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Pasado con memoria (II). José Luis Rodríguez Plasencia

Pasado con memoria (II). José Luis Rodríguez Plasencia
Cedida

Seguimos dando un repaso a la memoria.

Almanaque
El almanaque, o calendario, era un catálogo o registro de los días del año, distribuidos por meses, a los que solían añadirse otros datos complementarios o de relleno.

Los primitivos almanaques recogían solo tablas astrológicas, y eran semejantes a los calendarios orientales, que se generalizaron en Europa a partir del siglo XV. Estaban dirigidos a un público reducido y sus predicciones más comunes versaban sobre datos astronómicos, recogiendo además noticias religiosas o civiles, horóscopos infantiles, etc. Con el descubrimiento de la imprenta fueron poniéndose de moda.

Los primeros almanaques europeos fueron el latino y el alemán en 1457 y el Regiomontanus. Otros, además de las predicciones correspondientes al año en cuestión, orientaban sobre faenas agrícolas y precios de cosechas y ganado, e incluían proverbios y refranes.

Respecto a España, el primer almanaque conocido apareció en 1475 y fue dirigido por el astrólogo Regio Montano. Más tarde, en 1487, Bernardo de Granollach publicó uno en Barcelona.

Los almanaques proféticos del siglo XVIII (‘piscatores’) penetraron en España gracias a Diego de Torres Villarroel (‘Piscator Salmantinus). Entre 1721 y 1756 auguró tantos acontecimientos que, por fuerza, acertó algunos, como el Motín de Esquilache y la Revolución Francesa, por ejemplo.

En la siguiente décima predijo el segundo de tales acontecimientos:

Cuando los mil contarás
con los trescientos doblados
y cincuenta duplicados
con los nueve dieces más,
entonces tú lo verás,
mísera Francia, te espera
tu calamidad mostrera
con tu rey y tu delfín,
y tendrá entonces su fin
tu mayor gloria primera.

Durante los siglos XVIII y XIX los almanaques que se publicaban en España eran con privilegio exclusivo, monopolio que desapareció a partir de 1855. Por esa misma fecha se pusieron de moda los almanaques literarios, mezcla de anécdotas, curiosidades y datos literarios y científicos.

En algunos de estos almanaques colaboraron literatos y poetas aún no consagrados o poco conocidos, como medio de conseguir algún dinero. Así, en uno del siglo XIX, el sevillano Manuel Fernández y González, que se definía a sí mismo como el “más genial de los genios de entonces”, incluyó este poema suyo, dedicada a la mujer fatal:

La gembra liviana que con torpe modo
a uno y otro varón lúbrica mira,
la que hollando el pudor, faltando a todo
desprecio sólo compasión inspira;
la que anegada en repugnante lodo
su hedor con ansia y con delicia aspira,
la que a sus hijos y a su madre infama,
no se llama mujer, monstruo se llama.

Y junto a esta moralizante y pedantesca composición, y en el mismo almanaque, como pidiendo tímidamente perdón por haberse introducido allí, apareció la rima X del ‘Libro de los gorriones’:

Los invisibles átomos del aire
en derredor palpitan y se inflaman;
el cielo se deshace en rayos de oro;
la tierra se estremece alborozada.
Oigo flotando en alas de armonía
rumor de besos y batir de alas;
mis párpados se cierran… ¿Qué sucede?
¿Dime?… ¡Silencio!… ¡Es el amor que pasa!

Ratones exorcizados
Siendo obispo de Oviedo el más tarde famoso inquisidor don Fernando de Valdés (natural de la villa de Salas, Asturias) hubo en su diócesis una plaga de ratones, que fueron, según escribe Julio Caro Baroja1, “no sólo conjurados, sino también ‘procesados’, ahuyentándolos a lo más alto de los montes ‘a fuerza de censuras’”. “Otros autores negaron el hecho y el agustino Manuel Risco lo consideró como una obra de imaginación fabulosa”, añade. “Pero dado lo que, en general, se conoce de procesos levantados en otras partes de Europa, no hay motivo mayor para dudar de que don Fernando fulminara contra los ratones como fulminó en particular contra los luteranos o los tenidos por tales”, concluye.

Y los espectadores se tronchaban de risa contemplando el fracaso del señoritingo chuleta de turno ante la entereza de aquella mujer que representaba la honestidad de las de su clase.

Y según contaba el alma popular madrileña, ‘La Caramba’ abandonó su quehacer de tonadillera e ingresó en un convento, donde llevó una vida piadosa hasta su muerte

Andalucismos
En ocasiones, Unamuno contaba que una persona había visto, en una población de Andalucía, el siguiente letrero: “K PAN K LA”. No podía entenderlo, pero era muy sencillo: “capancalá”, cal para encalar.

