Todos nosotros tenemos una historia que contar. Hubo un artículo anterior que titulé ‘Una flor para Alicia’; hoy, la flor es para Fatiha, quien con 34 años está luchando con su enfermedad.
Esta nueva situación le ha ofrecido la oportunidad de renacer, de descubrir lo bello que es vivir y experimentar lo que no había conseguido en 34 años: aprovechar con ganas cada minuto, disfrutar de su familia y contribuir a hacer el bien a otras personas; en pocas palabras, le ha encontrado el sentido a la existencia.
A través de una nueva mirada ha sido consciente del estrés, tan alto y sostenido en el tiempo, que llevaba. También, retrocediendo al pasado, a su infancia y adolescencia, ha logrado hacer una revisión de aquellas cosas que aún estaban afectando a su vida.
Fatiha vivió mucho tiempo sin dar demasiado valor a cada uno de sus días; no le daba importancia a acontecimientos importantes que le sucedían, vivía de forma sistemática, todo pasaba desapercibido ante sus ojos…
Decidí escribir este artículo porque, primero, aunque a veces nos resistimos al dolor, es parte inherente de la vida; segundo, para recordar que somos más humanos cuando aprendemos a compartir nuestro sufrimiento y, de este modo, es más liviano de llevar; tercero, porque en una de nuestras sesiones le pregunté a Fatiha “¿Qué transmitirías en este momento a aquellas personas que siempre están insatisfechas?”, y su primera contestación fue “Darse un paseo por el hospital, por la planta de Oncología; damos por hecho que podemos levantarnos y hacer todo, mover una mano, respirar sin ningún aparato y algo tan básico como ir al baño, mientras hay personas que no pueden”.
Fatiha ha podido comprobar en este tiempo que el ego te arrastra a situaciones de tiranía y desagradecimiento. Ella tenía el último modelo de zapatillas o ropa que le llegaba de Estados Unidos, era una ‘niña fresa’ (cuando existe un sensible trato social y vives aislado de la realidad). Sin embargo, ha descubierto que lo material no conecta con ella; lo que compra se le olvida a los cinco minutos. Ha entendido que siempre le faltó conexión emocional, y el vacío que sentía lo intentaba llenar con personas o actividades lúdicas. Ella misma subraya que dar gracias y pedir perdón te hace estar en un escalón superior, en un nivel al que no llega cualquiera. Ahora lo más simple lo ve bonito, desde comprar un libro a que te regalen una flor.
“Quiero vivir y estaría muy agradecida si puedo seguir adelante; pero, si mi vida tiene que terminar, también estaría agradecida, porque he podido rectificar características de mi persona, he aprendido a encontrarme conmigo misma y con esa energía superior con la que cada uno logra sentirse liberado y en paz, llamémoslo fe o de otro modo”. Ese es su testimonio. Una de nuestras frases en sesión es “las estadísticas se rompen”. Fuerza, ánimo y adelante, Fatiha.
Reflexión: ¿Es necesario que nos suceda algo impactante para que nuestra brújula interior nos obligue a detenernos y ser conscientes de lo mucho que tenemos cada mañana al despertar?