Si recordáis a Johnny 5 en la película ‘Cortocircuito’, su aspecto desaliñado y su carácter chistoso le hacía ser un robot que generaba ternura y hasta te hacía reír con sus ocurrentes chascarrillos. Nada que ver con el carácter y la manera de proceder tan inquietante de Sonny en ‘Yo, robot’.
¿Hay tantas diferencias entre ellos realmente? Además del sello indiscutible de Isaac Asimov, y entendiendo el salto generacional entre ambos, el aspecto cómico de uno frente al parecido más humano del otro es quizás lo más relevante, y a la vez lo que determina el nivel de ‘comodidad’ si tuviésemos que relacionarnos con ellos.
La teoría del ‘valle inquietante’, acuñada por el profesor experto en robótica Masahiro Mori en 1970, se refiere a que rechazamos las réplicas antropomórficas con un excesivo parecido a un ser humano real, ya que nos lleva a desconfiar de ellas, posiblemente por miedo a que nos puedan superar y hasta dominar.
En términos generales aceptamos un robot que se identifica como tal por algún aspecto, y por ello somos capaces de discernir su naturaleza humanoide; el problema es que sea tal el parecido a los humanos que tengamos que hacer esfuerzos por diferenciarlo, sabiendo que es una máquina, pero con un parecido tan real que asusta.
Las consecuencias del ‘valle inquietante’ se traducen en sentimientos de incomodidad, extrañeza o repulsión; de hecho, algunos autores se refieren a esta reacción como la filosofía de lo inquietante o lo abominable. Ya Ernst Jentsh aludió a este concepto en su ensayo de 1906 ‘La psicología de lo inquietante’; y ese mismo concepto fue tratado por Sigmund Freud en su ensayo de 1919 ‘Lo inquietante’.
Este ‘valle inquietante’ no solo lo encontramos en robots humanoides; también en videojuegos, debido a su cada vez mayor realismo, por ejemplo en ‘L.A. Noire’, en el que las caras de los personajes son de actores reales escaneados, y resulta muy impactante verlo en pantalla.
Las películas de animación también se encuentran a veces con este dilema; por ejemplo ‘Polar Express’, ‘Beowulf’, o ‘Las Aventuras de Tintín: El secreto del unicornio’ usan dibujos con unas texturas tan parecidas a personas de carne y hueso que resultan inquietantes.