Otro caso parejo es el de una señora de Málaga, muy fina, dio a sus amigas de Madrid la receta de una tarta: “Tanto de leche, tanto de huevos, tanto de azúcar… y harina, la carmita”. Al día siguiente le llamaron por teléfono: “Mira, que harina ‘La Carmita’ no se encuentra en los ultramarinos”. ¡Qué se iba a encontrar! La “carmita” era “la que admita”.

Y, por último, cuentan que en la malagueña Antequera entraron unos forasteros en una tienda de comestibles y preguntaron: “¿Hay café?” El dependiente contestó con su acento andaluz: “No; sebá tostá”. Si se iba a tostar, valía la pena quedarse, y así se formó una larga cola. Al llegar al mostrador reclamaba cada uno su ración: “¡Pero esto no es café!” Y él, sin apearse de su acento, contestaba con indiferencia: “Ya se lo dije a ustedes: sebá tostá”. Y así era: Les estaba dando “sebá tostá”, es decir, cebada tostada.

Tres etcéteras para Don Simón
Cuentan que en cierta ocasión uno de los ayudantes de Simón Bolívar envió aviso al dueño del mejor hospedaje de un pueblo pidiéndole que preparase con destino al general, y en la fecha que indicaba, un cuarto con la mayor cantidad posible de comodidades, buena comida, selectos vinos, etc., etc., etc.

Al llegar al pueblo Bolívar fue al alojamiento preparado y halló reservada para él la mejor habitación, aderezada y acicalada en cuanto permitían las circunstancias. Pero mientras concluían los preparativos de la misma, le hicieron pasar a otra pieza contigua, en la que se encontró con tres estupendas y sonrientes señoritas.

– ¿Quiénes son estas jóvenes? –preguntó Bolívar.

-Los tres etcéteras que dijo su ayudante. –contestó sonriendo el hotelero.

Aunque según he podido leer en alguna parte (ahora no recuerdo dónde) al Libertador le encantaban las mujeres, y su ayudante se las arreglaba, allá donde fuese don Simón, de tenerle dispuestas sus etcéteras.

La mala pata de los grandes hombres
¿Es una simpleza, o una vulgaridad, asegurar que los grandes hombres han tenido siempre o casi siempre un final desgraciado? La historia, sin embargo, suele confirmar con demasiada frecuencia este aserto. Véanse los siguientes ejemplos:

  • César, Cicerón, Esopo, Enrique IV, Arquímedes, Kennedy, Luther King y Ghandi murieron asesinados.
  • Epaminondas, Reuther, Turena, Gustavo Adolfo y Carlos XII murieron violentamente.
  • Bruto, Aníbal, Larra y Condorcat se suicidaron.
  • Escipión, Temístocles, Napoleón (este a la par que envenenado) Dante y Ovidio murieron en el destierro.
  • Taso, en prisión.
  • Cristóbal Colón, Camoens, Cevantes, Carregio, Mozart y Milton murieron en la miseria.

Carne de gallina
Como bien se sabe, carne de gallina es el aspecto que toma la epidermis del cuerpo humano, semejante a la piel de un ave desplumada, por efecto de ciertas sensaciones o emociones, tales como el frío, el horror o el miedo.

Pero lo que no todo el mundo sabe es que en la piel humana se hallan los ‘Arrectore pili’, unos diminutos músculos que, ante cualquier emoción repentina, o ante una sensación de miedo o de frío, se contraen de modo involuntario al producir el sistema simpático de nuestro cuerpo unas sustancias conocidas como catecolaminas. La contracción simultánea de numerosos ‘Arrectore pili’, que tiran del bulbo piloso, provoca el arrugamiento de la piel, allá donde sobresalen las partes libres de dichos músculos.

Lógica eclesial
Cuentan que a Murcia llegó un prelado tarraconense al que visitaron un día los caballeros de una asociación para, para tras un prolongado período de sequía, pedir permiso para sacar en rogativa la imagen de la Virgen de la Fuensanta. El obispo se asomó a la ventana para mirar al cielo y después respondió: “Si quieren, saquen ustedes a la Virgen, pero el tiempo no está de lluvia”.

En un pueblo extremeño aconteció un suceso semejante, solo que en este caso fue el sacerdote local el protagonista. Cuando el coro parroquial de mujeres le solicitó permiso para sacar a San Marcos, el rey de los charcos, para pedir al cielo la ansiada lluvia, el párroco les contestó: “Vosotras haced lo que os parezca; pero mientras no desaparezca el anticiclón que hay sobre las Azores, me parece que no vais a conseguir nada”.

