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Día de los Difuntos. Miguel Ángel Rodríguez Plaza

Día de los Difuntos. Miguel Ángel Rodríguez Plaza
Cementerio de Outeiro. Foto: Cedida

Como cada año, el 2 de noviembre se conmemora el Día de los Difuntos, tradición que viene de muy antiguo. Es costumbre cristiana visitar el cementerio para orar por el alma de los nuestros y participar de sus recuerdos con una presencia más cercana a sus sepulcros.

La muerte tiene un sentido conmemorativo que se pierde en los siglos; baste recordar los dólmenes de corredor, las pirámides, los grandes mausoleos, las innumerables lápidas romanas extendidas por nuestra geografía con su clásico ‘S.T.T.L.’, las moles pétreas que los bogomilos ponían en el lugar de sus enterramientos, las estatuas orantes en catedrales e iglesias, etc.

Los cementerios son los protagonistas ese día. La antigua costumbre de enterrar en las iglesias finalizó por falta de espacio y razones higiénicas, disponiéndose en principio de un lugar propio, generalmente junto a ella, al comenzar a legislarse en 1773, y sobre todo a principios del siglo XIX, tardando muchos años en hacerse realidad la construcción de los cementerios extramuros de las poblaciones.

Cementerio de Outeiro. Foto: Cedida
Cementerio de Outeiro. Foto: Cedida

Hay cementerios considerados ‘singulares’, tal vez como reclamo turístico, como los de Castro Urdiales, Luarca, Olvera, Sumacárcel, Teguise o Casabermeja, y en nuestra región el de Montánchez. Otros han quedados integrados en el entorno urbano, como el de Vitoria. Uno que me ha llamado la atención, por la sensación de soledad absoluta, es el antiguo de peregrinos de Santiago de Compostela, hoy cerrado, donde iban a parar los restos de los caminantes que fallecían en el hospital local, lejos de sus tierras de origen. Recuerdo también las sepulturas actuales de algún cementerio costero con la inscripción ‘Desconocido’, donde reposan cuerpos de náufragos procedentes de países subsaharianos.

Alegoría de las ánimas benditas en el cementerio de Redondela. Foto: Cedida
Alegoría de las ánimas benditas en el cementerio de Redondela. Foto: Cedida

Surgen estas líneas tras hacer el Camino de Santiago, llamándome la atención los cementerios rurales gallegos, con gran predominio del granito. Voy a centrar mi atención en el de Os Eidos, de Redondela. Data de 1833 y dejó de usarse en 1988. Me comentaba su cuidador voluntario, un hombre de 90 años con un verbo llamativo para su edad y memoria prodigiosa, la paradoja de un matrimonio vecino, del que ella estaba allí enterrada pero no su marido, que falleció a los pocos días y tuvo que sepultarse ya en el nuevo, lejos de ella. Es de pequeña capacidad y está integrado en el casco antiguo; estuvo varios años abandonado y, al ser zona húmeda, fue invadido rápidamente por la vegetación. Hoy día recuperado tiene un singular atractivo. En él reposan los restos del militar marino irlandés John O’Dogherty Browne, uno de los héroes de la batalla de Ponte Sampaio, en junio de 1809, y que luego casó con una natural del pueblo.

Cementerio de Redondela. A la derecha, reposición en granito tras su robo. Fotos: Cedidas
Cementerio de Redondela. A la derecha, reposición en granito tras su robo. Fotos: Cedidas

El cuidador de este camposanto también recordaba que en la parte posterior de su ermita había una representación de las ánimas benditas en madera, muy frecuente en la iconografía gallega, y una mañana observó que había desaparecido; al poco tiempo adelantó dinero de sus ahorros para que, a través de fotografías, fuera de nuevo esculpida en piedra, y recurriendo a personas devotas del pueblo no solo recuperó la cantidad adelantada, sino que sobró para la conservación de los nichos más deteriorados.

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