Logo revista Grada
Buscar

El árbol de papá. Julia Cortés Palma

El árbol de papá. Julia Cortés Palma
Foto: Cedida
Léeme en 3 minutos

No sé en qué momento perdí la fe, solo sé que nunca la recuperaré.

Recuerdo cómo se enfadó al entrar en mi nuevo hogar y no encontrar el crucifijo sobre el cabecero de mi cama; de nada sirvieron mis argumentos, él seguía insistiendo en la enseñanza religiosa que me inculcaron en casa y en el colegio.

Se le pasó pronto, tanto él como mi madre siempre supieron adaptarse a los nuevos tiempos. Me apoyaron en mis dos matrimonios y dos divorcios, en mis parejas y rupturas, y respetaron en todo momento mi punto de vista.

Envidio a los creyentes, ojalá creyera que voy a volver a verte.

Los últimos días fueron muy duros, papá; para mí, y seguro que mucho más para ti. No habría podido con todo sin la ayuda de mi compañero de camino, Sebastián, que estuvo siempre codo a codo conmigo.

Tengo dudas de si hice bien en pedir a mi amiga María que te colocase la sonda nasogástrica; no pretendía prolongarte la agonía, pero no podía soportar la idea de dejarte morir de hambre y sed. Por eso cuando se te obstruyó y me dijeron que era mejor no ponértela más, supe que había llegado el final.

Esperaste, papá. Sé que esperaste a que estuviésemos todos, y después te marchaste a las cinco de la tarde.

Tienes razón, papá; para estar como estabas, mejor muerto que vivo. Perdóname, ya sabes como soy, nunca me rindo. Apurando hasta el último cartucho, esperando un milagro, yo qué sé, un nuevo fármaco, algo que te sacara de aquel estado inhumano.

Nunca había visto la muerte tan de cerca. Llevaba meses anunciando su llegada, pero fue tan cobarde que no saltó sobre ti conmigo delante. Aprovechó el momento en que me quedé traspuesta en el sofá.

– Julio ya se fue-, vino a decirme Jaro.

Contraté para ti dos ángeles; uno de lunes a viernes y otro de viernes a lunes. Dos ángeles que te cuidaban y vigilaban continuamente, que me ayudaban a moverte porque sola no podía. Dos ángeles que dormían a tu lado, que estaban atentos a cada una de tus escaras, que cambiaban tu postura en la cama, que te colocaban almohadones debajo de tus piernas para impedir que tu piel se rasgara.

Tus manos hacia dentro, las piernas encogidas, la cabeza hacia abajo como un feto en el útero que te dio la vida, como un pajarito que murió de frío. Yo seguí arropándote y hablando contigo hasta que vinieron a buscarte.

No me dejaron vestirte, te fuiste con pañal, camiseta y los besos que te dimos. Colocaron tus amados huesos en un sudario y cerraron. Después te depositaron en una caja y cerraron la tapa.

Qué frío todo, ¡ qué aséptico!

Nos fuimos para acompañarte al tanatorio hasta la hora de cierre, las once. Fui la última en salir, y cuando cerraron la puerta tras de mí me acordé de los versos de Bécquer: ” Qué solos se quedan los muertos”.

Al día siguiente el oficio religioso a las doce, y a las cinco tu incineración.

No debí presenciar el momento en que el horno abrió su boca y la caja con tus restos se deslizaba hasta ella. Sentí un sudor frío, el mundo perdió el suelo y yo caía contigo, abrazados en el fuego. Tuve que sentarme y sobreponerme con gran esfuerzo.

¡ Ay, papá! No puedo describir qué sentí cuando al día siguiente me dieron tus cenizas en una urna blanca. Las pesé, por curiosidad, cuando llegamos a casa. Tres quilos y trescientos gramos, el peso de un recién nacido. Cumplimos tu voluntad, papá. Ya estás junto a tus dos hermanos.

No sé cómo surgió la idea, pero entre tus tres hijos decidimos plantar tus cenizas en las raíces de tu árbol; un ‘prunus pisardi’ que preside la entrada de la casa donde intenté hacerte feliz y me hiciste feliz dándome las gracias.

Dicen que las plantas crecen si se les habla; yo me sentaré junto a ti todos los días, te hablaré de mis cosas y recitaré poesía. No habrá planta más mimada ni más querida.

Papá, ya sabes que no creo en Dios. Creo en el amor y en la vida.

ENTRADAS RELACIONADAS

Siempre cometí el mismo pecado, la vehemencia, creer que puedo conseguir todo si a todo le pongo todo mi empeño....
Escribo mientras vigilo a mi padre, un bebé de 84 años al que tengo que dar de comer, poner a...

LO MÁS LEÍDO