Tres suites para piano vívidamente pintorescas, que evocan los colores y ritmos de la vida española, se presentan en una nueva grabación de Pedro Piquero, artista formado en la larga y distinguida tradición pianística española.
Joaquín Turina (1882-1949) nació en Sevilla, donde recibió sus primeras lecciones de música. Estudió en Madrid desde 1902 y se estableció en París entre 1905 y 1913, donde recibió lecciones de composición de Vincent d’Indy en su Schola Cantorum de París, mientras estudiaba piano con Moritz Moszkowski. Inevitablemente entró en contacto con Debussy y Ravel, y sus primeras composiciones estaban claramente influenciadas por los impresionistas.
Sin embargo, regresó a su España natal y desarrolló su propio estilo, en el que predomina el rico folclore, la música popular y la atmósfera de España. Junto con Isaac Albéniz, Enrique Granados y Manuel de Falla estableció la escuela nacionalista española.
Esta nueva grabación de la discográfica holandesa Brilliant Classics presenta una selección de las obras para piano de Turina: ‘Sevilla. Suite pintoresca Op. 2’, ‘5 Danzas Gitanas Op. 55’ y ‘Danzas Fantásticas Op. 22’, una música de gran originalidad escrita en un avanzado lenguaje armónico.
Nacido en Sevilla en 1976, Pedro Piquero recibió su formación musical en España con Esteban Sánchez y en Estados Unidos con Caio Pagano. La pianista Maria João Pires lo invitó en 2002 a residir en el Belgais Center for Arts en Portugal. También es monje budista Soto Zen, discípulo del maestro japonés Gudō Wafu Nishijima.
Hemos tenido la oportunidad de preguntarle acerca de sus impresiones sobre su último trabajo.
¿Qué le atrajo de la obra de Joaquín Turina para abordar esta grabación?
Creo que Turina es el gran menospreciado de los autores de la escuela nacionalista española. Probablemente, por cuestiones políticas, y, por tanto, ajenas a su talento, gran parte de sus creaciones han sido relegadas al ostracismo artístico. Tenía interés en abordar este repertorio interpretando algunas sus obras para piano más conocidas.
¿Cómo describiría su relación con la música de Turina?
Es curioso. Muchos jóvenes estudiantes de mi época tocaban Turina como repertorio del curso académico. Sin embargo, yo solo recuerdo haberme acercado a Mompou, Albéniz y Granados. Ahora veo esto como una pequeña tara y una oportunidad perdida, ya que pude haber estudiado sus piezas con uno de sus grandes defensores, el genial Esteban Sánchez.
¿Hay algún aspecto de la vida o la música de Joaquín Turina que le haya inspirado particularmente como intérprete?
Siempre me llamó la atención su pasión por la fotografía y los dotes pictóricos de su padre. Para mí, su música representa el despilfarro de color y armonía personalísima que fascinó al propio Debussy (algo que la creadora de la portada del disco, la eximia pintora Silvia Cosío, ha sabido representar con precisión y un gusto exquisito). Lo que el público puede encontrar en sus obras orquestales, como la ‘Sinfonía sevillana’ o ‘La procesión del rocío’, creo que posee un valor incalculable.
¿Cuál de las piezas incluidas en este álbum considera más desafiante desde el punto de vista técnico y emocional?
Para mí todo es difícil. No hay nada, en ningún repertorio, que no me suponga un desafío técnico, emocional o intelectual. A nivel puramente mecánico creo que ‘Sevilla’. ‘Suite pintoresca’ es muy exigente, pero, en mi opinión, interpretativamente los tres cuadernos de obras registrados en el disco son considerablemente complejos.
¿Qué espera que el público sienta al escuchar estas obras de Joaquín Turina?
Confío en haber realizado un homenaje digno a este gran compositor. La España que deja entrever su música nos recuerda que hubo un momento donde lo popular y lo culto iban de la mano sin vulgaridades ni trivialidades. Ya existían grandes registros de estas obras. No tengo otro interés que aportar una modesta visión desde la admiración y el decoro. Si después de escuchar estas obras alguien se siente orgulloso de tener una figura tan relevante en nuestra cultura, habrá sido un gran honor servir de vehículo.
Hemos leído sobre usted que es “una mezcla gloriosa de Glenn Gould y Carlos Kleiber”. ¿Cómo percibe estos comentarios?
Desgraciadamente, no creo que esas palabras sean imprecisas, sino claramente erróneas. Cualquiera que me conozca un poco, o haya indagado en los genios de Gould o Kleiber, sabe lo que digo. Más quisiera yo. Uno agradece la deferencia, pero sé que se trata de exageraciones lanzadas desde el afecto, las cuales, a su vez, sirven para promocionar un trabajo.
¿Influyen de alguna manera en su enfoque interpretativo?
Las críticas positivas pueden estar bien, pero no deberían influir en ninguna aproximación artística. Pienso que es importante tomar distancia de una idea de excelencia que nadie puede alcanzar en aras de complacer a algo más que no sea el arte en sí mismo.