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Pasado con memoria (XII)

Pasado con memoria (XII)
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Está visto que, por más que nos empeñemos, no podemos olvidarnos de la memoria.

Inquisidores
Parece ser, según algunos estudiosos de la Inquisición, que muchos perseguidores de brujas tenían más de psicópatas que de verdaderos defensores de la doctrina cristiana. Por ejemplo, el magistrado francés Nicolas Remy, que estando de inquisidor en Nancy (capital que fue del Ducado de Lorena), entre 1591 y 1606 condenó a varios cientos de personas en la hoguera acusadas de satanismo, hasta que su delirio le llevó a confesarse él mismo poseído por el diablo, siendo finalmente quemado en la hoguera por su propio tribunal.

Algo parecido aconteció con el inquisidor y cazador de brujas inglés Mathew Hopkins, que en el siglo XVII ajustició a más de 13.000 mujeres acusadas de brujería, superando con mucho a Remy y que finalmente, al ser incapaz de superar las mismas pruebas a las que él las sometía, fue también acusado de brujería y ahorcado.

Aunque no fueron estos los únicos inquisidores dignos de mención. Hubo otros que destacaron en tales lides, algunos de los cuales terminaron siendo nombrados papas, como Adriano de Utrecht (Adriano VI), Fabio Chigi (Alejandro VII) y Gian Pietro Caraffa (Paulo IV).  

Por cierto, Doménicos Theotocópoulos, apodado ‘El Greco’, fue interrogado por la Inquisición en 1541 como sospechoso de herejía, porque las alas de los ángeles que pintaba no guardaban relación con las descritas en la Biblia.

Y, ya que se habla de brujerías y de herejes, sería imperdonable no mencionar al médico y demonólogo holandés Juan de Wier, que en el siglo XVI se hizo famoso protestando contra la bárbara idea de que hacía acusar de hechiceros a personas impedidas o dementes, cuando se trataba de pobres enfermos.

El saludo de los ciento un cañonazos
Según algunos autores es raro que se tiren en algunas solemnidades ciento un cañonazos. Muchos han querido derivar esta costumbre de un uso frecuente en Alemania de añadir unidad más, ya sea en asunto legales o en la vida vulgar y tratándose de cosas variadísimas. Muchos creen que esa peculiaridad procede de que un oficial de Augsburgo, cuando festejaba la vuelta victoriosa de Maximiliano de Alemania, debiendo tirar cien cañonazos, y no estando seguro de si había contado bien, mandó tirar uno más. La ciudad de Nuremberg, que fue la siguiente que visitó el emperador, no quiso ser menos que Augsburgo y también hizo ciento una salvas. Así empezó a generalizarse esta costumbre que subsiste hoy en casi todos los países de Europa.

Nobles, impuestos y superstición
Dice W. Seignobos en ‘Historia de la civilización en la Edad Media’, págs. 70-71, que los francos (los godos) eran demasiado bárbaros para aceptar el régimen imperial. Los guerreros respetaban a sus reyes porque eran descendientes de Meroveo; pero no les obedecían siempre. Los más turbulentos eran los que vivían junto al soberano, en su escolta y que éste llamaba ‘sus gentes’ (laudes). Los laudes solían ser más señores que su señor. Cuando dos reyes, Childeberto y Clotario, fueron en 534 a devastar el país de los burgundios, Thierry quiso permanecer tranquilo en sus tierras; pero sus laudes le dijeron: “Si no vas a Burgundia con tus hermanos, te dejamos aquí y nos vamos con ellos”. El príncipe tuvo que llevarlos a devastar la Auvernia. 

Otro guerrero decía algo más tarde al rey Gontrán: “Sabemos dónde está el hacha afilada que ha cortado las cabezas de tus hermanos; pronto te hará saltar lo sesos”. El soberano, atemorizado, dijo un día en plena iglesia, delante de los fieles congregados: “Os conjuro a todos los que estáis presentes, hombres y mujeres, a que no me asesinéis como habéis hecho con mis hermanos”.