El Cristo del Cachorro
Según he podido constatar se barajan dos posibles historias sobre el famoso y conocido Cristo sevillano de la Expiración, que se venera en la iglesia del Patrocinio, que procesiona la tarde del Viernes Santo.

Cuenta la leyenda que cuando el escultor Francisco Ruiz Gijón paseaba por las calles del barrio de Triana, meditando sobre la expresión que mejor cuadraría al moribundo Cristo que cincelaba, entró en una taberna, donde dos gitanos discutían de modo acalorado. En un momento de la disputa ambos sacaron sus navajas, y uno de ellos cayó mortalmente herido junto al escultor, que recogió al moribundo entre sus brazos. Gijón aprovechó la ocasión que ni pintiparada se le presentaba y grabó en su mente el rostro agónico de aquel hombre que, más tarde, de nuevo en su taller, plasmó en la imagen de su Cristo.

Una vez terminada la imagen, fue expuesta al público, y quienes la contemplaban, exclamaban: “¡Pero si es el Cachorro! ¡Mira, es como el Cachorro!”, Porque ese era, precisamente, el apodo con que se había conocido en Triana al gitano muerto en la reyerta.

‘Sevilla Secreta’ (30/03/2021) recoge ‘La trágica leyenda del Cristo del Cachorro’ con algunas variantes. En la Cava de Triana vivía un gitano con una gran habilidad para tocar la guitarra y el cante jondo, conocido como ‘el Cachorro’. Nunca se le conocieron amores a este hombre, pero cada día cruzaba el puente de barcas para ir a Sevilla en busca de una misteriosa persona. Un payo que lo veía día tras día sospechó que estas visitas reiterativas se debían a que lo hacía para cometer adulterio con su esposa, aunque más adelante se demostró que ‘el Cachorro’ sí que iba a ver una mujer, pero el payo estaba equivocado, ya que se trataba de su hermana bastarda.

Y fue por estos celos tan intensos que un día lo esperó escondido y, mientras este sacaba agua del pozo de la Venta Vela, le asestó siete puñaladas que le quitaron la vida.

Por otra parte, Ruiz Gijón estaba entonces sumido en una crisis creativa, ya que la nueva Hermandad de la Expiración necesitaba una escultura que representase al Señor en el momento de su muerte y se la encargó a él. Era una de los mejores imagineros de la ciudad, pero este encargo le obsesionó hasta un punto en que ni dormía.

Una noche, el escultor se despertó repentinamente y tuvo un súbito impulso de salir a la calle. Atravesó el puente de barcas y fue hasta la puerta de la capilla de Patrocinio, donde presenció el terrible asesinato de ‘el Cachorro’. Quedó impresionado ante la mirada del moribundo, así que sacando el artista que llevaba dentro y su parte menos humana, retrató la cara del difunto con carboncillo. El escultor plasmó esta agonía del gitano en una talla, El Cristo de la Expiración.

Y cuenta la leyenda que, cuando en 1682 salió la nueva imagen de la Hermandad del Patrocinio por primera vez, los vecinos de Triana comenzaron a gritar, “¡Mirad, si es el cachorro!”.

El Monte de Piedad
Este era un establecimiento donde a cambio de dejar en depósito, como garantía, alguna prenda (ropa, joyas, piezas de mobiliario, etc.) prestaban dinero al pobre necesitado que allí acudía en demanda de ayuda.

Según el escritor francés Carlos Rozan, el Monte de Piedad se originó en Italia, fundado por un hermano de la Orden de los Mínimos de Padua, que quiso, mediante una asociación caritativa, arrancar de las garras de los usureros y prestamistas a los pobres desgraciados que se veían acuciados por necesidades económicas. Bernardino de Feltri, tal era el hombre del fraile, consiguió gracias al ardor de sus sermones muchas limosnas entre sus feligreses más pudientes, formando así un fondo sobre el que se prestaba a los necesitados, no exigiéndoles más que un pequeñísimo interés, para cubrir gastos. Y si la cantidad solicitada era poco importante, ni tal interés se le exigía. Era, pues, una obra de caridad, de piedad.

El monte (en italiano) se dice con el sentido de amontonamiento, acumulación, lo cual respondía perfectamente a la idea de colecta que inspiró al hermano Bernardino.

‘Monte di pietá’ significaba por tanto ‘colecta para una obra pía’.

