De Garrovillas, donde tuvimos ocasión de estudiar la peña de ‘El Bolsicu’, saltamos a la pedanía trujillana de Huertas de Ánimas, siguiendo la ruta de los berrocales sagrados de Extremadura. Allí descubrimos otra posible peña propiciatoria y de adivinación, conocida como ‘Cancho Pinocho’, desde donde se observan unas impresionantes vistas de la ciudad de Trujillo y de la majestuosa Sierra de Santa Cruz.
Se trata de una gran peña de granito fungiforme, pero con forma de cabeza humana, que en un lado tiene una prolongación horizontal que recuerda la nariz de Pinocho. La tradición popular cuenta que a esta peña iban las parejas de novios a jurarse amor eterno, y se decía que, en caso de que no dijeran la verdad, crecía la ‘nariz’ de la peña.
Estas peñas que crecen son bien conocidas en el mundo bretón y en otras regiones de la Europa atlántica. Seguramente también aquí se llevarían a cabo rituales similares a los que veíamos en la Porra del Burro o en la peña de ‘El Bolsicu’, consistentes en tirar una piedra a lo alto de la plataforma superior con el fin de adivinar el futuro o propiciar el cumplimiento de un deseo. El rito que caracteriza a este tipo de peñas ofrece variantes locales que fueron adaptándose a lo largo del tiempo, y están muy extendidos también en toda la fachada atlántica europea.
El elemento esencial del rito es la propia peña sacra, que representa el sema o símbolo visible del numen del lugar, concebida como un ‘omphalos’ o punto de comunicación con el Más Allá, como todas las peñas sacras.
Estos ritos de propiciación y de adivinación son un medio de comunicación de los hombres con númenes y divinidades, por lo que son esenciales en la religión. La adivinación es el conocimiento del pensamiento divino mediante signos simbólicos perceptibles por los sentidos, lo que supone un conocimiento mágico y sobrenatural, frente a nuestra actual previsión racional del futuro. El hombre prerracional solo podía tener una explicación sobrenatural o mágica de lo que no le era empíricamente conocible; entre otras cosas, su futuro o destino, que consideraba conocido por la divinidad. Este deseo de conocer el pensamiento divino impulsaba la práctica de estos ritos, que es universal, pues todos los seres humanos han practicado la adivinación desde los más antiguos tiempos hasta nuestros días.
El rito de tirar piedras a determinadas peñas sacras propiciatorias y de adivinación también se relaciona con la tradición de arrojar piedras a amontonamientos tumuliformes, normalmente situados al lado de un camino en puntos destacados del paisaje, generalmente en collados. Es una tradición mantenida en la Europa Atlántica, habitada por los celtas desde el III milenio a.C., donde estas piedras arrojadas forman grandes montículos funerarios. Por ello, estas peñas sacras y sus ritos se suelen asociar a las ánimas, aspecto de gran interés pues es una pervivencia, en esta tradición actual, de un ritual religioso prerromano ancestral.
La tradicional popular de relacionar este rito con las ánimas ya lo documentaba en el siglo VI San Martín de Braga al denunciar la costumbre de tirar piedras en cruces de caminos, costumbre que vinculaba con el culto a Mercurio, si bien la divinidad a la que alude no era el dios romano relacionada con el comercio, sino el Mercurio celta, la divinidad más popular de Hispania.