Estos guerreros indisciplinados consentían en ir con su rey a la guerra, porque esperaban volver de ella cargados de esclavos y de botín; pero no aceptaban la idea de pagar impuestos. Algunos príncipes trataron de restablecer el sistema romano, que les parecía a propósito para procurarse recursos. Teodoberto, rey de los francos de Austrasia, encargó a su ministro Partenio que estableciera un impuesto; pero apenas falleció, los francos se sublevaron y dieron muerte a Partenio en la iglesia de Treves, en 547. 30 años más tarde, Chilperico ordenó la formación de listas y decretó un impuesto sobre las tierras y los esclavos; en los años siguientes desolaron el reino las inundaciones, los incendios y las epidemias, muriendo los dos hijos del rey y este se vio en peligro; pues bien, todo el mundo pensó que Dios castigaba a Chilperico por haber restablecido el impuesto. Viendo la reina Fredegunda enfermos a sus hijos, echó al fuego las matrículas de impuestos de las ciudades que le pertenecían, y como su marido vacilara en quemar las suyas, le dijo: “¿Qué te detiene? Haz lo que yo, para que si perdemos nuestros queridos hijos, escapemos por lo menos a las penas eternas”. Finalmente, los obispos y los laudes reunidos el 614, obligaron al rey Clotario a declarar en un edicto que todos los impuestos quedaban abolidos.

Va de tontos
La expresión ‘Ser más tonto que Pichote’ tiene su origen en el Chicago de los años 20. ‘Pichote’ proviene de la palabra italiana ‘Picciotto’ (muchacho), que era el apodo de uno de los gánsters enemigos de Al Capone durante la guerra de bandas de la época, Gennaro ‘Il Picciotto’ Spummarolo, llamado así por su aspecto juvenil. Se dice que para preparar el asesinato de Richard Lonergan, Gennaro fue engañado de una forma extremadamente ingenua; mientras acompañaba a Lonergan en una fría noche de diciembre, un hombre de Al Capone se les acercó y le dio un soplo falso, indicándole que encontraría al conocido mafioso solo e indefenso en el Yale Bar. Cuando ‘Il Picciotto’ entró en el bar junto a Lonergan lo que encontraron fue a Al Capone como huésped de lujo de Frankie Yale y una emboscada que les costó la vida a ambos.

La expresión tiene un añadido, que la completa: Ser más tonto que Pichote, que se cayó de espaldas y se rompió el cipote.

Otro tonto a incluir entre los tontos famosos es Abundio, personaje cuyo origen no está nada claro, pero que al parecer existió entre los siglos XVII y XVIII en Córdoba, y al que se le atribuyen hazañas como “Ser más tonto que Abundio, que en una carrera en la que corría él solo llegó el segundo”; “que vendió el coche para comprar gasolina y resulta que la tenía en casa”; “que fue a vendimiar y se llevó uvas de postre”; “que vendió una oreja porque la tenía repetida”; “que vendió los zapatos para comprarse cordones”, y algunas más que sería prolijo enumerar.

Señales para conocer el tiempo
En ‘Curiosidades’, págs. 25-26, de Félix Navarro, puede leerse que Sir Humphy Davy explica en uno de sus libros el porqué de algunas señales del tiempo. Cuando las nubes en el ocaso son muy encarnadas, augura buen tiempo, porque el aire seco refracta los rayos del Sol de color más rojo, y como el aire seco no es perfectamente transparente, se reflejan mucho en el horizonte.

Una puesta de Sol de color cobrizo y amarillento suele indicar lluvia; pero no hay signo más seguro que un halo luminoso alrededor de la Luna, y tanto más inminente es el agua cuanto mayor es el círculo de luz. La gran cantidad de vapores de agua en el aire es la causa de este fenómeno.

Cuando las golondrinas vuelan muy alto es de esperar que continúe el buen tiempo, y cuando van cerca del suelo es casi segura la lluvia. Porque las golondrinas persiguen mosquitos y otros insectos que vuelan con preferencia en las capas más calientes del aire. Como el aire caliente cuando está seco es más ligero que el aire de junto a la tierra, sube a regiones elevadas de la atmósfera. Pero cuando el aire más caliente está junto a la tierra, el aire más frío tiene que bajar a reemplazarlo y depositar al bajar la humedad condensándose en forma de lluvia.

Cuando las gaviotas se reúnen en tierra, es casi segura una tempestad, porque durante el buen tiempo los pececillos están en la superficie del agua y les pueden servir de alimento, mientras que cuando hay tempestad o peligro de ella, los peces se marchan al fondo y las gaviotas buscan su comida en los gusanos de la tierra. Casi todas las aves acuáticas hacen lo mismo.