Con denominación de origen
Escribió Jaime Campmany (‘Señas de identidad’. ABC, 10/08/1999, pg. 12) que en todas las ciudades y pueblos de España tienen “señas nacionales de identidad” que los distinguen, y añadía que los caligurritanos habían llevado al cancionero lírico las suyas:

Calahorra no es Calahorra,
que es el mismo ‘Washington’:
tiene obispo y toa la hostia,
casa putas y frontón.

El fraile y el tamborilero
El siguiente romance, recogido entre sus ‘Poesías inéditas’, lo escribió el dramaturgo y sacerdote español don Pedro Calderón de la Barca, y no deja de tener su gracejo en un mundo donde todos quieren ser iguales a todos:

De una fiesta a su lugar
volvía un tamborilero,
y un fraile también volvía
de la fiesta a su convento.
El tamborilero iba
en un burro caballero,
y el fraile a pie: preguntó
el Padre: -“¿De dónde bueno?”
-“De tañer”, dijo, “esta flauta
y este tamboril”. –“Por eso”,
le preguntó, “¿qué le han dado?”
Él respondió: – “Poco, cierto:
cincuenta reales, comido
y bebido, que no es menos,
llevado y traído sin otros
regalillos, que aquí tengo”.
-“¿Eso es poco?”, dijo el Padre:
“Pues yo de predicar vengo,
y ni aún de comer me han dado,
y como vé, a pie me vuelto”.
El tamborilero entonces
dijo enojado y soberbio:
“¿Pues tamborilero y Padre
predicador es lo mesmo?
Aprendiera buen oficio
y no se quejara de ello:
que no somos todos unos,
frailes y tamborilero.

La incredulidad del pensador
Herbert George Wells, que escribió obras de anticipación tan conocidas como ‘La máquina de explorar el tiempo’, ‘El hombre invisible’, ‘La guerra de los mundos’ o ‘Los primeros hombres en la Luna’, afirmó sin embargo que la navegación submarina era algo que sobrepasaba su imaginación y comprensión, pues no creía posible que pudiera fabricarse algún día una nave (submarino) capaz de realizar una navegación semejante.

Un abad sabio
Según cuentan, en cierta ocasión discutían el abad de Samos (Lugo) y el de Poio (Pontevedra) si la lamprea había que considerarla carne o pescado, pues salían de la tierra, aunque vivieran en el agua y por lo tanto tales circunstancias les hacían dudar si se podían o no comer en Cuaresma. Como no se ponían de acuerdo decidieron consultarlo en el Vaticano, y Roma les contestó que en Cuaresma se podía comer todo aquello que saliera del agua. Ante respuesta tan convincente, el abad de Samos decidió seguir el dictado papal y, cuando llegó el Miércoles de Ceniza, metió un par de cerdos en el río Oribio, los remojó bien y una vez en tierra los sacrificó y se los comió sin más.

El motín de la trucha
Fue un acontecimiento histórico que en siglo XII enfrentó a la burguesía zamorana con la nobleza de la misma ciudad. Los hechos acaecieron en 1158 y, según puede leerse en el ‘Manual del viajero de la provincia de Zamora’, ocurrieron del modo siguiente: Un día, en un mercado zamorano, el criado de un caballero quiso comprar una trucha dentro del horario que estaba reservado para los burgueses, enfrentándose a un zapatero que también la quería comprar, pues estaba en su derecho.

Enterado de esta disputa el caballero Gómez Álvarez de Vizcaya, señor de Morales y personaje de gran poder en la ciudad, mandó encarcelar al zapatero y a todos aquellos que le habían apoyado denunciando la injusticia cometida.

La nobleza zamorana, herida en su honor por aquel atrevimiento del pueblo llano, se reunió para acordar medidas severas contra los inculpados y así dejar bien claro quién ostentaba el poder en la ciudad. La burguesía, que para entonces ya tenía acumulados demasiados resentimientos contra los nobles, vio la oportunidad de rebelarse y hablar con algo más que con la simple voz. Así pues, liderada por un hombre llamado Benito, pellitero de oficio, la burguesía zamorana sitió la iglesia de Santa María la Nueva y posteriormente le prendió fuego con toda la nobleza reunida en su interior.

Tras la matanza, y ante el temor del duro castigo que el rey de León Fernando II aplicaría a los sublevados, los zamoranos huyeron de la ciudad y fueron a refugiarse a la frontera portuguesa, en las cercanías de Miranda de Douro. Desde allí mandaban emisarios al rey solicitando su perdón y protección contra las represalias de los nobles zamoranos. Además, le pedían que se prohibiera que determinados nobles siguieran residiendo en Zamora y que otros perdieran su cargo (en concreto el teniente de la ciudad, el conde Ponce de Cabrera). De no ser así, los zamoranos despoblarían la ciudad, yéndose a instalar a tierras portuguesas.

