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Extremadura como testigo del fin de una civilización. El Turuñuelo. Grada 156. Jaime Ruiz Peña

Extremadura como testigo del fin de una civilización. El Turuñuelo. Grada 156. Jaime Ruiz Peña
Foto: Cedida
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Para el turista espiritual uno de sus grandes atardeceres fue en Cancho Roano, divisando esos muros de adobe y cal, esos suelos tan de nuestros abuelos y, sobre todo, ese altar con forma de piel de toro. Era un edificio igual que otros de Fenicia. Es un templo de ese periodo orientarizante, de ese mágico mundo de Tartessos.

Tartessos, que siempre aparecía unido a Andalucía cuando resulta que su principal necrópolis es la que Martín Almagro descubrió en Medellín, la antigua Conisturgis.

Pero fue en 2014, con el descubrimiento del Turuñuelo en Guareña, cuando apareció bajo tierra un edificio imponente junto a un sacrificio ritual de animales.

Como dijeron Esther Rodriguez y Sebastián Celestino, “la excavación del patio del Turuñuelo es uno de los hechos arqueológicos más sobresalientes de la Historia antigua mediterránea”.

Allí entre el medio centenar de animales sacrificados, destacaban los apreciados caballos, mulos y burros.

Más impresionante fue descubrir la gran escalinata, que el techo estaba abovedado, técnicas que creíamos que solo llegaron con los romanos, o la riqueza de las piezas encontradas llegadas desde lejanísimos lugares, como esa escultura hecha en mármol de las canteras del monte Pentélico, junto a Atenas, cuyo pedestal conservaba restos del azul egipcio con que estuvo pintado, vidrios macedonios y cartagineses.

La bañera esculpida en un gran bloque de caliza es lo más sorprendente, al encontrarse en la sala del templo, junto al altar y a los bancos corridos, por lo que debía ser utilizada para rituales de inmersión.

Sus descubridores recibieron en 2018 el Premio Nacional de Arqueología y Paleontología de la Fundación Palarq, por el proyecto ‘Construyendo Tarteso’.

¿Qué pasó a finales del siglo V y comienzos del IV antes de Cristo para que aquella civilización culta quemase y enterrase sus templos?

Imaginemos la escena. Todo está perdido. Llegan noticias increíbles. Han caído una tras otra sus ciudades, a sangre y fuego, y han profanado sus templos y dioses.

La decisión está tomada. Aquel sitio sagrado desaparecerá para siempre. Con mimo prepararán el gran banquete final, como denota el rico ajuar encontrado: copas, vasos griegos, platos pintados, huesos y conchas, jarras y vasijas rotas.

Una hecatombe para los dioses. Sus mejores animales, sus animales de carga, uno a uno, sacrificados; olor a sangre caliente. Canciones rituales, vino y una gran pena en el alma.

Luego el fuego, que milagrosamente sellaría el adobe; y posteriormente la titánica tarea de enterrar todo un edificio de tan grandes dimensiones.

Tras días de trabajo titánico acabarían exhaustos viendo aquel monte donde antes estaba su templo sagrado.

Su mundo desaparecía ante sus ojos. Una civilización culta, cosmopolita, que crearía maravillas como la copa ática de Medellín, que hoy está en el Museo Británico.

Esa es la Extremadura sorprendente que nos habla a través de sus restos. Por eso es tan importante apoyar que este espacio pase a ser público y que culminen las excavaciones

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