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Tumbas antropomorfas junto al puente del río Ardila. Feliciano Correa

Tumbas antropomorfas junto al puente del río Ardila. Feliciano Correa
Tumbas de piedra en la necrópolis de La Comenera, en Salamanca. Foto: E. Corredera
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Dedicado al profesor Genaro González Carballo, que ha mostrado notable curiosidad por estas cuestiones

Excavadas en roca junto al Puente viejo, única obra que ha servido en el pasado para cruzar el río Ardila. Se sitúan, puente y tumbas, muy cerca de la pedanía de La Bazana, poblado inaugurado el día 15 de mayo del año 1956

 

I. Mis recuerdos en ese lugar y de otros enclaves jerezanos de interés arqueológico

Estuve en la inauguración de La Bazana. Ese día fuimos en el camión de mi padre, con la plataforma acondicionada con bancos y un toldo. Años más tarde fui pregonero al celebrarse el 50º aniversario de su creación.

Y conozco el sitio desde que, en los años 60 del pasado siglo XX, acudía por el término de la ciudad de Jerez a fin de satisfacer mi interés por la historia y mi curiosidad por todo lo que rodeaba a mi pueblo y a sus orígenes. Lo hacía pertrechado de cuaderno.

Iba en vacaciones de verano o en la Semana Santa. Y llegaba hasta esos parajes todos de interés. Yo, en esos periodos, residía en la pedanía de Brovales, donde intentaba que mis hijos se afianzaran en el amor a la naturaleza, a los animales, a las plantas y a sus luces brillantes en las amanecidas. Y les ilustraba para que se sorprendieran con esos tonos inigualables que regala el horizonte por encima de la dehesa en las puestas de sol.

Años más tarde, cuando fui nombrado delegado del Ministerio de Cultura en la provincia de Badajoz, proseguí en ello, ahora con más asiduidad. Atravesé en mi recorrido los campos jerezanos y el término de otros pueblos próximos. Fruto de ese afán organicé campos de excavaciones, ocupándose los excavadores en necrópolis desoladas, en el estudio de dólmenes, y con una dedicación especial a la villa romana de El Pomar.

Mientras se limpiaban los restos en los yacimientos íbamos saneando su entorno y levantando memoria de lo que se descubría. Las tumbas antropomorfas del Ardila quedaron protegidas entonces con un cerramiento de alambres y postes, con un cartel explicativo y con arena en las oquedades de las sepulturas para que el agua, al congelarse, no las presionara en invierno. Todo ese cuidado ha desaparecido.

En aquellas tareas conté, por fortuna, con un equipo de voluntariosos muchachos, jóvenes universitarios o recién graduados. Los alojaba en la escuela hogar situada en la Calle Templarios, y se las arreglaban, de sol a sol, con algún bocadillo que les alimentaba el cuerpo y les reforzaba el ánimo para descubrir un poco más del pasado; todo ello se relató luego en algunos artículos.

Lo cierto es que sus tareas ponían algo más de información en esos rincones arropados por la desidia, la tierra eterna y el olvido. Recuerdo los nombres de José Ángel Calero, del profesor Membrillo, de Francisco Germán Rodríguez Martín, y del querido don José Álvarez Sáenz de Buruaga, patriarca extremeño de la arqueología al que, en su sede de Mérida, pedí consejo y asesoramiento en algunas ocasiones.

En el equipo había afanosos aprendices de arqueología, que seguían las instrucciones del que era entonces director del Museo Arqueológico de Badajoz, José María Álvarez Martínez, y de otros especialistas. A veces, en esas horas de sosiego, y para dar cuenta de los hechos, nos reuníamos en alguna taberna jerezana, a la que asistía también mi querido maestro Casimiro González, José Carrasco Sevilla, y el excelente conductor del Parque Móvil que me había asignado el Ministerio, Inocencio Cortés, extraordinario profesional del volante. Otros amigos se unían a nosotros llamados por la curiosidad de esos locos por el descubrimiento.

En paralelo a eso se vivió en Jerez una época brillante, con gran alborozo cultural, pues en el legendario convento de Aguasantas organicé también cursos de música para jóvenes, con la ayuda y supervisión técnica del Conservatorio de música de Badajoz. El inquieto y buen mantenedor de esas jornadas, que cada día obsequiaban con un pequeño concierto en el claustro del viejo convento a los que querían acudir, fue Emilio González Barroso, él puede dar testimonio de todo aquel añorado ambiente.

