En ocasiones creemos que ser un buen ser humano es ayudar a todo el mundo que nos los pida. Pero nos olvidamos de un detalle, dado que hay que valorar si nos pide ayuda. A veces, no lo contemplamos y nos trae mucho sufrimiento porque la otra persona no quiere ser ayudada.
Ayudar sin filtro ni control nos puede hacer enfermar, porque nos sentimos culpables por no hacer más por quién se porta mal con nosotros o nosotras. Sin embargo, debemos darnos amor propio y dignidad, teniendo en cuenta las leyes de la ayuda, para no salir mal parados y con angustia por la situación que nos estresa. Muchas personas a las que queremos ayudar se aprovechan de nuestra bondad y voluntad volviéndose egoístas, caprichosas, insensibles y con llamadas de atención hacia nosotros y nosotras. Por tanto, este círculo vicioso debe acabar de manera drástica, para conseguir la paz y armonía deseada.
En primer lugar, debes saber que la ayuda es bidireccional (dar y recibir), no puede ser unidireccional. Y si es unidireccional, lo que das es como un regalo, sin esperar nada a cambio, pero a alguien que se haya portado bien contigo o que sepas que no te hace mal.
En segundo lugar, debes saber que no eres el salvador o la salvadora que tiene que sanar, salvar o resolver los problemas de todo el mundo.
En tercer lugar, deja de tener ese espíritu de sacrificio de que todas las batallas las tienes que resolver. Las injusticias que quieras resolver serán las que te ayuden a ti a encontrar el equilibrio y la armonía; es decir, si eres una persona conciliadora y mediadora y te equilibra debes hacerlo, puesto que ayudando a los demás en ocasiones te ayudas a ti mismo o a ti misma.
En definitiva, no olvides que en primer lugar estás tú, dándote tu dignidad y tu respeto. Por tanto, elige dónde inviertes tu tiempo, esfuerzo y energía.