El rey, ante la amenaza de quedarse con una tierra vacía y despoblada, concedió su perdón y accedió a las peticiones de la burguesía, poniendo como condición la reedificación de Santa María la Nueva. La Iglesia añadió a la leyenda más tarde el milagro acontecido con las sagradas formas, las cuales escaparían por una rendija que aún hoy se puede ver en el muro norte del templo, yendo a refugiarse al Convento de San Francisco, al otro lado del Puente de Piedra.

“La teoría de que la Historia la escribieron los vencedores y los poderosos -continúa dicha Guía- parece cobrar aquí toda su dimensión pues, al parecer, ningún documento de la época narra este suceso que puso en evidencia a la nobleza del siglo X. De hecho, será en el siglo XV cuando pudimos leer por primera vez esta historia del zapatero y el pellitero que decidieron un día enfrentarse al poder de la Zamora del siglo XII”.

Una dulce venganza
¿Quién no ha saboreado alguna vez algún cruasán, o ‘croissant’, que en francés quiere decir ‘creciente’ como referencia a la fase del creciente lunar, ese bollito que se hace generalmente con pasta hojaldrada o con pasta fermentada con levadura, creado en 1683?

Pues quien así lo hace está comiendo o formando parte de la Historia. Esta pieza de panadería es de origen francés, pues fue creada por los pasteleros parisinos siguiendo el modelo austriaco del ‘kifli’, pues los primeros cruasanes se hicieron en Viena, cuando la ciudad se salvó del cerco otomano.

Una leyenda cuenta que, tras varios asaltos frustrados a las murallas de la ciudad, los turcos decidieron hacerlo por sorpresa y de noche. Para ello comenzaron a excavar túneles que sobrepasaran los muros de la ciudad. La estrategia tal vez hubiera tenido éxito de no ser porque, a la hora en que los turcos realizaban su faena, también la hacían los panaderos de la ciudad, quienes se percataron del peligro por los continuados ruidos que hacían los zapadores y dieron la alarma a sus soldados, de modo que quienes fueron cogidos por sorpresa fueron los atacantes y no los sitiados. Finalmente, los turcos fueron expulsados del país con la ayuda que las tropas del rey de Polonia Juan III Sobieski prestaron a las austriacas.

Y también se cuenta que, en agradecimiento a la ayuda prestada por los panaderos, el emperador Leopoldo I decidió condecorarles. Y estos, en agradecimiento, confeccionaron dos panes: uno con el nombre del emperador Leopoldo, y otro en forma de media luna, como una venganza de los panaderos vieneses sobre los turcos, pues su forma de media luna simbolizaba o recordaba el emblema de las enseñas otomanas; de ahí que cuando un vienes comía un cruasán, o ‘croissant’, era como si estuviera devorando a uno de sus enemigos de antaño.

¡Caramba!
Aparte de ser una interjección con que se denota extrañeza o enfado (‘¡Qué caramba!’ es una exclamación con que se refuerza una opinión), en la España de Goya era el nombre de un lazo de gran tamaño que se ponía en lo alto de la cabeza.

Su lanzamiento se debió a una tonadillera que tuvo gran éxito en el Madrid de la época: María Antonia Vallejo Fernández. El apodo de ‘La Caramba’ le nació por el estribillo de una canción que interpretaba María Antonia, y que tuvo mucho éxito, tal vez porque reflejaba una situación típica de la época: El asedio del petimetre a la mujer y la respuesta burlona de esta a sus pretensiones:

Un señorito muy petimetre
se entró en mi casa cierta mañana
y así me dijo al primer envite:
“Oiga usted: ¿quiere ser mi maja?”
Yo le respondí con sonsonete,
con canto, mi baile y soflama:
“¡Qué chusco es usted, señorito!
Usted quiere… ¡Caramba! ¡Caramba!”.

El señorito vuelve a la carga, pero la maja contesta de nuevo con ironía:

Me volvió a decir muy tierno y fino:
María Antonia, no seas tirana,
mira, niña, que te amo y te adoro,
y tendrás las pesetas a mantas”.
Yo le respondí con mi sonsonete,
con mi canto, mi baile y soflama:
“¡Qué porfiado es usted, señorito!
Usted quiere… ¡Caramba! ¡Caramba!”.

1 ‘El señor inquisidor’. Páginas 40-41. Según refiere Gil González en su ‘Teatro eclesiástico de Oviedo’

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