Pensar que la Cultura es un derecho fundamental al mismo nivel que la Sanidad o la Educación tal, y como manifiesta la Declaración de Los Derechos Humanos, es mucho pensar. En la sociedad actual, por distintos motivos, los sistemas sanitario y educativo están muchísimo más estructurados y centralizados que el cultural, con presupuestos inmensamente mayores. La Cultura juega en otra liga, no por ello menos relevante, sobre todo en cuanto a cambios sociales y económicos y no tanto en cuestión de bienestar y equilibrio social.

Hay muchos ejemplos de ciudades o territorios que han cambiado drástica y satisfactoriamente con la Cultura como motor principal en la sala de máquinas. Ya sea una acertada acción cultural concreta o un plan estratégico a medio o largo plazo, ejemplos como los de Philadelphia y su radical transformación a través de la promoción de las Artes en las tres últimas décadas demuestran que es innegable que la Cultura es una poderosa arma de cambio social, así como de motor económico y de conceptualización de ciudades y territorios.

En la década de los 80 la ciudad estadounidense de Philadelphia buscaba motores de resurgimiento social y económicos para revertir su preocupante situación y su tan deteriorada imagen, su casi invisibilidad. Pero al carecer de playa o de costa al menos, de estaciones de invierno, de patrimonio histórico de peso y de haber perdido por diversas razones los focos industriales que otrora fueron su motor, concluyeron que un Plan Cultural se antojaba indispensable en sus planes y fueron a por ello.

Sus oscuras avenidas se volvieron a iluminar con los focos de los teatros, los clubs de Jazz volvieron a abrir sus puertas para acoger a las más virtuosas y respetadas personalidades del género. Las bandas más famosas del mundo ya escogían Philadelphia como cita obligada en sus giras. Se fomentó la creación de un barrio de artistas y comenzaron a llegar, primero de todo el país, y después de todos los rincones del planeta, localizando así un asentamiento de talentos artísticos muy provechoso para la propia oferta de la ciudad. Artistas y territorio se retroalimentaban.

El turismo acudía en masa. Se fueron coordinando los calendarios culturales con la intención de fomentar el turismo de larga estancia, y se logró.

Y a las afueras se instalaron un buen puñado de potentes industrias atraídas por esa nueva urbe divertida, diversa y cosmopolita, donde a los trabajadores les ofrecían un poco de felicidad después de una larga jornada de trabajo.

Hoy en día su historia se estudia en casi todas las universidades donde la Cultura es materia en una forma u otra.

El problema para algunas instituciones es que trabajar en esta dirección implica a partes iguales amor por tu trabajo y amor por tu tierra, y no todos los que nos gobiernan aman su trabajo y su tierra. Esta emocionante empresa han de comandarla personas de acción, apasionadas, y admiradores fervientes de la belleza que les rodea. Han de creer profundamente en la transformación. También ha de ser sangre nueva, que conozca y maneje los nuevos lenguajes, las nuevas tendencias, los nuevos mercados. Luego, un poco de experiencia, formación, conocimientos y criterio no vienen mal.

El otro día me explicaba un amigo con el que me reúno de forma regular para hablar de nuestros sueños y de nuestros anhelos, un gran político y mejor persona, que en los procesos de elección que algunas industrias efectúan para decantarse finalmente por una u otra zona a la hora de fijar su actividad, esas grandes empresas a nivel mundial miran con lupa la oferta cultural y de ocio de dichas zonas. Tanto los directivos como el resto de trabajadores que llegan con las empresas y se traen a sus familias a vivir apostarán por zonas con propuestas proactivas e interesantes. También me comenta apesadumbrado que por esa causa hemos echado a perder alguna que otra oportunidad.

Badajoz, al igual que Philadelphia, está llamada a ser abrazada por la Cultura.