Lo prometido, amigos; como ya habréis averiguado después de dos títulos iguales, estamos hablando de uno de los artilugios que han servido a lo largo de la historia perfumística como herramienta, utensilio, adorno, incluso amuleto frente a males físicos inexplicables aún por la ciencia. Unos recipientes, normalmente de forma esférica o similar, eso sí, con agujeritos labrados precisamente para que se pudieran guardar en su interior materias aromáticas que desprendieran sus virtudes hacia el exterior.
Tal importancia llegaron a tener que podemos verlas en numerosos retratos de la nobleza de la época renacentista (básicamente porque eran los únicos que se hacían retratos). De lo supersticioso o práctico a lo lujoso, se puede observar cómo se convirtieron en obras de joyería, normalmente enlazados a una cadena que podía colgar de la cintura, del cuello o simplemente de la mano de la persona, que ahuyentaba así malos efluvios y ayudaba a generar además buen ambiente en la habitación.
No siempre hemos tenido estos modernos atomizadores con los que nos aplicamos hoy en día nuestra fragancia de Rodrigo Flores-Roux o nuestra Álvarez Gómez favorita. Estas ‘pomme d’ambre’ han sido una de las formas por las que ha pasado la aplicación del aroma; y no solo eso, sino que se pueden seguir encontrando en la joyería actual, con lo que puede ser un original regalo para estas fiestas tan dadas a eso. Podéis añadirle desde ciertas partes de frutos hasta resinas aromáticas, especias… lo que os dé la gana para encontrar vuestra propia sensación o identidad aromática.
No sé hasta dónde llegan los tentáculos de esto que ahora se conoce como aromaterapia, me pierdo un poco en las vueltas que intenta dar el marketing a veces, pero lo que sí está comprobado por la Universidad de Palo Alto y firmado en una servilleta de bar es que la percepción aromática tiene el poder de cambiar el estado de ánimo; de generar un ambiente agradable en una habitación de casa o en una reunión de negocios; y, sobre todo, tiene el poder de generar recuerdos.
Me llamaréis pesado pero lo seguiré repitiendo una y otra vez: la conexión del olfato con nuestro sistema límbico está muy infravalorada en el mundo moderno, y una de sus mayores virtudes es permitirnos memorizar y generar recuerdos, que al final es lo que crea el hilo de nuestra vida. La percepción del mundo que nos rodea no es solo cómo lo vemos, sino también cómo lo recordamos. Todavía no lo puedes percibir por la pantalla del móvil, no lo puedes tener reproducido por un altavoz en cualquier parte, si lo quieres explicar casi hay que recurrir a la poesía… así de difícil, de potente, de importante y de olvidado es hoy el olor.
Siguiendo con el nexo que nos trae aquí todos los meses, ¿Acaso no es esto mismo lo que ocurre cuando un enólogo, una bodega, crea un vino y nos cuenta que está “recogiendo el paisaje de la zona”? ¿O cuando decimos que la gastronomía representa la cultura de una tierra? No es ningún cuento, es una serie de aromas y sabores asociados a lo que genera la naturaleza, a lo que huele ese pueblo, lo cual no es fácil de explicar.
Me apetecía que habláramos de cosas así de místicas para estas fechas tan místicas, y terminar el año suave y deseándoos que hayáis logrado culminar con éxito (entendiendo por ‘éxito’ lo que cada uno quiera) un año más y empezar con ganas el siguiente. ¡Salud! Por un próspero 2026 juntos.
