El conjunto rupestre que aquí nos ocupa se encuentra en el término municipal de Cáceres, en el límite con el de Malpartida de Cáceres, en el paraje conocido como ‘Los Griles’. Un lugar rodeado de abundantes restos arqueológicos e importantes minas de estaño que parecen haber sido explotadas desde tiempos muy antiguos. Y no hay que olvidar que el estaño, junto con el cobre, eran minerales estratégicos para la elaboración del bronce, en una etapa en la que las armas y las herramientas utilizadas en la vida cotidiana se elaboraban con esta aleación.
La zona constituye un paraje natural de gran belleza, donde el granito y el encinar conforman el paisaje más típico de estas tierras extremeñas. Es una zona de amplios berrocales: ‘Las Trescientas’ al poniente, donde encontramos un altar de sacrificios del que dimos cuenta en el número anterior de la revista; ‘El Acebuche’ y ‘Albarranas’ al norte; ‘La Aldihuela’ y ‘Peña Ahorcada’, con su roca calendárica, al noroeste; y ‘La Mogollona’ y los dólmenes de ‘La Hijadilla’ al suroeste.
Aquí en Los Griles, rodeado de surgencias granítica, se levanta un bolo de unos dos metros de altura, con paredes prácticamente verticales en todo el perímetro, salvo una suave rampa orientada de sur a norte. En ella se aprecian dos secuencias de entalles redondeados u ovalados de pequeño tamaño tallados en la roca a modo de peldaños. La primera escalinata asciende desde el oeste y cuenta con 11 entalles; la segunda tiene ocho y lo hace por el suroeste. La disposición de ambas hace muy difícil el acceso a la plataforma superior, que fue allanada para su utilización como altar de sacrificios. En ella se aprecia un canalillo rectangular abierto en uno de sus lados, y en uno de sus extremos se aprecia una cubeta natural formada por la disolución del granito. La cubeta parece haber sido modificada por la mano del hombre y pudo servir como lugar de celebración de ceremonias relacionadas con el sacrificio de animales y libaciones; mientras que los canalillos vertían los líquidos a la base de la roca, donde eran recogidos en recipientes de cerámica.
La base de la roca ofrece grandes oquedades repletas de bellos tafonis, y a pocos metros hay un bolo con un abrigo, en la actualidad cerrado con un muro de piedra para servir como refugio. La existencia de pequeñas cuevas o abrigos junto a estos altares es bastante frecuente, por lo que habría que pensar que pudieron formar parte del ritual en los ceremoniales en ellos oficiados.
En el mismo paraje se localizan otros abrigos de similares características, algunos de los cuales han sido reacondicionados y pudieron servir también como refugios.
No resulta fácil establecer una cronología para este tipo de monumentos, que sirvieron en los rituales de los antiguos pueblos que habitaron estas tierras. Sus orígenes se remontan seguramente a la etapa paleolítica, pero la modificación de los espacios, la elaboración de este tipo de entalles a modo de escaleras y la modificación artificial de las cubetas con los típicos canalillos, tienen lugar con la aparición de los metales, y sería en la Edad del Bronce, con la utilización de herramientas elaboradas con esta aleación, cuando estos monumentos adquieren su forma actual; salvando, por supuesto, el deterioro sufrido con el paso de los siglos hasta llegar a la actualidad.