Hace mucho tiempo que coexisten dos tipos de vino que ahora, por cuestiones de moda, consumo, tendencia o llamémoslo como queramos, se vienen confundiendo por sus nombres.
Aunque realmente no tienen casi nada que ver, entre las cosas que sí tienen en común está la ‘naranja’, que es lo que más se presta a confusión, puesto que uno es el llamado ‘Orange Wine’ y el otro el Vino Naranja del Condado de Huelva.
Hablaremos del que sí está hecho con naranjas, el del Condado de Huelva, con tradición desde alrededor de la segunda mitad del siglo XIX.
Cuando digo que está hecho con naranjas no quiero decir que esté hecho de naranjas. La elaboración de este vino aromatizado consiste en obtener primero un vino blanco, como el verdejo que podríamos tener en mente, por ejemplo, pero con las variedades admitidas y más usadas en la zona, que son Zalema, Pedro Ximénez, Moscatel de Alejandría o Palomino fino.
Por otra parte tenemos ya hechos otros vinos a los que se ha separado el alcohol del resto de los componentes; se ha obtenido así un alcohol vínico y en él se han puesto a macerar pieles de naranja, para que le transfieran sus aromas. La obtención de todos estos productos, el tiempo de maceración y demás maniobras están regulados para asegurar unas cualidades organolépticas óptimas y una calidad contrastada.
Cuando se llega al punto deseado se separan estas pieles y tenemos dos productos; tras una edulcoración con mosto de uva se procede a la unión de aquel vino blanco que elaboramos al principio con este alcohol vínico aromatizado.
El vino aún no está terminado; pasa a una crianza en botas o bocoyes (si va por criaderas y soleras es como el que vimos en otra ocasión para los vinos generosos). Después de un mínimo de dos años el Vino Naranja del Condado de Huelva estaría listo para deleitarnos.
Pero, ¿a qué sabe? La vista, que suele ser nuestra primera ‘lengua’, nos dice que su color es naranja teja, ambarino o incluso caoba. El olfato nos disparará un claro recuerdo a naranja, aunque podemos encontrar notas cítricas en general, pero quedan en un plano más secundario los aromas que estamos acostumbrado a ver en un vino blanco habitual. Y una vez en la boca, encontramos un vino dulce, aterciopelado, con una sensación untuosa y un punto denso.
Lo primero que se nos puede venir a la cabeza es sumarlo a un queso no muy madurado, como cuando le ponemos unas gotas de mermelada para realzarlo con un contraste goloso y afrutado fresco. Como aperitivo bien frío puede ir genial también, o como postre; incluso se pueden ver opciones para mezclarlo con otras bebidas (que Huelva me perdone).
Ponle un hielo o sírvetelo como quieras, pero no te pierdas el colorido y frescor que da, ahora que se acerca la primavera. Para el que le guste este perfil de vinos y usos es una delicia, desde luego. ¡Salud!