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Abrazos de plástico. Maribel Núñez Arcos

Abrazos de plástico. Maribel Núñez Arcos
Foto: CNN.com
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Dice Pepe Mújica que “el poder no cambia a las personas, solo revela quiénes verdaderamente son”.

Me pregunto qué más va a pedirnos el Gobierno a los ciudadanos que hagamos, porque, ya puestos, lo que nos echen.

Hemos demostrado ser capaces de obedecer sumisamente y adaptarnos a lo que han dado en llamar la ‘nueva normalidad’. Y yo me cuestiono: ¿normalidad?

No es normal que no todos nuestros sanitarios dispongan de equipos de protección, que haya que elegir quién vive y quién se deja morir por falta de respiradores, que quieran poner en cuarentena a los turistas que vengan a España, en lugar de hacerles un test antes de dejarles entrar.

Opino que no es normal no poder besar a los que quiero, no poder dar la mano a los que saludo, ni poder abrazar a nadie si no es vestido de plástico.

No es normal pedir cita para disfrutar de la playa, no poder viajar a otra provincia si no me lo autorizan, pasear si no es con un bozal.

No es normal que los alumnos aprendan a través de una plataforma digital, que a la despedida de un difunto solo puedan asistir unos cuantos, que para entrar en un supermercado tengamos que hacer cola durante media hora.

No es normal que algunos negocios lleven casi tres meses cerrados, que muchas familias coman de la caridad ajena, que el mundo se haya parado en seco y encima no deje que nos bajemos.

No es normal no poder ir a un concierto, no poder asistir a oficios religiosos, no poder celebrar una feria ni una romería.

Nada de lo que nos está aconteciendo es normal, no lo es. Nos cuentan que la culpa la tiene un virus, nos inyectan el miedo en la sangre, nos demuestran con cifras, a veces imprecisas, que el bicho mata a diestro y siniestro, y nos hacen prisioneros en nuestras propias casas sin necesidad de rejas ni carceleros.

Los parlamentarios hablan, los pocos que se reúnen en el Congreso, para buscar soluciones improvisadas y muchas veces desacertadas y, de paso, tirarse los trastos a la cabeza haciéndonos testigos involuntarios de espectáculos indeseados. A la vista está que, para bien o para mal, ninguno de los que faltan a sus escaños es necesario y, sin embargo, cobran religiosamente sueldo y dieta desde el sillón de su casa, como si fueran imprescindibles. Ya nos apretaremos el cinturón los de siempre, en un acto de solidaridad por imperativo legal.

Empieza a hervir el caldo de las dos Españas: la de los sumisos e incondicionales seguidores de nuestro polémico Gobierno y la de los indignados inconformistas que se manifiestan en las calles, tiñéndolas de banderas rojigualdas. El clamor sube de tono y los ánimos están en ebullición, lo que reaviva el recuerdo de etapas pasadas que conviene no olvidar, por la cuenta que nos trae.

Y, a golpe de decretos, amparados por el estado de Alarma, a nuestra piel de toro no la va a reconocer ni la madre que la parió cuando pase esta pesadilla. Ese será el día que estrenemos un nuevo orden, una normalidad impuesta que, probablemente, acataremos sin rechistar si nos lo exigen sin preguntar.

Crédito de la foto.

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