Muchas supersticiones de la antigüedad tienen una explicación muy racional en los instintos de las aves. Los pescadores de caña tienen el ver a una urraca o marica sola por un mal agüero, mientras que ver dos juntas es buena señal; y tienen razón, porque cuando el tiempo es bueno, el macho y la hembra salen juntos, dejando en el nido los huevos o polluelos confiados a la benignidad de la atmósfera; pero en mal tiempo, o cuando va a hacerlo, una de las dos se queda cuidando el nido y la pareja sale a buscar el alimento.

En la peligrosa costa del Oeste de Inglaterra había la superstición de que cuando se oía en unas rocas un ruido especial, un demonio local, a quien llamaban Bucca, anunciaba un naufragio próximo. Hoy se sabe que el sonido camina mucho más velozmente que las corrientes de aire, y cuando se oye tal ruido es porque retumban truenos de tempestades cuyas nubes no se ven quizá aún, pero que está próxima; y como las rocas de esa extensa costa son tan peligrosas, en casi todas las tormentas suele haber algún naufragio de más o menos importancia.

Y ya que se ha tratado de árboles, Félix Navarro explica (‘Curiosidades’, pg. 27) que un socio de la Academia de Botánica de Edimburgo hizo notar lo exacto de la creencia extendida en Inglaterra de que nunca cae un rayo sobre las hayas o sobre los álamos. Se registraron los casos de rayos sobre árboles de que la Academia tenía noticia y no había entre ellos ningún árbol de estas dos clases herido por el rayo. Y añade que, en América, los indígenas se refugiaban bajo las hayas durante las tormentas, porque habían hecho la misma observación de que daba cuenta el académico escocés;, habiendo pedido noticias autorizadas a América sobre este asunto, se vio que estaban de acuerdo con las obtenidas en Inglaterra.

Sobre el aseo
Durante una larga época que sobrepasa el siglo XVIII los hábitos de higiene en Europa eran mínimos. Lo mismo sucedía en España. Por ejemplo, bañarse era considerada una costumbre superficial y perjudicial para la salud, por lo que debía evitarse a toda costa. De ahí que el monarca francés Luis XIV tan sólo tomara baños por prescripción médica; es decir, en casos de absoluta necesidad.

En España, después del baño debía guardarse reposo en la cama, al menos durante un día.

Otro monarca francés, Enrique IV, además de por mujeriego, se hizo famoso por no lavarse nunca. Tal era su olor corporal que su esposa en la noche de bodas (y también algunas de sus amantes) sufrieron desmayos al compartir el lecho con tal personaje. Otras, sin embargo, encontraban agradable su olor cabruno.

Tal era la afición a la suciedad, que el siglo XVIII (el siglo de la Ilustración o de la Razón, el siglo de las levitas y casacas hechas de seda y bordadas de oro? fue de una suciedad inimaginable, donde se procuraba camuflar tan nefandos olores con cantidades ingentes de perfumes.

Se cuenta que cuando el monarca Luis XVIII entró por primera vez en el palacio de las Tullerías, tras la vuelta del exilio inglés en 1814, una dama del séquito que le acompañaba, al pasar por un corredor que olía, puede decirse, ‘a perros muertos’, profirió entusiasmada: -¡Ah! ¡Qué olor! ¡Comme ça me rappelle le bon vieux temps! Que en castellano sería: ¡Cómo me recuerda los viejos tiempos!

Y siguió contando a los cortesanos más jóvenes que ella, y el resto de las damas, durante el reinado de Luis XVI, orinaban de pie donde les apretaba la necesidad, bien fuera en pasillos, patios, e incluso en la cámara real o en la misma sala del trono.

Lo que no deja de sorprender es que aún en el siglo XIX un periódico de Paris incluyera un artículo contra “el lujo de la limpieza”, porque entre las gentes se había generalizado la “lamentable costumbre de lavarse diariamente las manos y la cara”.

Regalos de boda
Un joven muy inteligente y de brillantes cualidades se casó con una muchacha al parecer trivial e insignificante. Todos sus amigos predijeron que el matrimonio no duraría mucho. Sin embargo, a medida que iban pasando los años la felicidad del matrimonio iba en aumento. La curiosidad entre sus vecinos se hizo evidente y uno le preguntó en qué consistía el secreto de su felicidad.

