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La barrendera y las olas

La barrendera y las olas
Foto: Amparo García Iglesias
Léeme en 2 minutos

“¿Qué pretenderá hacer con las olas?”, se preguntaba el joven que observaba a aquella muchacha que barría con una escoba las olas para intentar devolverlas al mar.

Aquella escena poética o surrealista, como sacada de un cuento, le hacía pensar que el ahínco y la fuerza que ejercía no se correspondía con la delicadeza de su rostro, ni con la ligereza y suavidad de la tela de su vestido azul ondeando al viento. En su lucha por el control y que ninguna ola llegara a la orilla, el mar rugía frente a ella y seguía avanzando indiferente a su esfuerzo.

La metáfora de la barrendera y su tarea imposible de intentar dominar las olas, aunque puede sonar absurda, nos sirve como ejemplo de muchas de nuestras luchas diarias por escapar de sentimientos incómodos.

Intentar detener las olas para que no rompan en la orilla es un símil de intentar eludir las emociones. En este caso, se irían acumulando en nuestro interior hasta formar un tsunami interno.

Estudios en neurociencia muestran que negar o ignorar las emociones, además de tener un coste psicológico significativo asociado con la salud mental, como depresión y trastornos de ansiedad, lleva también a activar la amígdala, lo que desencadena una respuesta de estrés y bloquea la capacidad de tomar decisiones racionales.

Las emociones, como las olas, son inevitables, impredecibles, poderosas y, a veces, abrumadoras. Intentar eludirlas nos agota y aunque muchas veces nos envuelvan sin pedir permiso, aceptarlas no significa dejarse arrastrar por ellas. En psicología, la terapia de aceptación y compromiso propone que debemos observar nuestras emociones sin juzgarlas. Vivir con ellas como si fueran olas que pasan y, en lugar de luchar contra ellas, aprender a surfearlas. Navegar con valentía y curiosidad nos ayuda a fortalecernos, a la vez que nos ofrece una vía al crecimiento personal.

Ahora bien, ¿Cuándo dejamos de eludir y empezamos a enfrentar? Un primer paso es la introspección: nombrar lo que sentimos. ¿Es ansiedad, dolor, tristeza? Ponerle nombre a la emoción es como trazar un mapa del océano interior; esto fomentará una conexión más auténtica con nosotros mismos y con los demás.

Las emociones no son obstáculos, son señales, y, como las olas que llegan a la costa, aparecen en nuestra vida para transformar, limpiar y, a veces, recordarnos nuestra propia humanidad.

La barrendera, mirando el mar, agradeció en silencio lo que había aprendido: confiar en lo que llega y aceptar lo que se va. Dejaría fluir la vida en lugar de luchar contra ella. Ya no tendría la necesidad de devolver las olas al mar, sino de acercarse y observar qué mensaje traían aquellas aguas, bien fuera una oportunidad o una lección.

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