‘El hoyo’ es una película española, dirigida por el bilbaíno Galder Gaztelu-Urrutia, que tiene como tema principal el problema de la sociedad y la fina línea que separa unas clases sociales de otras.
La puesta en escena son habitaciones de hormigón, con un espacio cuadrado abierto en medio que atraviesa una infinidad de niveles idénticos de forma vertical; en cada planta conviven dos personas, que cada mes cambian aleatoriamente de nivel. Una vez al día una plataforma, llena de comida preparada de manera cuidadosa y abundante, para durante unos minutos en cada nivel comenzando desde arriba.
Se expone como una cárcel, pero nada más lejos de la realidad, colocada en un terrario donde observar el comportamiento humano dentro de un sistema, aquí llamado ‘cárcel vertical de autogestión’, llevado a un límite futurista, no muy lejano, pero apartado de elementos externos, lo que hace muy limpia la trama, y mucho más concisa.
No es una película reivindicativa, no lucha ni defiende a ninguna de las clases, solo las expone, genera preguntas, tan cercanas a nosotros que es inevitable no sentirnos identificados, y es por eso que de manera obvia intuímos como actuaran unas clases y otras a medida que avanza la película.
Ha sido estrenada en Netflix el 21 de febrero de 2020; poco después se decretaba el estado de Alarma en España, así que ha sido una fecha perfecta para lanzar una película que abarca temas como el compañerismo, el poder, el egoísmo, o la solidaridad.
Este último concepto, escuchado en la película como ‘solidaridad espontanea’, es una utopía fuera y dentro del Hoyo; vemos que solo se produce con violencia y bajo amenaza, un reflejo casi exacto de lo que estamos viviendo. No pueden ofrecernos el poder de la autogestión porque lo utilizaríamos solo en nuestro propio beneficio, así que son unos y otros dentro del propio sistema los que luchan por imponer esa solidaridad, los conocidos ‘policías de balcón’.
Además, la aparición del personaje de Antonia San Juan, en un primer momento trabajando en la Administración y posteriormente dentro del Hoyo, muestra de forma abierta que no hay nadie fuera, todos somos parte de ese sistema.
Por otro lado, se produce un olvido inmediato sobre que los niveles de abajo sean víctimas y los de arriba culpables, sin pensar en que nosotros mismos somos los de abajo para unos y los de arriba para otros, y, por si fuera poco, nos comportamos como tal aunque cambiemos de nivel.
La película está rodada en un hangar en la zona portuaria de Bilbao, un lugar apartado y sin ruido. Debido al bajo presupuesto fue imposible contratar empresas dedicadas al decorado de cine para construir toda la puesta en escena, y finalmente recurrieron a una empresa de construcción ajena al cine. Según una entrevista al productor, Carlos Juárez, “nunca vimos tanta eficiencia en la vida, tenían el diseño perfecto, se podía vivir en lo que construyeron”.
Se rodó en dos alturas, con las paredes móviles detrás de las camas para las entradas y salidas del equipo; y en el centro del hoyo una plataforma elevadora de tijera, como las de las obras.
El acabado que hemos visto en Netflix es responsabilidad de Iñaki Madariaga, encargado de la post producción de la película.
Un trabajo excelente en esa parte visual y sonora; al fin y al cabo, los elementos más cuidados a la hora de producir cualquier pieza audiovisual. Pero comúnmente hay un importante pilar que se queda fuera de foco a ojos del público, los diálogos. El texto hablado por los personajes es para nosotros algo tan natural en una película que no encontramos el arte en ello, pero en ‘El hoyo’, sin duda, lo hay. Cada palabra escrita por David Desola y Pedro Rivero, los guionistas, está estudiada al milímetro. Busca siempre esa forma de dar fuerza al argumento, utilizando figuras literarias como la repetición (el famoso “obvio”) o el paralelismo (“los de arriba porque están arriba y los de abajo porque están abajo”).
Algunos críticos de cine opinan que esa excelencia en el guion de dialogo sirve para tapar las verdaderas carencias en la trama de la película. Depende de cómo se mire.
Al fin y al cabo, ‘El hoyo’ se puede mirar como un espejo en el que tu reflejo te pregunta constantemente “¿Qué harías tú?”. Y el planteamiento de esa cuestión parecer ser el objetivo final de la obra.
Respecto a su cierre, tal y como ocurre en el mundo, los habitantes de él no sabemos por qué existimos, ni cuál es nuestro propósito aquí, y si la película tuviese un final que tornase esto ya no representaría la vida como lo hace desde un principio. Una forma de pensar muy nihilista, donde no sabemos nada; lo único, que debemos sobrevivir.
El espectador que espera un final cerrado, con la resolución de toda la trama, y una respuesta muy clara y visual a todo, es el mismo que, estando dentro del Hoyo, solo piensa en salir de él.