-Me parece – contestó el marido – que la razón son los regalos que mi mujer y yo nos hacemos en los aniversarios de nuestra boda. Nada tiene de particular hacerse un pequeño regalo en estas ocasiones; pero los nuestros son algo diferentes.

Antes de casarme, yo era un gran entusiasta de la fotografía, pero la dejé porque a Carmen no le interesaba; pero la víspera de nuestro primer aniversario de boda, con gran sorpresa mía, la vi sacar mi máquina y disponerse a hacer una foto de una naturaleza muerta, haciendo un uso muy acertado de luces y sombras. Revelamos la placa y cuando estábamos en el laboratorio me dijo: “Este es mi regalo en nuestro primer aniversario de boda”. Durante todo el año había estado mi mujercita estudiando fotografía en secreto para sorprenderme. Por mi parte, solo puede corresponderle con un pequeño regalo.

Carmen había sido siempre muy aficionada a bailar, en tanto que yo consideraba el baile como una pérdida de tiempo; pero aquel año tomé lecciones de baile y en nuestro segundo aniversario, mientras bailábamos un vals, le dije al oído: “Este es, querida mía, mi regalo en este segundo aniversario”.

Al año siguiente, ella aprendió el ajedrez para que pudiéramos jugar juntos a mi juego favorito y a mi vez yo aprendí francés, idioma que a ella le gusta mucho y habla con fluidez.

En estos regalos, ni ella conoce mis planes ni yo los suyos, y ojalá el destino nos permita seguir cambiando estas sorpresas, por lo menos hasta el día en que celebremos nuestras bodas de oro. (Revista Literaria Novelas y Cuentos, no 911, 24-octubre-1948).

Álbum
Según el Diccionario de la Real Academia, álbum es un libro en blanco, comúnmente apaisado y encuadernado con más o menos lujo, cuyas hojas se llenan con breves composiciones literarias, sentencias, máximas, autógrafos, retratos, discos, etc.

El nombre procede del latín ‘album’ (encerado blanco, o lo blanco, simplemente que se colgaba en el foro) como alusión al lienzo de pared blanqueado o encalado que se usaba en Roma para escribir las actas oficiales de los magistrados, sus disposiciones, sus sentencias, los edictos de los funcionarios públicos o los anuncios de ciudadanos. Por ejemplo, el ‘Album senatorial’ era la lista de senadores, preparada por los dos censores cada cinco años.

Un ejemplo de anotación en un álbum es lo que escribió Rubén Darío a una señorita llamada Sara:

¿Has visto, Sara, qué bellas
se presentan las corolas
de las tiernas amapolas
a la luz de las estrellas?

Pues así, estas marchitadas
y descoloridas flores
tendrán luz a los fulgores
de la luz de tus miradas.

Damas pedigüeñas
Según escribe Néstor Luján en ‘La vida cotidiana en el Siglo de Oro español’, págs. 107-109, fue este un punto del cual hablaron mucho los satíricos y que recogió puntualmente José Deleito y Piñuela en el tomo de sus series sobre la historia del reinado de Felipe IV, titulado La mujer, la casa y la moda, donde dice: “La falta de cultura espiritual y de ocupaciones serias y el ambiente frívolo y pueril en que vivían las más de las mujeres, hacíalas ávidas de joyas, golosinas, perifollos y pelendengues; antojadizas de cuanto podía halagar su vanidad o su gusto y faltas absolutamente de delicadezas para procurárselo si no estaba al alcance de sus manos o de su bolsillo”.

Este era, según Loján, el tipo de dama pedigüeña que sin ningún escrúpulo importunaba constantemente a sus galanes, amigos o desconocidos y a quien sus adoradores tenían que estar constantemente llenando de obsequios, si no querían verla desabrida y huraña. Y como prueba de ello, Luján recoge las siguientes citas:

En la comedia de Pedro Calderón de la Barca ‘Fuego de Dios’ la hermana de un galán expresa lo más oportuno para agasajar a la dama de sus pensamientos, y lo dice así:

Que si a las confiterías
vas de la calle Mayor
en ellas hay puntas, cintas,
abanicos, guantes, medias,
bolsos, tocados, pastillas,
bandas, vidrios, barros y otras
diferentes bujerías…

De estas aseveraciones se deduce que no eran tan sólo las mujeres de vida equívoca, sino también las más honestas, las que pedían sin sonrojo regalos a cualquiera. Incluso el caballero que acompañaba incidentalmente a una dama estaba obligado a comprar, si se lo pedía, cuanto ella se le antojara a su paso.