 

II. El puente sobre el río Ardila

Foto: Genaro González Carballo
La estampa de este monumento sobre el río Ardila nos muestra que hubo de soportar avenidas con mucho empuje. Prueba de este hecho es la robustez de sus tajamares y la perforación del pretil, a fin de que la corriente del río no se llevase por delante esta protección para no caer fuera del camino a quienes lo atravesaban. Foto: Genaro González Carballo

Tanto el entonces director del Museo Arqueológico de Badajoz, como luego en su condición de director del Museo de Arte Romano de Mérida, creía, y cree, que ese monumento elevado para atravesar el río Ardila no es de origen romano. Argumentaba que, de serlo, debería hallarse cerca de él alguna calzada que, hasta ahora, no ha sido datada ni se tienen noticias de haber sido descubierta ni excavada.

Foto: Genaro González Carballo
Un estudio más detallado de la fábrica del puente podría orientarnos sobre el origen de sus cimientos y las posteriores intervenciones. Foto: Genaro González Carballo

Es mi parecer que para poder decidir sobre su primitiva fabrica tendríamos que estudiar bien sus cimientos, las rocas de sus arcos, los refuerzos; porque si ello se hiciera es posible que nos despejara dudas sobre sus orígenes; cuestión que ahora mantiene tantos interrogantes.

Tengo para mí que, por las seguras avenidas de ese afluente del Guadiana, con tanto empuje de aguas antes de estar regulada su cuenca por los pantanos de Valuendo y Brovales, el puente pudo quedar deteriorado en distintas ocasiones. Y decimos esto porque al asomarnos a las crónicas franciscanas de la provincia de San Miguel de fray Ioseph de Santa Cruz y a las crónicas o memorias de la provincia de San Gabriel, escritas por fray Juan Bautista Moles, tan completas y minuciosamente redactadas unas y otras, sabemos de cuánta agua caía en la ciudad y en sus inmediaciones en ciertas épocas. La narración de lluvias intensas, anegando casas y conventos fue tanta, que se describen como, en cierta ocasión, se llevó hasta hacerla flotar la lámpara del sagrario del cenobio de monjas recluidas en el Madre de Dios. Esto nos revela el volumen de agua caída.

Ante su segura destrucción por estas presiones, al menos en parte, el puente hubo de necesitar ser restaurado, de tal modo que es muy probable que desde la Edad Media tenga ‘remiendos’, que aparecen muy disimulados en su morfología. Era en realidad el único medio entonces de vadear el río, y se hacía preciso tenerlo a punto o arreglado en cierto modo para el trasiego de bienes y ganados.

Permítanme recordar que cuando se publicó la Libretilla Jerezana ‘Piedras Armeras en Jerez de los Caballeros’, de Pedro Cordero, con prólogo y epílogo por mí firmados, además de las muchas anotaciones que Cordero coloca a pie de página, todas sacadas de mis archivos, resultó que, al llegar hasta ese puente, tuve que desenterrar en parte, y limpiar, una piedra armera que estaba, y está, empotrada en el pretil del monumento. Lo logré con la ayuda de un campesino (puede verse la foto en la página 300 del mencionado libro, y en la segunda solapa del mismo).

Y esa presencia nobiliaria no tuvo otro sentido que dejar el sello bien palpable de quien contribuyó a su restauración. Materializó así el aristócrata y potentado la ‘marca de su casa’, de su estirpe. Y es que necesitaban los dueños usar la plataforma para poder trasladar desde sus fincas el fruto ganadero, los pastos, leña o grano de un lado a otro del Ardila. Por ello a esas reparaciones contribuyeron con sus dineros y la mano de obra precisa.

Puedo sumar a todo esto que en la literatura sobre fábricas romanas que hemos consultado nunca aparece relacionado el ‘Puente viejo del Ardila’. Y, al ver su prestancia y utilidad, de ser romano aparecería anotado por los arqueólogos especialistas de la época, y mencionado como monumento dentro del territorio de ‘Fama Iulia’.

Entre las excavaciones que yo organicé en mi época de responsable del Ministerio de Cultura no tuve tiempo, aunque lo deseaba, de montar un campamento cercano para el análisis arqueológico de este significativo y sólido elemento de conexión entre ambas márgenes, con el fin de dilucidar y aclarar en lo posible su origen e intervenciones a lo largo de los siglos.

