El síndrome del impostor, o síndrome del fraude, fue acuñado por las psicólogas Pauline Clance y Suzanne Imes en 1978, y está asociado al sentimiento de no merecer la posición que se ocupa a nivel laboral, social o académico.
Las personas que lo sufren no internalizan sus logros y atribuyen los éxitos o fracasos al azar o la buena o la mala suerte, más que a sus acciones. Tienen falta de confianza en sus fortalezas profesionales y son incapaces de valorar de forma realista sus habilidades. Sienten miedo y dudas de no estar a la altura de las circunstancias, y, aunque desde el exterior se les muestre que son realmente competentes, tienden a minimizar y subestimar el éxito.
Aunque este síndrome no está considerado como una patología con entidad clínica, es decir, no aparece descrito en ningún manual de diagnóstico clínico DSM, agrupa un conjunto de síntomas que en ocasiones puede causar un importante malestar emocional.
Más que a la ansiedad o depresión, que son síntomas secundarios, está vinculado a la inseguridad, al perfeccionismo y a altos niveles de exigencia consigo mismo, imponiéndose objetivos demasiados elevados, que llevan a la decepción al ser difíciles de conseguir.
Si te niegas a ser dueño de tus éxitos, restándole importancia a tu propia experiencia, incluso en áreas que puedes estar más capacitado que otras personas, si temes ser descubierto, si agonizas por los errores más pequeños, si eres sensible a la crítica constructiva, si tienes dificultad para conciliar el sueño, estas entre el 70% de las personas que experimentan al menos un episodio de este fenómeno en sus vidas.
Rodéate de personas que te infundan optimismo, motivación y alegría. Disfruta de tus éxitos sin ponerlos en tela de juicio, si conseguiste prosperar es porque lo mereces.
Partamos de la base que podemos equivocarnos, no tenemos por qué tener respuestas para todo, hay cosas que desconocemos. Recuerda que el ‘perfeccionismo’ es un mal compañero de viaje.