Cuando la búsqueda para quedarse embarazada es infructuosa empieza a taladrar en la cabeza, como un pájaro carpintero, una serie de preguntas: “¿seré yo?”, “¿será él?”, “¿seremos los dos?”.
Así, cuando las parejas acuden a reproducción asistida ya cargan a sus espaldas un historial de fracasos, que, en ocasiones, incluso es ocultado de cara a la sociedad, debido a la sensación de que los demás han conseguido avanzar en el desarrollo como especie, nacer, crecer, reproducirse y morir.
Sin embargo, los casos de infertilidad son cada vez más habituales; si buscásemos entre nuestros contactos seguro que encontraríamos un familiar, una amiga o compañera de trabajo que también estuvo en tratamiento para poder concebir. La infertilidad ya no es, o no debería ser, un tema tabú.
Después de muchos intentos y la gran ilusión que depositan estas personas pensando que “esta vez puede ser” aparece la decepción y la tristeza indescriptible de un resultado negativo.
Las personas que atraviesan por un tratamiento de fertilidad sienten a veces que el mundo va contra ellas, dan un paseo y parece que los cochecitos de bebés se multiplican. Tampoco es raro escuchar que han llegado a sentir culpa por no alegrarse de la amiga que le envió un mensaje diciéndole que iba a ser mamá, o cuando sonó el teléfono y su cuñada le dijo que tendría mellizos.
La ansiedad por tener hijos es una carga adicional, que puede llegar a convertirse en un problema para la pareja cuando el eje central son las fechas de ovulación y es el único tema de conversación.
Los tratamientos son largos y costosos, física y emocionalmente; es por ello importante encarar este proceso con fuerza y mucha paciencia, a sabiendas que van a existir altibajos emocionales.
Si tú eres una de las personas que está pasando por este momento no desesperes, busca el hombro de un amigo y no marques el tiempo en el reloj biológico, señalado por los especialistas como un factor determinante en la concepción.
Cuando estás asesorado y en buenas manos la cigüeña finalmente llegará.