La familia es lo primero que encontramos al venir al mundo y, según la seguridad y la confianza que nos ofrezca durante la niñez y la adolescencia, conseguiremos alcanzar el equilibrio adecuado en nuestra persona y en todos los ámbitos de nuestra vida, siendo estas experiencias decisivas para siempre.

La familia estimula el aprendizaje y es el abono que nos ayuda a caminar.

De la casa familiar, siempre que no sea un hogar disfuncional, se desprenderá aroma a infancia, a aprendizaje, a madurez y a crecimiento.

El amor más incondicional e infinito se origina en la familia, en la reciprocidad de las personas. Tengan o no la misma sangre, lo que realmente nos acerca es el corazón. La unión autentica es consecuencia de la honestidad, el respeto, el perdón, la generosidad, la responsabilidad, la comprensión, la comunicación…

La familia son aquellas personas que en los días grises te ofrecen la luz necesaria para afrontar mejor y con valentía las situaciones que van surgiendo. Es el soporte que sostiene la planta y la mantiene erguida cuando el viento llega y golpea fuerte.

La familia es el cálido abrigo que te arropa cuando fuera llueve y hace frío. Son las manos unidas que juntas, en equipo, van a por todas.

En la época que ahora mismo estamos viviendo, donde no se presta demasiada atención al deterioro del vínculo familiar, puede resultar utópico o un tanto iluso este artículo. Sin embargo, no se pierde nada al intentar recordar que las personas estamos más dispuestas a enfrentarnos a cualquier dificultad cuando sabemos que tenemos un lugar seguro donde volver.

Merece la pena, por tanto, dar a la familia un lugar más importante en nuestra jerarquía de valores. A fin de cuentas, son estas personas las que multiplican las alegrías y, cuando algo no va bien, es nuestra familia, nuestra casa, el lugar más acogedor y el mejor destino del mundo.