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Vinos de Extremadura. José Luis Rodríguez Plasencia

Vinos de Extremadura. José Luis Rodríguez Plasencia
Foto: Cedida

Cuenta el escritor, periodista y gastrónomo Luis Antonio de Vega que la primera vez que recorrió Extremadura bebió en Mérida la caracolera, un vino de la tierra muy apropiado para acompañar los caracoles que se ofrecían en todas las tabernas locales, que ostentaban letreros anunciando dichos gasterópodos: “Hay caracoles”. Y añade: “El caracolero de Mérida lo encontré muy bien, entonado, con un poquito ‘mordiente’. Me dijeron que no había sido año de buena cosecha, ni de buena calidad”.

El viaje lo hizo durante la Guerra Civil, durante su ida y vuelta de Burgos a Cádiz, aunque lo apresurado del viaje no le permitió catar los buenos platos y los buenos vinos regionales. Aunque, eso sí, le permitió descubrir, aunque parcialmente, la ciudad de Cáceres, “una de las ciudades maravillosas de Occidente, no totalmente incorporada a los periplos turísticos, pero con méritos más que suficientes para ocupar uno de los primeros puestos”.

Tres veces dice Antonio de Vega que volvió a nuestra tierra (una de ellas durante las Jornadas Literarias) lo que le permitió recorrer muchas poblaciones, circunstancias que le ofrecieron muchas oportunidades, “ninguna desdeñada”, para catar los caldos de la región, entre ellos el turbio de Montánchez junto al canónigo de la catedral de Plasencia, “poco antes de que descubriera el lagarto, no como pila eléctrica pintada de verde, sino como manjar estimable”.

Las botellas tenían su etiqueta. añade. Es decir, había cosecheros que firmaban un vino que parecía que les salía turbio, malo, como si se le hubieran revuelto las zurrapas. Parecía, pero no lo era. El vino lo elaboraban deliberadamente turbio o, mejor dicho “salía turbio y no hacían nada por ponerlo transparente”.

“Cuando vi aparecer sobre la mesa el vino de Montánchez, lo comenté con los canónigos de Plasencia.

– ¡Qué vino más raro! ¿Por qué no lo rectifican?

– La cosecha no es muy larga y, por tanto, no es un vino destinado a la exportación. Hay en la región muchos bebedores que lo prefieren a los caldos brillantes”.

Aunque, añadió el canónigo, “no es solamente en Montánchez donde se elaboran vinos turbios. También pueden encontrarse en Trujillo y Cañameros”. (sic)

Estos vinos los encuban después de fermentados en tinas o tinajas de poca cabida (lo que en Sierra de Gata se conoce como pitarra), criando una flor parecida a los de Montilla y Jerez. Los encontró mejor de lo que esperaba, dada su apariencia. “Realmente no supe apreciar con precisión su graduación alcohólica. La calculé entre los 12 grados”. Aunque el vino extremeño más fuerte, “propio para ser bebido por los conquistadores, es el de Salvatierra de Barros, “magnífico caldo que supera los 15 de graduación alcohólica, muy simpático, entabla en seguida amistad con los que estamos considerados fervorosos simpatizantes de la producción del alcorato de los Vinos Machos”.

El viñedo, entre las dos provincias extremeñas, está muy desigualmente repartido. De las 75.000 hectáreas cultivadas de vid corresponden a Badajoz 60.000 y 15.000 a Cáceres. La producción de vinos, que en Badajoz se aproxima mucho a 650.000 hectolitros, en Cáceres no llega a los 90.000.

Las uvas cacereñas son Aragonés, Palomina, Alarije, Jaca, Pedrojiménez, Tintilla, y las pacen ses Lairén, Pedrojiménez, Temprana, Mantua, Jaén, Albilla, Moscatel, Torrontés, Morisca, Tintilla y Fray Gusano.

Y a continuación traza un mapa en el que destaca las zonas de producción vinícola de mayor rendimiento en Extremadura, debiendo de fijar una muy ancha, al norte, por encima del Guadiana, un par de leguas largas, más arriba de Mérida y Montijo, y al sur, Zafra, al este Villanueva de la Serena, y al oeste, Badajoz, capital vinícola de la provincia; quedan dentro de la comarca Guareña, Almendralejo, con vinos blancos, “que se obtienen de una uva con nombre de duquesa (Cayetana), muy extendida en la región, una cepa que deriva de las del grupo llamado Jaén”, Villafranca de los Barros y Fuente del Maestre.

Luego, dos zonas pequeñísimas, Montánchez y Camanero (Cañamero) y otra más amplia en Cáceres, que abarca Ceclavín, Las Rozas, Arroyo… Aunque no todos los vinos de Almendralejo son blancos. “Los entusiastas de los tintos estamos autorizados a solazarnos con uno de 15 grados corridos, muy subido de color, que se obtiene de la tinta denominada Negra de Almendralejo”.

Hay otros claretes extremeños, además del Montehermoso, en Fregenal, en Montánchez, y en Trujillo, los de los blancos turbios. Hay que añadir los de Villagonzalo, Torremejía, Solana de los Barros, Cabeza del Buey y Calamonte.

Los vinos pacenses son, en su mayor parte, de la clase denominada “común”, y aunque hay muchos cosecheros (y todos muy entendidos en caldos vinícolas) en Badajoz, los vinos de esta tierra no se han lanzado intensamente a la conquista de mercados, ni se les ha dado a conocer suficientemente.

Nosotros, durante las Jornadas Literarias, hicimos la entrada en Extremadura por Cabezuela del Valle, uno de los pueblos más bonitos de España y que más desorientan al viajero. En algunos sitios parece que “nos encontramos en la montaña navarra. El campo era una maravilla, con los cerezos en fruto”.

En Cabezuela busqué a Eugenia Serrano para salvarla de tenerse que refrescar con limonada. “El vino con que nos obsequiaron, y nos obsequiamos, en Cabezuela del Valle resultó muy bueno. Un tinto que no desentonaba con el magnífico jamón ni con un queso que si se le echa una instancia lo menos que hay que llamarle es excelencia”.

“Con un clarín gastronómico y pináceo como el que sonó a nuestra llegada a Cabezuela del Valle, el viaje por la Alta Extremadura había de ser una delicia”.

Y concluye: “Y lo fue”.

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