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Cuando se muere dos veces. Miguel Ángel Rodríguez Plaza

Cuando se muere dos veces. Miguel Ángel Rodríguez Plaza
Fotos: Miguel Ángel Rodríguez Plaza

Se nace para vivir. La cesación de esta función es conocida como defunción, muerte, deceso, fallecimiento, finamiento, óbito, expiración, perecimiento, fenecimiento… muchos nombres para un efecto terminal; pero, aunque sea una acción física, el recuerdo de la persona queda perenne en la memoria de los que le preceden de muchas maneras.

Sus hechos pueden quedar reflejados documentalmente, en libros o artículos, si hubiera dispuesto en vida de ese uso literario; o en objetos materiales si sus manos los realiza, como pinturas, esculturas etc., y también si son otros los que le refieren biográficamente, o le llevan a los lienzos o esculpen. Como mínimo suele haber expedientes de su paso por esta vida.

Me viene a la memoria por eso, porque no deja de ser memoria, por ejemplo, la manera de recordar a un finado en la época romana, con esa losa muchas veces de granito y su “séate la tierra leve” inscrita al final. O la gigantesca piedra toscamente labrada que los bogomilos ponían sobre la tierra que acogía un cadáver. Ya no digamos lo suntuoso de muchos sepulcros, panteones o mausoleos de gente pudiente o famosa. Ese es el fin, ser recordado de alguna manera.

Mientras haya este tipo de recuerdo no se muere del todo. Si cualquiera de todas esas formas citadas desapareciera no quedará rastro, es como morir dos veces.

Esto viene a colación por una visita que hice hace años, concretamente en 2006, al cementerio de San Juan en Badajoz. Me llamó la atención una escultura labrada sobre una losa de mármol que tapaba un nicho; era la efigie de un militar, esculpido ceremoniosamente, de uniforme, significándosele condecoraciones, bien definida su calva y su grueso mostacho, bellamente ejecutado por el cincel de un buen artista. Para mi pena, hice una nueva visita hace unos días y me encontré que el todopoderoso inexorable paso del tiempo había hecho mella (no quiero pensar en otra cosa) y la desaparición de tan hermoso busto, de finales del siglo XIX, ha sido fruto de la corrosión de la piedra.

Se trata del ilustre militar Ignacio Villaoz y Ruicandio, que fue Brigadier, Comandante General de Extremadura, y que falleció el 22 de noviembre de 1873. Para que no ‘muera dos veces’ y pueda perdurar su imagen como en un principio se esculpió, me he permitido, en este mes que dedica un día a los difuntos, rescatar su efigie.

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