El viajero Pascual Madoz solo dice al respecto: “Tiene un solo puente, situado en el camino de Fregenal a Jerez de los Caballeros, distante una legua de esta ciudad, el cual es de 72 pies de elevación, 140 pasos de largo y 4 de ancho, con diez arcos grandes como de seis varas de luz y sobre los cuatro del medio, otros cuatro más pequeños fueron construidos en el año 1667 a costa de los vecinos de Jerez y del excelentísimo señor conde de la Puebla del Maestre, por mitad; es todo de piedra berroqueña, y labrada con mucho esmero y solidez.1

De lo escrito por Madoz dos cosas podemos deducir. Una de ellas nos delata las diversas intervenciones acaecidas en el monumento a lo largo de los años. Y otra es la aportación de los pudientes al mantenimiento de esa fábrica, como es el caso del destacado noble Conde de La Puebla, dueño de la inmensa finca de El Carbajo, situada en las proximidades y en la margen izquierda, que forzosamente hubo de precisar de ese medio sobre el río para el trasiego de los bienes logrados de sus anchurosas tierras. Esos espacios fueron muy destacados por su actividad agraria y ganadera. Buena muestra es que, en ese latifundio de El Carbajo, existió hasta el siglo XX una pequeña población de campesinos, que contaba con viviendas familiares, escuela e iglesia.

 

III. Las tumbas antropomorfas excavadas en la margen derecha del río Ardila, a pocos metros de los cimientos del puente

Sin duda llaman la atención estos restos del pasado, tanto por el culto que a la muerte se ha tenido siempre, como por extrañarnos no hallar otras semejantes en el ancho término de Jerez. No sucede esta ausencia de tumbas perforadas en roca en otros lugares de España.

Así, en el periódico Salamanca al día, y en su número correspondiente al 1 de noviembre de 2016, escribe Ester Corredera sobre ‘Los sepulcros pétreos en el oeste salmantino’: “Las piedras graníticas del noroeste salmantino, impresionantes por su tamaño y las formas que la erosión de la naturaleza les ha proporcionado, guardan además copiosos vestigios arqueológicos como las enigmáticas tumbas antropomorfas relacionadas con la siempre misteriosa cultura de la muerte”. Y más adelante agrega: “Una de las necrópolis pétreas más interesantes del oeste salmantino se sitúa en Sobradillo, en el paraje de La Colmenera, en las Arribes del Águeda. En este enclave se conservan más de 200 sepulturas excavadas en la roca, en un yacimiento con abundante cerámica tardo-romana, las conocidas popularmente como sepulturas de los moros”.

Como puede verse, la abundancia de estas excavaciones fue notoria en otros lugares y, sin embargo, en la zona de Jerez solo tenemos estas al lado del Ardila, por lo que su mejor conservación sería de gran interés para los arqueólogos y para otros interesados en estas cuestiones.

Tumbas antropomorfas junto al puente del río Ardila. Feliciano Correa
Tumbas de piedra en la necrópolis de La Colmenera, en Salamanca. Foto: E. Corredera

Sobre el puente y tumbas agrega el viajero Madoz lo siguiente: “A la cabeza se halla una pequeña columna de mampostería, donde había una inscripción, de la que solo se puede leer con claridad 1785, y se cree que fue el año en que se hizo alguna reparación. A la entrada del mismo puente se encuentran dos sepulturas de piedra viva, que, según la tradición, sirvieron de entierro al arquitecto que lo edificó y al perro que lo acompañaba. Este hecho no puede ser considerado sino como una anecdotilla vulgar”.2

Dicho lo anterior, y como contrapunto a la soledad de las tumbas de Jerez, me paro en el contexto histórico-geográfico de ese paraje tan bucólico, salpicados de molinos. Tiene el sitio una exuberante vegetación en las riberas del río que bordean esos curiosos huecos mortuorios.

En algunos textos que consulté cuando me interesé por ellos se subrayan lo muy trabajadas de estas oquedades, y cuyo fin era honrar la memoria de las personas depositadas en estos lechos pétreos, tan sólidos y casi imperecederos.

No hemos de extrañarnos de que se realizaran con el objeto de que durasen, pues nuestros antepasados tenían una habitual unión diaria con los cuatro elementos: el aire, el fuego, el agua y la tierra. Así que veían en la dureza y densidad de esas rocas un signo de perdurabilidad que con esas excavaciones se unían al espíritu del finado. Esa convicción explica ese tipo de perforaciones. El culto al desaparecido les instaba a acometer un trabajo delicado y largo en el tiempo, cual era llevar a cabo una perforación cuidada, tratando de ajustar las formas del hueco al fin funerario.

