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Carne de laboratorio. Grada 155. Juan Zamoro

Carne de laboratorio. Grada 155. Juan Zamoro
Foto: Unsplash. Jhosef Anderson Cardich Palma
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Me gustan los grupos de Facebook dedicados a recopilar fotos antiguas de ciudades que conozco. Los sentimientos que me provocan van desde una dulce melancolía por los escenarios que pude pisar en mi niñez hasta un reconfortante regocijo por ver las mejoras evidentes acumuladas, en muchas ocasiones, en el corto plazo de algunas décadas.

También surge, con frecuencia, una inquietud envidiosa y aún optimista relativa a cómo serán esas mismas ciudades, y las demás, en un lapso similar. Me pregunto si los que vengan observarán imágenes de nuestra época con la misma satisfacción y condescendencia con que ahora escudriñamos las de tiempos pasados.

La transformación urbana oscila entre lo efímero de ciertos accesorios y lo histórico de muchos de sus trazados. Mientras que algunos de los cambios suceden a escala humana, otros muchos, la mayoría, superan en su acontecer las vivencias completas de cada uno de sus vecinos.

Si en las fotos que mencionaba son evidentes los cambios producidos por el auge del tráfico mecánico, o por la electrificación, o por el despliegue de las telecomunicaciones, ¿cómo cambiarán nuestras ciudades ante el enorme aluvión de transformaciones que está experimentando nuestra sociedad? Porque, admitámoslo, el ritmo al que se suceden las obliga a acumularse en un solapamiento concentrado que las materializará en periodos de tiempo increíblemente breves.

Foto: Unsplash. Robert Tjalondo
Foto: Unsplash. Robert Tjalondo

Hablo, por supuesto, aunque no solo, de la nueva movilidad, con coches compartidos, autónomos, patinetes, bicicletas, barrios peatonalizados; del teletrabajo, con espacios de coworking, despachos domésticos, diversidad horaria; del comercio, con desaparición de pequeños negocios, imperio de la logística instantánea, ‘riders’; del turismo, con gentrificación, experiencias personalizadas, atención en destino, fidelización; y de otras cuantas minucias, como pandemias, que ya revolucionan nuestros espacios de convivencia.

Sin embargo, a diferencia de etapas anteriores, en las que las múltiples líneas de transformación contaban con argumentos limitados en número y difícilmente cuantificables, la explosión de datos disponibles sobre cualquier actividad humana va a modificar el modo en que se toman las decisiones relativas a la evolución de las ciudades.

Desde su presentación a finales del año pasado ha ido adquiriendo relevancia el proyecto CitizenLab, impulsado por la empresa Grant Thorton y financiado, en buena medida, con dinero público. Consiste en la generación de un sistema de toma de decisiones en, inicialmente, cuatro líneas estratégicas de actuación: automoción y movilidad, sanidad, infraestructuras y turismo.

Su potencia, dicen, se basará en el uso de inteligencia artificial sobre millones de datos anonimizados. ¿Qué tipo de datos? Fundamentalmente aquellos relacionados con el comportamiento de los ciudadanos en los ámbitos antes indicados. Así, se recopilarán, entre otros muchos, datos sobre desplazamientos en diferentes vehículos, accidentes y frecuencia de uso del transporte; itinerarios turísticos seguidos, monumentos más visitados o alojamientos preferidos; distribución geográfica de enfermedades crónicas, de suicidios o de trastornos mentales; estado de infraestructuras, tarifas y nivel de uso. El sistema promete construir patrones de comportamiento para, finalmente, ofrecer recomendaciones útiles para gobernantes, ciudadanos y empresas.

Las promesas resultan tan atractivas que ya son numerosas las entidades municipales y regionales que se han interesado por la iniciativa. Quizás este interés global ayude a consolidar su éxito y a convertirlo, de facto, en un estándar que decida el futuro de nuestras urbes. Pero, pese a sus bondades, hay algo que me chirría.

Para su correcto ‘ajuste’ los promotores del proyecto indican que los ciudadanos deberán aportar su granito de arena. Dar información sobre su satisfacción con el uso de diferentes servicios. Es ese pequeño detalle el que capta mi atención. Porque ese minúsculo granito lo conocemos perfectamente en entornos digitales. Se llama ‘me gusta’, ‘like’, ‘corazón’ o como nos dé la gana denominarlo. Es el mecanismo con el que gratuitamente nos perfilamos, nos definimos, nos auto-clasificamos para que aquellos que controlan el conjunto de datos puedan trincharlo en las porciones deseadas por terceros. De ahí que algunos de estos últimos, como operadoras eléctricas, bancos, aseguradoras… hayan mostrado su interés por colaborar con el bien llamado ‘CitizenLab’.

Cierto es que esa disposición puede ser genuina y beneficiosa para todos pero, a partir de cierta escala, la acumulación de información sobre los intereses y el comportamiento de los usuarios ha demostrado ser problemática. No tenemos más que recordar el escándalo de Cambridge Analytica y Facebook, por citar algún ejemplo. ¿Qué implicaciones tendría el conocimiento cuantificado y pormenorizado de la vida cotidiana de los urbanitas?

Si queremos elevar la cuestión a un terreno algo más filosófico, podríamos intentar invertir la carga de la prueba. La base del funcionamiento de una plataforma como CitizenLab se basa en la anonimización de datos. Supongamos que, a partir de ese data se construyen un conjunto de perfiles de ciudadanos. Pongamos, un centenar. Por construcción, cada uno de ellos tendrá un comportamiento determinado y diferenciado de los demás. Si el alcance de ese comportamiento es demasiado íntimo, por completo o por detallado, ¿qué lo diferenciaría de una información similar sobre orientación sexual o sentimientos religiosos? Complicado asunto.

Foto: Unsplash. Celpax
Foto: Unsplash. Celpax

El auge de soluciones de medición, análisis y recomendación como la mencionada es algo no solo inevitable, sino también positivo y muy provechoso, en general. Sin embargo, más pronto que tarde habrá que establecer criterios protectores sobre los sistemas de clasificación que generen y sobre el acceso a los registros contenidos en ellos, para proteger nuestra intimidad. Incluso, nuestra libertad.

Enlaces:
El interés de otras regiones y empresas hace escalable el ‘cerebro big data’ de Madrid
La Inteligencia Artificial al servicio del ciudadano y la empresa

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