En la época de la posverdad seguimos jugando a extraer conclusiones de un sistema educativo multifactorial a partir de pruebas ‘objetivas’ de comprensión lectora y Matemáticas.

Para más inri, la muestra está tomada entre nuestros adolescentes; es decir, si tenemos en cuenta que el proceso educativo de nuestros hijos e hijas comienza a los 3 años de manera formal y concluye a los 16 de manera obligatoria, queremos averiguar los problemas empezando por el final, no por el principio. Es como si yo, maestro desde hace 20 años, esperase a la tercera evaluación para tomar medidas educativas con mi alumnado, un mes antes de que dejara de darles clase porque pasan al curso siguiente.

Se trata, por tanto, de realizar una foto fija de una realidad en constante movimiento. Una foto que sirva a corto plazo para buscar culpables, no para encontrar soluciones, y mucho menos si quienes tienen que encontrarlas son la parte fundamental del problema, a mi juicio.

El sistema educativo lo forman, siguiendo un orden subjetivo, principalmente el alumnado, sus familias, docentes, equipos directivos, inspección, el resto de administración y el nivel político. Este sistema podría ser aplicable a cualquier ámbito de la Administración, de la salud, del orden público, de la judicatura, etc. Pero ya hace mucho tiempo que, en el subconsciente sociológico, tan apremiado por sacar conclusiones simplistas e inmediatas, están claros los culpables: el cuerpo de docentes.

La triste pena es que el nivel político es el que nos sitúa en esa posición para que nos pongan a los pies de los caballos, pero la realidad es que así está la mayoría del funcionariado público, desde las oficinas de correos, pasando por las ventanillas de los centros de salud, los registros de la propiedad, etc.

El hecho de crear leyes educativas inaplicables en la práctica no hace sino degradar cada minuto que pasamos en este ámbito de la Administración, donde evaluar con un cierto rigor es imposible de llevar a término sin medios informáticos; donde los documentos administrativos requieren de un tiempo de elaboración que excede de su propia efectividad práctica, salvo honrosas excepciones; donde la carga administrativa de los equipos directivos invade de manera constante su vida privada para poder llevarse a cabo; donde la labor inspectora de asesoramiento se reduce al ámbito oral, casi nunca por escrito, por la cantidad de incongruencias que plantea y que son imposibles de explicar…

Hace ya mucho tiempo que los resultados del alumnado son más fruto del azar de encontrar a las personas adecuadas que traten con ellos y ellas que por la propia garantía de un sistema equilibrado, con rigurosidad científica, eficacia en la utilización de los recursos, y con los valores necesarios que aseguren que las personas que pasen por él puedan tratarnos con humanidad y empatía en el futuro.

Es inútil que disparen al pianista (docentes, sanitarios, administrativos, jueces…) a menos que desafine. Son simples funcionarios con unas labores perfectamente tasadas por ley. Más bien dirijan su mirada hacia aquellas personas con ‘capacidad’ de decisión que, bajo el disfraz de garantes de los servicios públicos, lo único que vienen haciendo con una periodicidad estacionaria es que no sepamos si los golpes nos los dan con la mano derecha o con la mano izquierda; lo que me va quedando más claro es que nos los dan con la mano abierta y cada vez con más fuerza.

Eugenio Cortés
Maestro de Educación Primaria y licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales