El 23 de abril de 1905 se lidiaron en Murcia seis miuras que debieron matar, mano a mano, ‘Machaquito’ y ‘Lagartijillo Chico’. Tuvo su historia.
Los toros, en sus correspondientes corraletas, desde el día anterior a la corrida, se avisaron en demasía por las constantes llamadas de las gentes desde las galerías altas que dan acceso a los corrales. Susto daba ver cómo se arrancaban a los gazapos que cruzaban indiferentes, de un lado a otro de las corraletas, seguramente por estar acostumbrados. El enchiqueramiento comenzó a las 10 de la noche y al día siguiente un burel aún permanecía sin entrar en los toriles. Al no haber mansos tuvieron que emplearse sogas y mil argucias para conseguir que el ‘miura’ entrara donde debía. Cuando al fin lo hizo ya sabía latín.
Durante la corrida los dos espadas tuvieron que entrar en la enfermería. ‘Machaquito’ lo hizo al ser herido al matar a este ejemplar que se soltó en primer lugar. Salió el segundo e hirió a ‘Lagartijillo Chico’, también al entrar a matar, esta vez al segundo intento. El toro no acusó la media que le recetó y se emplazó esperando que algún coletudo acabara con él. Al no estar prevista la actuación de ningún sobresaliente debería haberse dado por acabada la función, pero al parecer, el presidente no lo estimó oportuno.
A partir de aquí se abandonaron los esquemas tradicionales del espectáculo taurino y la corrida comenzó a convertirse, bajo algunos aspectos, en noticia de sucesos. El público se percató de la presencia del matador de toros Bartolomé Jiménez ‘Murcia’, y le pidió que se prestara a acabar con la corrida. Por su parte, los varilargueros Molina y Pino fueron autorizados por el palco para que quitasen los topes a las puyas y de esta guisa alancear a “puyazo limpio” al ‘miura’ que todavía estaba en el ruedo. Tomó el bicho aún cuatro puyazos y a la salida del último, por sorpresa, ‘Murcia’ le propinó, entrando a la media vuelta, una estocada de la que ya no se levantó.
Y aquí, en este punto, empezó otra corrida diferente. Las cuadrillas hicieron posible que ‘Murcia’ pudiese entrar a matar, desde lejos, a la media vuelta, de cualquier manera, excepto en el tercero, que lo hizo como ordenan los cánones y fue recompensado con la oreja del astado. Como había que terminar el festejo como fuera, ‘Pataterillo’, que actuaba como subalterno de ‘Machaquito’, asumió el papel de matador de toros, viéndose en algún momento de la lidia del quinto, tanto a ‘Murcia’ como a él, estoque en ristre.
Pero aún hubo más sucesos en esta corrida de principio de temporada. La cuadrilla de ‘Machaquito’, en el cuarto toro, cuando timbales y clarines rompían el silencio, ordenando el cambio del primer tercio, abandonó la plaza con el pretexto de tener que viajar en el tren a Madrid. La policía los detuvo a la salida del coso y, por la fuerza, volvieron al callejón, en medio de un escándalo de los que hacen época. Los peones de ‘Lagartijillo Chico’, sin sus compañeros y con lo que se preveía que podía ocurrir con ‘Murcia’, se habían retirado cautelarmente al callejón, postura que abandonaron cuando fueron conscientes de la presencia de la cuadrilla de ‘Machaquito’.
Al decir de la crítica de la época el verdadero héroe de esta corrida singular fue ‘Pataterillo’. A pesar de la desordenada y caótica lidia que se dio a las reses de Miura, estas merecieron, unánimemente, el calificativo de bravas.
