Al parecer desde 1852, en Bayona, al otro lado del río L’Adour, se encontraba instalado un circo llamado Cirque de Saint Sprit. Era la Francia del Segundo Imperio, con “Luis Napoleón Emperador de los franceses por la gracia de Dios y la voluntad de los franceses”, casado con la españolísima María Eugenia Palafox Portocarrero y KirkPatrick, condesa de Teba, más conocida como ‘Eugenia de Montijo’.
Al circo citado se llevaban toros navarros para ser toreados a la española, pero desde el primer momento surgieron dificultades al enfrentarse los partidarios de correr los toros sin picadores y los que defienden la corrida completa tal y como se hacía en España. Quizás para contentar a todos se organizó una corrida que el periódico Le Messanger calificó de “corrida bastarda, mitad española, mitad landesa, teniendo por actores a los toros y las vacas, cuatro ‘ecarteurs’ landeses y tres ‘capeadores’”. Estas corridas no gustaron a nadie.
En 1856 se anunciaron dos corridas de toros los días 21 y 22 de septiembre en honor de los emperadores, que habían llegado a Biarritz el 20 de agosto, que no se diferenciarían en nada de las que se celebraban en Madrid. El espada encargado de despachar los toros fue Manuel Domínguez ‘Desperdicios’ y estos fueron, en número de 12, del hierro de Nazario Carriquiri.
Así lo contó ‘El Enano’: “Las corridas de Bayona se han efectuado con seis toros de Carriquiri cada tarde. Estos salieron flojos a causa de los pastos. Tanto la primera como la segunda corrida principió poco después de las tres, presidiéndolas los emperadores. La emperatriz vestía rica y graciosamente a la española, en la primera corrida. Domínguez fue cogido al dar un pase de pecho por el tercer toro de la segunda tarde, cuyo toro era tuerto del ojo izquierdo, y sufrió un puntazo en la ingle derecha, habiéndose sacado él mismo el cuerno. Este diestro estuvo más afortunado que ‘El Panadero’. Pablo Erraiz dio el salto de la garrocha al segundo de la tarde, por lo que le obsequió la emperatriz con diez duros (lo mismo que a Muñoz, que le brindó una suerte de vara), además de los 400 reales que se dieron a cada lidiador de orden de nuestra bella compatriota la emperatriz de los franceses. También regaló a Domínguez un rico alfiler de diamantes y otro de menos valor al segundo espada ‘El Panadero’. Los picadores y banderilleros trabajaron bien. Murieron seis caballos. La entrada fue un lleno en la primera corrida siendo solo regular en la segunda”. En el periódico citado, Le Messanger, Théophile Gautier escribió una buena y extensa crónica.