Sentada al borde del acantilado de agosto, abatida y resignada a saltar al precipicio de septiembre sin paracaídas. Así estoy. Así estamos muchos docentes: dejándonos invadir por una actitud indolente que nos conducirá irremediablemente al despeñadero.
Hemos recorrido escarpados parajes los últimos meses, y estamos a punto de comenzar nuevas y peligrosas aventuras. Podríamos englobar el nuevo curso en un proyecto que se llame ‘Descubrimientos’, porque define con probabilidad lo que nos puede esperar a partir de la vuelta a las clases: dificultades de toda índole, soluciones improvisadas, insomnio, inseguridad, nuevas estrategias pedagógicas, alguna que otra esperanza en el horizonte, y todo ello mientras buscamos nuevos cauces de afecto con nuestros alumnos, sin contacto físico, hasta ahora inexplorados.
En este desafío vamos a necesitar la colaboración desinteresada de los padres, porque desde los despachos vendrán más palos de ciego. Todos a una por nuestros niños, esta será una excelente oportunidad para darles una lección de vida.
Los maestros tenemos con el curso 2020/2021 una cita a ciegas. Espero que las flechas de Cupido no estén envenenadas.