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‘Espartaco’

‘Espartaco’
Estatua de 'Espartaco' en la plaza de toros de Espartinas

Hace unos años, pocos, La Peña Taurina El Barranco, de Arganda del Rey, rindió un merecido homenaje a Juan Antonio Ruiz ‘Espartaco’. Como en otras ocasiones tuve que ofrecer el acto. De aquellas palabras que pronuncié extraigo estas líneas porque creo que este torero merece, en cualquier momento, el recuerdo. No olvidemos, aunque quizás sea lo menos importante, que mato 1.320 corridas de toros en todos los países taurinos. Y que en siete temporadas fue el matador de toros que más paseíllos hizo en España. Solo había llegado a esa cifra Domingo Ortega, pero no en campañas consecutivas como él.

Su carrera como matador comenzó en 1979 y discurrió con muchos triunfos, pero estos, al principio, no se rentabilizaron en todos los aspectos que él deseaba. No sé si en dineros, desconozco si fue esquiva en reconocimientos, si en prestigio o si en el debido respeto en los despachos y fuera de ellos. El caso es que, a comienzos de la temporada 1985, cuentan que no tenía muy claro su porvenir y que, incluso, iba a tomar una decisión drástica. Antes de su paseíllo número 329, en Sevilla, del que voy a hablar a continuación, había sumado tantas orejas cortadas como para promediar casi dos por corrida. Esa no es cifra de la que puedan presumir muchos matadores. ¿Por qué esa falta de reconocimiento? Yo, no lo sé.

En aquella tarde en Sevilla, la del 25 de abril de 1985, lidió, en segundo lugar, el toro ‘Facultades’, del hierro de Manolo González. Al primero le había cortado una oreja. De este, las dos fueron a parar a sus manos y la Puerta del Príncipe se abrió para él. Fue esta corrida un antes y un después. Leí que, terminado el festejo, ‘Espartaco’ comentó algo que a mí me emocionó. Que, desde el tendido, alguien le guió para cortar las orejas de más repercusión en su carrera. Lo contaba así, la cita es textual: “Luego sí, luego, cuando vi al segundo toro, a ‘Facultades’, que tenía mucha nobleza aunque poca fuerza, y al público entregado conmigo, hubo un momento en que me preocupé. Y pensé: Dios mío, si esto se me va, nadie tendrá la culpa más que yo. Por eso no lo podía dejar escapar. Pero pronto recuperé la tranquilidad; lo que tenía que hacer era disfrutar del momento, de lo que estaba ocurriendo. Luego… ¡ya veríamos! y fue lo que hice. Apenas recuerdo nada más. O sí, dos voces, en dos momentos clave, que salieron del tendido. La primera, al empezar a torear con la muleta al toro que en aquel momento tenía la llave que podía abrirme la Puerta del Príncipe, y que dijo ‘¡P’a fuera!’. Lo entendí. Que sacara al toro a los medios, para que, como tenía poca fuerza, ‘se viniera arriba’. Así lo hice y así ocurrió. La otra voz fue a la hora de matar. Ya tenía la espada montada y oí ‘¡Encima!’. Estaba claro y aquel grito me lo recordaba. Me encontraba ante una de esas ocasiones en las que, al torero, lo que menos le tiene que importar son los pitones del toro, unos de esos momentos en los que merece la pena tirarse encima del animal sin preocuparse de las consecuencias. También lo hice, y también salió. Creo que las dos voces fueron de mi padre, que ese día no quiso estar en el callejón, pero nunca lo he comentado con él”.

Voy a terminar con otro recuerdo, con una anécdota que me hizo sonreír. Toreó una corrida de la Beneficencia en Madrid. Como es tradicional, al terminar el festejo, los toreros subieron al palco a cumplimentar a S. M. el Rey D. Juan Carlos. Este le dijo al torero “¡Qué mal se ven los toros desde arriba!”. ‘Espartaco’, que había recibido a uno de los suyos a ‘porta gaiola’, le contestó: “¡Majestad, desde donde se ven mal es desde el lugar en el que yo he estado hace un rato!”.

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