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Voy a escribir la novela más bonita del mundo. Julia Cortés Palma

Voy a escribir la novela más bonita del mundo. Julia Cortés Palma
Foto: Cedida
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Escribo mientras vigilo a mi padre, un bebé de 84 años al que tengo que dar de comer, poner a orinar, vestir, cambiar el pañal… Bueno, ya sabéis, eso que hacen las madres, con la sutil diferencia de que esta vez soy la madre de mi padre.

He pasado varias noches sin pegar ojo, me tenía que acostar con él para evitar que deambulara toda la noche por la casa y pudiese caer. Hasta hace unos días estuvo en una residencia de mayores a la que no tengo nada que culpar. Evidentemente, lo que vengo haciendo desde que lo recogí y haré hasta que haga falta (ojalá sea mucho tiempo), no lo puede realizar ninguna residencia del mundo.

Me temo que mi bebé grande sufre estrés postraumático. Ha estado aislado en su habitación casi dos meses, se ha caído muchas veces fracturándose la clavícula y algún que otro dedo; tiene el cuerpo lleno de moretones. Creo que tiene terror a la noche, probablemente porque estuvo desorientado y ha pasado más de una en el suelo. Por eso, el día 30 de abril, cuando me informaron de una nueva caída y que amaneció dormido en el suelo, no me lo pensé y decidí traérmelo a mi nuevo hogar, una casita en medio del campo extremeño.

No me sobra ni una gota de tiempo, a veces tiene momentos de lucidez y me da las gracias, otras se enfada poniéndose violento. Le ha dado por caminar, como Forrest Gump, corriendo. Supongo que tiene borrachera de libertad, ha pasado de estar totalmente enjaulado a volar en campo abierto.

– Esto tiene que ser el cielo- comentó el otro día sentado en el porche mientras los pájaros se acercaban tímidamente a comer las miguitas del desayuno que se le caían.

Le encantan mis comidas, más aún si se las doy con una cervecita sin alcohol, bien fresquita. Me besa las manos y me busca la cara para regarme de besos.

– Está muy rico- repite una y otra vez posiblemente porque cuando termina de decirlo se olvida de que lo acaba de decir.

Cuando finalizo su ducha, le beso; cuando le acuesto, le beso; cuando le cepillo los dientes…

– Gracias, hija- responde con lágrimas a punto de salir de sus ojos negros.

No puedo coger un libro, ni jugar con las letras, que es mi pasatiempo favorito, pero voy a escribir la novela más bonita del mundo. Una historia de amor de la que apenas llevo el primer capítulo, un relato en el que cuanto más doy más recibo.

Vivimos de espaldas a la vejez convencidos de que nunca seremos como ellos, como si en este mundo estético y esperpéntico que nos hemos creado desentonase la vuelta a la infancia de los viejos. Aducimos no poder cuidarlos porque no tenemos tiempo, nos ocupa el trabajo, hijos, vivimos lejos… No hace tanto que él me cuidó, que trastoqué su vida con mis berrinches, que tuvo que vigilar cada uno de mis movimientos… Se cierra el círculo. Amor con amor se paga.

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