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Los agoreros de siempre

Los agoreros de siempre
Ilustración: Enrique Martín

A los pocos días de hacerse públicos los carteles de la feria de San Isidro de hace unos años, recibí un mensaje en mi teléfono. Alguien incluía una fotografía de un cartel de una anterior con el sello inconfundible del pintor Álvarez Carmena. También un texto que decía: “Esto (sic) sí que era una feria con carteles buenos”. No le hice ningún caso. No merecía la pena. Pero unos días después, enredando en mi biblioteca en busca de algún libro escondido, vi dos volúmenes que contenían todos los números de la revista ‘Tauridia’, una buena publicación que dirigió María del Mar Martínez Raposo. Me apeteció echarle un vistazo.

En el primer número, de mayo de 1983, se insertaba un artículo con el título de ‘La Isidrada’. Lo firmaba Fernando Vizcaíno Casas. En él se puede leer: “Es evidente que la Fiesta Nacional viene arrastrando el lastre de dos gravísimos problemas. De un lado, la falta de toreros nuevos con carisma popular. Estremece repasar la lista de matadores en activo que se viene repitiendo año tras año con monótona regularidad. De vez en vez, aparece algún chaval [que] apunta detalles de interés; pero se frustra enseguida. Obviamente, sin nombres que hagan prender el entusiasmo, la discusión y la pasión, es difícil que el espectáculo taurino se remonte. Después existe la otra gran tragedia, también cronológica: el envejecimiento del público. Cada vez hay menos jóvenes en los tendidos; por desgracia, resulta forzoso reconocer que a las últimas generaciones la fiesta no les interesa absolutamente nada”. Este comentario, poco positivo, me hizo recordar el mensaje en mi teléfono que citaba más arriba. Volví a él, aumenté el tamaño de la imagen y aquel cartel de Álvarez Carmena resultó ser de la feria a la que también aludía el escritor en la revista ‘Tauridia’. Es decir, aquella feria con “carteles buenos” no lo era tanto unos días antes de su celebración. No me extrañó ni lo uno ni lo otro pues me tropiezo todos los días, es una forma coloquial de decirlo, con comentarios derrotistas parecidos.

Rescato unas reflexiones que anoté en su momento. Ya se habían celebrado 20 corridas de la feria de San Isidro de aquel año. En apretado resumen, sin juicios de valor, ya se habían cortado 22 orejas. En la del año 1983, en aquella que sí tuvo “carteles buenos”, en el total de los 23 festejos de los que se compuso, se cortaron 16. Pero matizo algo más. De las tres salidas a hombros, de los toreros de a pie, de aquel año, solo una fue por una faena de dos orejas. En lo que llevábamos de esta otra feria de San Isidro, mala sobre el papel, todas las puertas grandes se las habían ganado enviando los espadas al desolladero algún toro sin sus dos orejas.

Puede que al final de esta feria, cuando se hubieron celebrado los 34 festejos programados, aquella otra de 1983 fuese mejor teniendo en cuenta el promedio de los apéndices auriculares cortados por cada corrida. No lo sé. Por eso no me atrevería nunca a afirmar a priori que los carteles fuesen mejores. Y una puntualización que nada tiene que ver con las dos ferias. Lo de los apéndices auriculares no era una cursilería de Matías Prats, ya se escribía en el siglo XIX. No eran, entonces, auriculares, sí auditivos.

Veo que la historia se repite hasta en los más pequeños detalles. Y me preguntaba: ¿Qué valoración objetiva había realizado aquella persona para asegurar lo que escribió en el mensaje? Hasta hace unos años, yo puntuaba los carteles de las ferias de San Isidro con un criterio objetivo y sencillo. Había calificado cada torero con una nota de 0 a 10 en proporción al número de corridas toreadas el año anterior. Y con un simple aprobado a los nuevos matadores. La nota media de cada cartel casi siempre podría desmentir la opinión subjetiva de los mismos. Decía un físico inglés, y no es mi caso, pues ni soy físico ni he nacido en su tierra, ni pretendo saber nada: “Si usted puede medirlo en números usted sabe algo de ese tema”. O algo parecido decía Lord Kelvin. Mi cita es de memoria.

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