Contemplar la belleza de los cerezos en flor te hace reflexionar sobre la renovación y la esperanza de un tiempo que comienza de nuevo.
Estas modestas flores, que provocan admiración y que te dejan hechizado con la elegancia y delicadeza del campo vestido de pureza, representan muy bien lo efímera y frágil que es la vida.
La flor del cerezo en Japón es un símbolo de gran importancia cultural. Su corta vida nos lleva a meditar que todo desaparece a cada instante.
Constantemente los seres humanos queremos saber que tenemos las cosas aseguradas, el amor, los amigos, el trabajo, la familia… Intentamos aferrarnos a algo que está en constante cambio, siendo muy difícil pensar que todo lo podemos perder de un momento a otro; y no solo hablamos de la fugacidad de la vida misma, sino de los bienes y placeres que podemos llegar a disfrutar en ella.
Lo verdaderamente importante de cada momento que vivimos es aprovechar la enseñanza que nos llega, tanto de las circunstancias vividas como de las relaciones que tenemos.
Podemos convertir nuestra existencia en una experiencia plena y enriquecedora si, de vez en cuando, recordamos que todo lo que existe a nuestro alrededor está llamado a desaparecer.
Desechar el sentido de certeza o de pertenencia nos convertirá en personas más profundas, más cautelosas, más fuertes, más sabias y más humanas.
Cuando en unos días la naturaleza alfombre el suelo con los pétalos caídos de la flor del cerezo podremos observar el valor que la fugacidad otorga a la existencia, y es entonces cuando nos daremos cuenta de que la vida es un préstamo que deberíamos devolver agradecidos.
Pasará el tiempo y llegará otro invierno frío que acumulará energía para la primavera, y la flor del cerezo volverá a marcar el inicio de un nuevo ciclo.