Digamos también que ese ofrecimiento a los muertos debía entenderse como signo de justicia al apreciar en los fallecidos valores por su trayectoria en vida, que podrían haberle dado nombre y fama. Los muertos parece que merecían esa, llamémosle, conciliación de sus restos con la piedra; era el honor póstumo según razonaban sus descendientes.

Para nuestros antepasados la piedra fue, ya queda escrito, uno de esos símbolos de ‘eternidad’. De hecho, los monumentos funerarios prehistóricos tienen la característica general de estar conformados por un conjunto ciclópeo que nos asombra cuando los contemplamos. Anhelaban resistirse al paso del tiempo, querían dejar huella imperecedera. Por ello pretendían fundir la ‘eternidad’ de las rocas con la parte inmortal de los allí depositados.

Es oportuno recordar aquí que la piedra de jade, por ejemplo, fue usada en ritos funerarios por muchos pueblos, y especialmente se utilizó en las culturas prehispánicas, era llamada la de jade la ‘piedra eterna’, por permanecer a lo largo del tiempo con la misma apariencia.

Sabemos también que los aztecas usaron máscaras de jade para actos religiosos, pues entendían que les conectaba con los dioses. En las civilizaciones pretéritas, incluso se cosían piezas de tesela de jade usándolas como sudarios.

La cultura de la muerte en tiempos pasados tuvo un peso enorme en la mentalidad de la gente, de tal forma que, como señaló en el siglo XIX Émile Zola, afamado novelista francés, “los muertos condicionan en alguna manera y cada vez más la vida de los vivos”.

Foto: Genaro González Carballo
Durante mi etapa como delegado del Ministerio de Cultura hice colocar una valla protectora de estos huecos. También un cartel explicativo, así como rellenamos las tumbas de arena a fin de que en invierno no se cubrieran de agua, porque luego, al helarse estos charcos dentro de la fosa, es bien sabido que empujan las paredes y rompen el molde. La imagen da muestra de la desidia actual. Foto: Genaro González Carballo

Estas excavaciones junto al Ardila, con diseño de formas adecuadas para depositar a humanos, como hemos dicho, proliferan más en otros lugares. A la hora de datarlas algunos investigadores han afirmado que son vestigios arqueológicos tardo-romanos o incluso altomedievales.

Ciertos sarcófagos romanos y de siglos posteriores, de los que tenemos muchas muestras en España, usan la piedra, a veces la piedra muy valiosa y tallada, para honrar a quienes bajo ellas descansan. Los ejemplos son muy variados y yo he visitado no pocas de estas muestras de artísticas. Viajé varias veces hasta Santa María la Blanca, en Villalcazar de Sirga, en el camino de Santiago y en la provincia de Palencia, con el fin de estudiar la vestimenta de los caballeros templarios. Pues los mismos aparecían tallados, con definición de sus capas y de sus cruces, y se ven en un sepulcro que muestra el cortejo fúnebre del infante don Felipe de Castilla. Es un trabajo que encargó, para su hermano fallecido, el rey Alfonso X el Sabio. El detalle esculpido de las vestiduras de estos monjes-soldados templarios es de una calidad excelente. La piedra, otra vez, era para los familiares del muerto el ramo de flores que no se mustia.

No sé si los mencionados y antiquísimos molinos ahí existentes pudieron tener algo que ver con la permanencia y uso de estas construcciones. Pero son elementos muy significativos y por su utilidad, y son admirables por su arquitectura vernácula. Es un asunto que, hasta ahora, escasamente se ha estudiado en estas riberas.

Foto: P¡nd!a
El agua era aprovechada por los molineros, y la dejaban correr. No usaban en realidad el líquido para consumo propio, sino su fuerza para la molienda. Foto: P¡nd!a

En el caso de Jerez, Álvarez Martínez cree que estas tumbas son propias del medioevo, más que de la antigüedad tardía. Siguiendo ese argumento se ha señalado por algunos historiadores que podrían tener relación con alguna alquería medieval, cuyos restos sería preciso investigar y localizar en esos parajes, para afianzarnos en dicha hipótesis.

Feliciano Correa. Doctor en Historia. Académico y Cronista Oficial de Jerez de los Caballeros


1 Vid. Dicc. Histórico-Geográfico de Extremadura. T. I. Pág. 170. Ed. Publicaciones de la Secretaría General del Movimiento. Cáceres. 1953
2 Id.

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