Por estas fechas es emocionante recordar qué está ocurriendo en la viña, porque parece el principio del proceso para que en unas pocas semanas empecemos a tener el nuevo néctar del año. Un poco antes o un poco después, según sea el clima de cada zona, de agosto en adelante empezamos a estar en vendimia, en la recogida del fruto del trabajo.
Esto del ‘principio del proceso’ es un poco relativo, ya que, para que este momento llegue, la planta ha tenido que vivir un ciclo completo, en el que han ido ocurriendo muchas cosas hasta generar ese fruto final. Quiero decir que no solo el chulo y vistoso racimo es lo que cuenta; por esto hoy podríamos centrarnos en otras partes que intervienen de forma igual de importante para que este feliz final pueda tener lugar.
Además de la parte aérea o visible de la vid, que incluye ese racimo de bayas apiñadas que antes han sido floraciones, de los pámpanos que los sujetan y que desde ahora se irán agostando para soportar el duro e ‘inactivo’ invierno, y del tronco que nace del suelo, existe la otra parte, la subterránea. No por ser la parte no visible es menos importante, ya que de ella depende el anclaje, la estabilidad, la formación de viñedos con marcos de plantación optimizados; también nutre a la planta del sustento necesario e interviene en el rendimiento frutal que tendremos después. Además, este sistema radicular de la planta está en directo contacto con otro elemento fundamental en esta ecuación, el tipo de suelo en el que está alojada la vid.
Esto de lo que vamos a hablar no es el famoso ‘terroir’ tan mencionado, sino que es una parte de él. Cuando nos referimos a este término como ‘terruño’ estamos haciendo una traducción incompleta de lo que originalmente significa. Al mencionar el terruño en castellano solemos reducir el término al suelo, sin más; sin embargo, el término francés del que proviene incluye tanto el suelo como el clima que lo rodea, la variedad de uva que en él está plantada y la intervención que realiza el hombre con su trabajo.
La raíz de la vid puede tener una profundidad desde el medio metro hasta los cinco o seis metros. Por esto, una de las cosas que debe conocer bien el viñador, viñero o empresario que esté detrás del asunto es la formación, textura del suelo y composición que tiene, así como la profundidad que necesite según su viñedo. Se puede decir que en nuestra península e islas disponemos de gran variedad de ellos, que darán origen a unos perfiles de vinos diferentes. Por supuesto, esto nos da juego para probar vinos de las diferentes subzonas dentro de una misma zona vinícola, como los vinos generalmente con volumen, con densidad y buena tanicidad que se dan en los suelos arcillosos en nuestras subzonas de Tierra de Barros o de Matanegra; en los suelos graníticos de Montánchez podremos encontrar, por lo general, vinos con algo más de acidez, frescura y aromaticidad; o los suelos pizarrosos de Cañamero pueden dar vinos muy completos en estructura (acidez, cuerpo y tanicidad), así como también en la parte aromática.
Como siempre, podéis tirar de este hilo y probar hasta la saciedad, pero con ¡Salud!