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Pausar la vida

Pausar la vida
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Cual si de un camino se tratase, es preciso “ensanchar la vida”, tal como le oí decir en el documental ‘Death Café: la música de tu vida’ a una de sus protagonistas. En este tránsito por el mundo, en este deambular por las rutas que se nos presentan y por aquellas que elegimos, vamos encontrando situaciones, cuestiones, problemas, soluciones, personas. Aprendemos. Este lema, en boca de Laura, nos propone aumentar el caudal de experiencias que como seres inteligentes podemos tener.

Esta es la base de un modus vivendi que uno intenta asumir cada día, a cada momento, intentando recordar que es necesario pausar la vida, saborearla cuando se deja, buscarle las vueltas cuando se vuelve juguetona, seguirle la corriente cuando otra no queda, llevarle la contra porque por ahí no, por ahí no me lleves. Este lema de vida ha aparecido en mi camino a raíz de una circunstancia de salud que se me ha terciado, una de esas que te hacen valorar cada momento, cada gesto, cada pequeña cosa, de manera que cada momento, cada gesto, cada pequeña cosa aporte, sume y sea un motivo más para seguir, para exprimirle el jugo, para disfrutarlo. “Hay que tomar días para vivir”, solía decir mi madre.

Hoy, con la zozobra de un acontecimiento triste, uno de los inevitables, recuerdo, mientras esto escribo, ese lema de vida y a quien me lo regaló, Laura Martín. Recuerdo su pausa, su sonrisa a pesar del dolor y del sufrimiento que acarrea el cáncer, esa enfermedad que nos enseña a valorar, ese que en su manera de verbalizarlo era, no una lucha (porque de esa terminología huía Laura), sino una oportunidad para ensanchar su camino, para vivir con todas las ganas, para dejarse el pellejo en cada alegría, para echar todo el ánimo en el asador. Para vivir, quizá sin más. “Te veo sonreír sin lamentarte de una herida”, canta ahora Pablo Milanés para ti, Laura.

Y me viene un recuerdo sereno que, como ella seguro hace, nos pide a todos salir a buscar la luz, a sentir el sonido del camino bajo nuestras pisadas, a abrazar el universo, que es como abrazarnos los unos a los otros. Abrir los brazos y dejarnos inundar, suspirar con los ojos cerrados. O abiertos, si no queremos perdernos ni un ápice del maravilloso espectáculo que, por encima de nuestros enfados, de nuestros problemas, de nuestras circunstancias, se desarrolla a nuestro alrededor a cada momento.

“Ve y vive”, nos lo están diciendo continuamente, nos lo estamos diciendo, aunque muchas veces no lo oigamos. Tomemos la música que llevamos dentro y vayamos a darle la serenata (o la matraca, si se quiere) al viento, o a cantarle las cuarenta al azar. Soltémosle un “¿Y qué? ¡Aquí estoy yo!” si, a la vuelta de nuestros pasos, nos topamos con un giro que se atreve a negarnos una sonrisa. Digámosle al propio destino que mejor se dé la vuelta si se empeña en fruncirnos el ceño y farfullar algo ininteligible. Que se me entienda a mí ahora: Quien la sigue (la sonrisa) la consigue.

Nunca sabemos qué llegará primero, si el próximo amanecer o el tránsito, ese que solemos llamar muerte. Me atrevo a plantearlo así porque así puedo hacerme a la idea de lo importante que es disfrutar del atardecer de dentro de un par de horas, de la estridulación del grillo (sí, su canto) que al anochecer inundará mi ventana, de la sonrisa del niño que se esconderá tras un gesto tímido cuando le dedique una mueca (una ‘cirigoncia’, palabra que yo escuchaba mucho de muchacho). Y es que ahora hasta las palabras son una oportunidad para la pausa, para la reflexión, para acordarse de alguien…

“Cirigoncia… se escrevirá assina, Cruz?” ¿Quién mejor para preguntarle que a aquel que tan bien gastava el Estremeñu? ¡Ojalá pudiera! Hace unos días se acalló la voz del poeta, sin duda de los mejores que haya dado la tierra, pues a la tierra cantaba y de la tierra nacían sus versos. Transitaron los sentiris del su pechu hacia otra dimensión. Su grave y, a la par, atemperada voz recitaba “Amanecí en la tierra de tu vientre, mecido por el mar de tus laderas…”, cantándole a su Madre Extremadura. Recio como la su tierra, deja una huélliga bien marcá en los que tuvimos el placer de conocerlo (no necesitó uno tratarlo más que dos ratinos para saber de su huerça y su güena sangri). Cruz Díaz, los Sentiris dela tu tierra, de la que nos donabas tus mejores versos y sentimientos, seguirán rehilandu nel airi para quien quiera leer tus poemas, para que todos sepamos que hablar así “no es palral mal castellanu, es palral bien estremeñu!”.

Te oigo recitar tus versos, Cruz, a la par que me suena tu sonrisa, Laura, y resuelvo terminar recordando que es necesario ensanchar la vida, que toca pausarla, pero siempre ahilandu palantri con huerça i simpatía. Cada uno, en honor y recuerdo de quien quiera.

Antonio Maqueda Flores

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