arroyo, hacemos merienda, refrescamos las frutillas en el agua y nos comemos la caja allí mismo.

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