Si hablamos de aromas a frutas, a flores, a maderas, a especias… de que el producto viene cada año de una forma diferente según se dé la cosecha de materia prima… de que hay cientos de tipos diferentes porque hay gustos para todos… de que el producto necesita a veces un período de maduración, etc., podría parecer que estamos hablando de otro vino más. Pues no, es otra cosa, aunque todo ello es fragancia.
Vamos a continuar con un tema que es la columna vertebral de esta sección, remontándonos a marzo, abril, mayo y septiembre de 2021 y siguientes, cuando incidimos más de lo habitual en el sentido del olfato; hablamos de la bonita y mágica historia de los ‘Vinos de Pañuelo’ y cómo eran usados también como perfume.
De esos polvos vienen estos lodos, y es que el olfato es el principal sentido a la hora de comer, por mucho que nos empeñemos en decir “esto me sabe a…”. Así que vamos a continuar con ese tema, pero aplicado a los perfumes, otro tipo de arte o, mejor dicho, el mismo arte que el vino, pero con distinta forma.
Ya dijimos que con un plato de gachas y un par de muslos de cualquier bicho que haya estado vivo, pasándolo por el fuego, podríamos tirar para adelante sin problema. Sin embargo, existen cientos de recetas, estilos y tipos de cocina, porque también hay una necesidad de mero disfrute de lo estético, del arte, que se ha convertido en lo que da sentido a la existencia humana.
Precisamente por esto la filosofía siempre ha tenido el problema de definir qué es el arte; y, para su percepción, qué son los sentidos; y dentro de ellos, el olfato siempre ha sido un auténtico marrón al explicarlo y clasificarlo. Para Platón y Aristóteles el arte se identificaba con la imitación de la realidad y de la naturaleza. Para Kant, aquello innecesario para la supervivencia se puede considerar arte o estética. Pero cuando repasan los sentidos y cómo los usamos, siempre han huido todos de definir el olfato, y no por la escasa atención que le prestamos en la actualidad, sino por ser un sentido que es el más potente al evocar recuerdos y emociones.
Desde que nos pusimos a dos patas y descubrimos que la vista era una ventaja para ver y no ser vistos, hemos construido toda una sociedad basada en lo visual. Pero el sentido del olfato, amigos, está conectado al sistema límbico del cerebro, encargado de generar otro tipo de sensaciones; quizá por esto nos dé tanto… ¿Miedo? Además, percibir, capturar, clasificar, y ya no digamos transmitir un aroma, es una tarea casi imposible; tenemos que recurrir prácticamente a la poesía para explicarlo.
Lo mejor para entender esto es poner un ejemplo: a ver cómo cuentas cómo olía tu abuelo; y sin embargo es una sensación que guardas en tu memoria como parte imborrable de tu pasado, que no quieres perder por nada del mundo, que da sentido junto a otras piezas a quién eres tú, y que te genera unas emociones e imágenes solo igualables por los sueños o las fantasías (ni siquiera por la fotografía). Cosa que ocurre también cuando olemos el perfume de alguien. Os dejo felizmente con esta imagen de vuestros abuelos, abuelas y abueles, y seguimos el mes que viene. ¡Salud!