Después de la llegada a las librerías del tomo 11 de ‘El Cossío’, hacia 1990, mantuve una conversación con Ricardo López de Uralde, editor de Espasa-Calpe e impulsor de los ocho últimos de la colección. En ella recibí el encargo formal, aunque aún sin firma de contrato alguno, de redactar el cuerpo tradicional de la obra para el siguiente vástago de la colección.
Desde aquel momento empecé a ordenar mi archivo y a ir aumentándolo ya con el objetivo de que sirviera de punto de partida para la redacción. Además, todas las cartas, relacionadas con la tauromaquia, que se recibían en la editorial las desviaban a mi estudio. Algunas también con el objetivo de que las contestara.
De esa etapa y de la época de la redacción, larga y complicada pues tuve que compaginarla con mi actividad fundamental, que era la ingeniería, recuerdo muchas anécdotas. Algún día, junto a la historia de la colección, puede que vean la luz en un pequeño libro. Las hay entrañables, muchas, de picaresca entre los profesionales, bastantes, divertidas y algunas conmovedoras por la grandeza de algunos toreros.
La que traigo a esta página, sin embargo, es posterior a la salida del tomo 12. Está relacionada con una carta de un señor que alababa hasta el empalago la obra completa, que decía que la tenía en una repisa especial, que la hacía reverencias al pasar y, también, que se había leído todos los tomos. En ella, además, planteaba, formalmente, una reclamación a la editorial. Su argumentación se basaba en haber celebrado una cena con un grupo de amigos y que, durante la misma, había salido el tema de la edad de Curro Romero. Unos decían una y el mantenía otra, basada esta en lo que se puede leer en el tomo 4 de la colección. La apuesta fue fuerte. Tan seguro estaba que puso en juego el importe de la cena del nutrido grupo y no debía ser un restorán barato. Pero la realidad se impuso. En el tomo citado figura 1935 como año de nacimiento y sus compañeros le demostraron que no era ese. En consecuencia, el remitente solicitaba de la editorial que le reintegrara el importe de la cena de todos, pues por culpa del contenido del citado volumen había perdido la apuesta. Ricardo López de Uralde, como ya he mencionado, me pidió que le contestara y que le dijera que la editorial nunca le abonaría cantidad alguna y que tratara de justificarlo con argumentos relacionados con la falsedad interesada, o no, de algunas fechas de nacimiento.
La contestación fue más fácil de lo que pensábamos el editor y yo. Le comuniqué al reclamante que estaba de acuerdo con todos los piropos que había dedicado a la obra pero que no era verdad que se hubiera leído todos los volúmenes. Si así hubiese sido, recordaría que en la página 999 del tomo 12, al final de la columna de la izquierda de la biografía de Curro Romero, decía: “… y última corrida del año 1993. El día 1 de diciembre cumple sesenta años. Algunos días antes, el Programa Clarín, de Radio Nacional de España, con este motivo, le dedica parte del mismo. Tuve la fortuna de participar en él y desearle felicidades a este mito, a esta leyenda viva del toreo”. Es obvio que no recibimos contestación alguna de este señor.
