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Desde la Torre Lucía. Las otras bibliotecas (I)

Desde la Torre Lucía. Las otras bibliotecas (I)
Foto: Cedida
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A mediados de marzo subí a la Torre Lucía para dar la bienvenida a la primavera y, de paso, pensar qué publicaría en abril. Y no tuve dudas, escribiría sobre libros. Pero lo que no sopesé fue la ardua tarea que libremente me estaba imponiendo.

‘Las otras bibliotecas’ ha desbordado con creces la extensión de mi habitual escrito, de manera que, aun reduciendo citas y comentarios, también tendré que dedicar mi columna de mayo para rematar la tarea.

Voy a dedicarme hoy a esos libros de colecciones que hemos ido acumulando todos los de mi generación, sobre todo en la segunda mitad del siglo pasado. Los adquirimos a plazos que se concatenaban año tras año con nuevos pedidos que el viajante de turno nos seguía ofreciendo, casi siempre con algún que otro artilugio de ‘regalo’ con la promoción. Sin olvidar la moda de los fascículos, que también nos atraía y que, una vez y pacienzudamente coleccionados, se convertían en libros bien encuadernados.

Indudablemente eran y son libros lustrosos, magníficamente encuadernados, con excelente papel, con vistosas ilustraciones y fotografías, con temáticas atrayentes, propicios para ver (ojear) y gustosos para pasar página tras página (hojear). El aspecto negativo es su peso, que abarquilla y comba las estanterías, pero que sin embargo nos hizo redescubrir los atriles de mesa, tan cómodos como ‘litúrgicos’.

Lógicamente, suelen ser libros de consulta, sobre todo cuando no existía internet, pero que durante la larga y triste pandemia fueron el entretenimiento que nos liberó de horas y horas de pantalla televisiva. A mí me vinieron muy bien en aquellos aciagos días, hasta tal punto que creo haber ojeado y hojeado todos los que hay en casa y que, de manera no exhaustiva, os voy a mencionar a continuación. También son libros para entretener al ‘jubiloso’, quien tal vez se encuentre en más de una ocasión con algunos ejemplares todavía envueltos en papel de celofán. A mí me ha pasado.

Y con la excusa de escribir este artículo he removido mis estanterías, rememorando los momentos y las circunstancias en que los adquirí. Estoy seguro de que a muchos de mis lectores les van a resultar familiares muchas de las colecciones que voy a presentar, y si levantan la vista del artículo inclusive las verán en sus muebles-bibliotecas.

Comencé abonando las cuotas mensuales de mis primeras adquisiciones con la ‘paga de los domingos’, lo que me hizo pasar apuros económicos para hacer frente a mis gastos cotidianos, pero todo fuera por la ‘cultura’ y el ‘conocimiento’. Estaba cursando el Bachillerato Superior, años 1958 y 1959, cuando acometí la más larga cuenta editorial de toda mi vida, comprar la Historia de España, de Menéndez Pidal, cuyas cuotas mensuales me han perseguido casi hasta mi jubilación, 67 volúmenes.

Entremos ya en materia: la Enciclopedia Labor, de nueve tomos (1962) comenzó a ocupar los primeros espacios de mi estantería, a la que se añadiría, complementándose con ella, el Diccionario Enciclopédico Labor, de ocho tomos (1966). No teníamos internet y el conocimiento estaba en esas publicaciones, y yo ya comenzaba mi vida profesional como maestro.

Conocer mejor todo lo relacionado con el átomo me llevo a adquirir una obra novedosa, Era atómica, de Salvat (1964), con 10 volúmenes, junto con la vistosa Enciclopedia Salvat de las Ciencias, con 20 tomos.

Comenzaron a publicarse nuevas enciclopedias, con datos más actuales y nuevos enfoques editoriales, como la Enciclopedia temática Ciesa (1967), con 20 volúmenes. O la Enciclopedia Salvat de la Fauna (1970), con la autoría de Félix Rodríguez de la Fuente, que comenzó a poner en valor nuestra naturaleza y los animales que la habitan.

Oteando ya el horizonte del 92 y su Quinto Centenario se publicó la Gran Enciclopedia de España y América (1983), con 10 tomos, editada por Espasa Calpe y Argantonio.

Según avanza la década de los 80 adquiero la colección El Patrimonio del Mundo, de Plaza-Janés, con 10 documentados textos; y la Enciclopedia de los Conocimientos, de Océano, que ocupan 16 volúmenes, con un enfoque hacia la formación integral del individuo, en su doble vertiente cultural y conductual, con ejercicios de autoevaluación, que me ayudó mucho en mis programaciones docentes. Alguna libertad me tomé cuando me hice con la Enciclopedia Salvat de los Grandes Compositores, con cinco libros y 20 LP, poniendo música en mi vida.

Antes de abandonar la década de los 80 tuve ocasión de coger en el Círculo de Lectores (que todos recordáis), los 24 volúmenes de la Gran Enciclopedia de la Naturaleza, traducida del italiano y editada por Adena y World Wildlife Fund.

En la siguiente década de los 90 me hice con el Gran Atlas de España, de Planeta, siete tomos; la Gran Enciclopedia de España, 10 volúmenes; el Gran Atlas Salvat Universal, cuatro volúmenes; la nueva publicación de Félix Rodríguez de la Fuente, Fauna Ibérica y Europea, El Hombre y la Tierra, con 10 tomos y 20 DVD; la Guía Práctica de las Plantas Medicinales y la Salud, cuatro textos; la Enciclopedia Visual de los Seres Vivos, tres volúmenes; fascículos de El País y Altea; y un Salvat Universal, actualizadísimo, de 20 volúmenes…

Ya comenzaba a funcionar internet al alcance de todo el mundo, y la adquisición de nuevos libros de gran formato y colecciones cambia de objetivo, se hacen más visuales y divulgativos para continuar proporcionando el placer de tocar sus páginas y de oler sus tintas a los bibliófilos, a los amantes de los libros, que contrarrestamos el abuso del uso de las pantallas.

Aún quedan en las estanterías de mi domicilio algunas colecciones más, todas dedicadas al conocimiento, que sería tedioso enumerar en este ya amplio artículo, pero que aprovechando este repaso me ha gustado desempolvar, porque entre sus páginas me he encontrado apuntes, anotaciones que me han hecho evocar aquellos años ya lejanos de mis actividades docentes.

Continuaré en el próximo artículo con ‘Las otras bibliotecas’ dedicadas al Arte, la Historia y la Literatura.

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