Muchas veces me han preguntado si prefería viajar acompañado o solo. La respuesta es clara: prefiero viajar. Nada más.
A veces, acompañado. A veces, solo. Nada es mejor; nada es peor. Depende del caso, de la situación, del momento, del escenario. En definitiva, de las circunstancias.
Últimamente se ha puesto de moda viajar solo. Creo que es una opción muy recomendable para quien nunca lo ha hecho. Experimentar la sensación íntima de enfrentarse a destinos nuevos suele ser realmente inolvidable.
Recuerdo aún algunos comentarios, de hace años, cuando me decidía por escapadas lejanas de varias semanas. Resultaba, cuando menos, extraño. ¡Qué se le habrá perdido allí a este hombre!
Han sido muchos los viajes que he realizado sin compañía y, desde luego, se logran recompensas que, de otra manera, serían complicadas de conseguir. Voy donde quiero y el tiempo que quiero; si me gusta una ciudad y deseo quedarme más tiempo no tengo que dar explicaciones; pongo yo mismo el ritmo de mi viaje de acuerdo con mis gustos y necesidades; elijo mi destino y lo que me gustaría ver; te enfrentas tú mismo a ese reto; conoces a nuevas personas y haces amigos, a veces, para el resto de tu vida. Todas estas ventajas son indudables, pero hay una realmente importante: te conoces más a ti mismo.
Sé que muchos viajeros no se atreven. Hablando con ellos, creo no equivocarme, tengo la impresión de que no es tanto el miedo a ir solos como el miedo a enfrentarse solos a uno mismo en lugares lejanos.
Algunas personas, que han marcado mi vida, las he conocido de esta forma. Seguramente, si hubiera viajado en grupo o acompañado de varios amigos no habría sido posible.
Es lógico que así sea porque las circunstancias te obligan a comunicarte mejor, a socializar más con los lugareños, a pedir ayuda cuando la necesitas o, simplemente, a dejarte llevar por tu intuición, que suele ser una buena recomendación. Incluso en momentos duros, porque los habrá si viajas de esta forma, es como si apareciera por arte de magia alguien que te auxilia cuando lo necesitas. Esa desprendida mano (da igual el idioma, la raza, la religión o la cultura) que se acerca a la tuya sin pedir nada a cambio.
Así pues, cuando me preguntan por qué viajo solo tantas veces, la respuesta es también, en este caso, muy sincera: porque lo necesito, porque me hace feliz, porque superas muchas inseguridades, porque me ayuda a desconectar y porque es una de las mejores maneras de conocerme.
No pretendo desde esta página sentar cátedra sobre cómo viajar. Muy lejos de mí tal pretensión. Lo que a cada uno le apetezca en cada momento, seguro que será lo mejor. No obstante, os hago esta breve reflexión: prueba a viajar solo. Quizás repitas. El viaje es diferente. Créeme.