Igualmente, Calderón, en su comedia ‘Los tres mayores prodigios’, al llegar su criada Sabañón a la isla de Colco, exclama:

Sabañón
¡A linda tierra llegamos!
Astrea
¿En qué veis que es linda tierra?
Sabañón
En que ha hablado una mujer
cuatro palabras enteras
sin pedir algo; que allá
en la mía no se enseña
a hablar ya, sino a pedir.
Cualquiera que a decir llega
“beso a vuesamerced las manos”.
-“Para aloja” – es la respuesta;
si “¿Cómo está vuesarced?”
dicen: -“Para la comedia”-
-“¡Buenos días!” –“Para guantes”.
-“Pues ¿qué hay?” –“Para una merienda”.
Que aun el ser cortés un hombre
ya le ha de costar su hacienda.

Y Luján concluye: “En este verso hay una expresión ‘para guantes’ que era el gracioso y equívoco eufemismo que se usaba cuando el regalo era en dinero. Guantes pasó a significar propina y aun en el actual Diccionario de la Real Academia Española guante significa agasajo o gratificación, especialmente la que se suele dar sobre el precio de una cosa que se vende y traspasa. Así pues, la expresión para guantes, y guantes fue desplazada paulatinamente por la generalización de la palabra propina”.

‘Adobar los guantes’ es frase figurada que significa regalar y gratificar a una persona.

Sodomitas discriminados
Chindasvinto ascendió al trono, siendo ya octogenario, tras destronar a Tuga con ayuda de la nobleza. Promulgó numerosas leyes que igualaban a godos e hispanorromanos. Sin embargo, una de sus ordenanzas fue absolutamente parcial. Todo aquel que fuera sorprendido practicando actos de sodomía sería castrado sin miramientos; menos los religiosos, a quienes se les permitía gozar de tal placer.

Nobles de bragueta
Un caso particular de las diversas clases de hidalgos era la de los denominados ‘de bragueta’; es decir, aquellos que habían recibido las exenciones y los privilegios de nobleza por tener 12 o más hijos mayores.

Cachondeíllos perpendiculares
Si hay un pájaro en la alamea
que se posa de árbol en árbol,
a mí qué más me da
si ni el pájaro es mío
ni los árboles tampoco.

Jabas puse el lunes,
jabas pues el martes,
el miércoles jabas
y tomate, el viernes
judías por ver si nos convenía.

Y como no nos convino
jabas puse al otro día.

Las abejas de Napoleón
Se dice que, deseando Napoleón I tener algún emblema más antiguo que el de las flores de lis de los Borbones, adoptó la abeja con las circunstancias siguientes: Cuando se abrió en 1653 la tumba de Childerico, padre de Clodoveo, se encontraron además de los esqueletos de un hombre y un caballo, de sus armas y varios objetos, como unas trescientas laminitas de oro, que los heráldicos franceses declararon que representaban abejas, aun cuando no tenían más que una remota semejanza. Estas pequeñas láminas tenían en el centro una piedrecita de cornelina. Al declarar que eran abejas, se creyó que eran un emblema de la actividad, si bien no debían ser más que las flores sembradas que adornaban el arnés del caballo de guerra. Luis XIV las hizo conservar en Versalles, colocándolas sobre un fondo verde, que fue el color real de los Merovingios y de aquí provino que adoptase Napoleón ese color y el mencionado emblema como distintivos de su Imperio.

El dominador del mundo
Cuentan que Temístocles, general ateniense que venció a los persas en la batalla naval de Salamina en el siglo V a. de C., le dijo un día a su hijo:

-¿Sabes qué he pensado? Que eres el hombre más poderoso del mundo.

Ante la sorpresa de su retoño, Temístocles continuó:

-Sí, sí, verás… Resulta que los griegos somos los hombres más poderosos del mundo; Atenas domina a Grecia; yo mando en Atenas; tu madre manda en mí, y tú consigues de ella cuanto quieres… Está claro, hijo mío, que tú eres el hombre más poderoso del mundo.

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