Pilar Pequeño se interesó por el dibujo antes que por la fotografía, pero aun así se adentró en sus técnicas y lenguajes a principios de los 60, antes de haber cumplido los 20 años.
En los años 70 compaginó ambas disciplinas, trabajando indistintamente en uno y otro medio, pero en 1982 se decidió definitivamente por la cámara y también por la introducción en sus imágenes de un elemento que estaría en adelante constantemente presente en su producción, fuera en forma de arroyos, de niebla o como medio de donde emergen, o en el que habitan, flores y frutos: el agua. Desde entonces, y hasta los 90, dedicaría buena parte de su trabajo a las plantas, que constituyen su serie más amplia.
Ella, que quiso estudiar Bellas Artes y sus padres no la dejaron, se apuntó a Biología, pues la Botánica ya le tiraba, pero pronto lo abandonaría y, con el tiempo, aunque nunca dejó de dibujar, se sumergió de nuevo en el mundo vegetal a través de la fotografía, en instantáneas que han adquirido la textura del óleo o del dibujo a grafito. En ellas persigue la belleza y la deja detenida en el tiempo para entregárnosla limpia, con sencillez y elegancia.
Pilar Pequeño es una artista grande que ha sabido como pocas dejarnos atrapados en el atractivo intemporal de una acelga, unas ciruelas, una rosa silvestre o unos membrillos sumergidos en agua.
En sus fotografías prevalece el luminoso haz de luz, repentino, impactante, que nos amplía. Se detiene en espacios de soledad y, sobre todo, en las flores y en las frutas, formando bodegones que desprenden serenidad, a lo Zurbarán.
En la humildad de una acelga o de unas simples mondas de patata no existe objeto artístico en sí, sino miradas, porque la naturaleza nunca puede estar muerta, sino que se transforma y se reinventa.
La naturaleza es transversal en toda su obra. En todos sus proyectos está presente, ya sea en paisajes naturales, urbanos o en ruinas, en los que muestra cómo la naturaleza recupera los espacios abandonados por el hombre; pero lo más representativo es su trabajo con las plantas, en los que el agua, el cristal, el juego de ambigüedades y sugerencias que evocan las luces y las sombras, lo que se oculta y lo que se revela, los reflejos y transparencias, tan característicos de su obra, nos ofrecen imágenes de una belleza y fuerza poética arrolladora. Paisajes cercanos, con fotografías del entorno natural en el que vive y de los lugares por donde pasea. Como en sus primeros paisajes, Pilar Pequeño continúa buscando los cambios que producen la luz y el discurrir de las estaciones en el agua de los ríos, de los arroyos y en sus orillas.