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José Antonio Ramos analiza un inédito retrato de una joven cortesana de una colección particular de Cáceres

José Antonio Ramos analiza un inédito retrato de una joven cortesana de una colección particular de Cáceres
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En una colección particular de Cáceres se encuentra un retrato de una joven cortesana representada como Flora, de la escuela austriaca o italiana del norte. Se trata de un óleo sobre lienzo, de 77×63 cm y datado en la segunda mitad del siglo XVIII.

Diosa Flora
La primavera simbolizaba un cambio de estación que tenía una gran importancia en el mundo antiguo, en particular en el grecorromano. Tras el invierno, símbolo de la muerte de la tierra, de la congelación del mundo, venía un resurgir de la naturaleza; el cambio de ciclo, el comienzo de la época fácil en la dura vida cotidiana. Era la muestra de que la diosa Ceres, diosa de las cosechas y de la agricultura, había recuperado a su querida hija Perséfone, Proserpina para los romanos, del mundo de los muertos, el Hades; al que deberá volver tras el verano para pasar medio año con su esposo.

Cuando llegaba la primavera también regresaba al mundo una diosa secundaria del panteón antiguo, Flora, Cloris para los griegos. Una de las divinidades asociadas a la naturaleza, sobre todo, a su florecimiento, a su fertilidad. Fue venerada en las poblaciones itálicas, que llegaron a otorgarle hasta una fiesta de adoración en el mes de abril del calendario romano, cuando comienzan a florecer las plantas (Ludi Florae, Floralia).

Flora era una diosa siempre joven, siempre bella, bien educada, símbolo del saber estar, una diosa que alegraba la vida de los mortales; por eso era tomada como un ejemplo positivo entre las chicas jóvenes de la sociedad romana. Un ejemplo por el cual posteriormente muchas damas importantes, mujeres de la aristocracia y de las cortes europeas se hicieron representar como ella en sus retratos.

La modelos se distinguen como Flora por ir acompañadas del atributo iconográfico en cuestión, las flores, que pueden aparecer representadas en multitud de variantes.

En primer lugar, pueden representarse en el regazo de la mujer, acumuladas en cestos, en ramos en coronas que sujetan directamente las modelos. En la famosa pintura de Flora encontrada en el yacimiento de Herculano y conservada en el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles se puede apreciar cómo la divinidad está recogiendo flores que acumula en su regazo (siglo I d.C.).

En segundo lugar, pueden aparecer en su cabeza a modo de tocado como diademas, ramilletes o acumuladas en cestos que deben sostener con una de sus manos, como se puede apreciar en el retrato que Vigée Le Brun realizó de la princesa Evsokkia Ivaovna Golitsyna y de su hija. En cuanto a este último, Joseph Baillio identificó como fuente primordial los frescos de la Villa de Ciceron de Pompeya.

En determinados retratos, que fueron realizados por Rosalba Carriera, como refuerzo simbólico la modelo sostiene con una de sus manos una única flor que muestra al espectador disponiéndola a la altura de su rostro, un elemento que se convierte en característico de su representación y que recuerda al esquema compositivo que plasmó el artista Bartolomeo Veneto en el retrato que realizó de una cortesana como Flora (c. 1520, Städelsches Kunst-institut und Städtische Galerie).

En cuanto a los vestidos, aunque siguen siendo los propios del siglo XVIII, no son tan aparatosos como sucede en las representaciones de otras figuras, sino que se ha reducido a un modelo sencillo que permite que el espectador preste más atención al rostro. Todos suelen contar con un pronunciado escote, pero en el caso de Rosalba Carriera el vestido no cubre el pecho en su mayoría por lo que estos retratos poseen un fuerte contenido erótico. Alexandre Roslin también decidió pintar a sus modelos con uno de sus pechos al denudo, de manera que, consiguió otorgar a la composición un carácter más sensual.

Retrato mitológico y sociedad en el siglo XVIII
La producción de retratos mitológicos estaba estrechamente relacionado con el redescubrimiento de la Antigüedad en las ciudades sepultadas por el Vesubio, y por la realización del ‘Grand Tour’ de jóvenes aristócratas y artistas, un viaje que promovió un intercambio cultural muy positivo, que hizo tomar consciencia de todo aquello que resultaba ajeno. Se perseguía la búsqueda de la razón, de modo que la Antigüedad ocupó un papel central en este fenómeno, ya que se consideraba que la cultura greco-romana estaba en el origen del pensamiento, y llegó a su punto álgido con la teoría ilustrada que tanto caracterizó el siglo XVIII. Estas obras ponían de manifiesto el papel central del mundo antiguo en la sociedad de este siglo.

Como ‘retrato mitológico’ se entendía aquella obra en la que se representaba al modelo bajo la apariencia de un personaje de la mitología clásica, aunque debía cumplir, al menos, dos requisitos. El primero de ellos consistía en que el modelo fuese un personaje real, que se retratase a alguien que hubiese existido y no una figuración común. El segundo requisito se cumplía si la asimilación se realizaba exclusivamente con un personaje de la mitología clásica, por lo que no serían tenidos en cuenta ni alegorías ni representaciones de personajes históricos o literarios como Cleopatra o la poetisa lírica griega Corina, por mencionar algún ejemplo.

Se puede considerar que la Antigüedad clásica estaba de moda y, desde luego, se deja constancia de ello en los retratos mitológicos. Los artistas aprovecharon esta ocasión para satisfacer con gusto la necesidad de las clases más altas de poseer un retrato en el cual apareciese cualquier elemento en relación con la Antigüedad, y en esta línea, comenzó a producirse un tipo de retrato que podría ser considerado incluso como objeto-souvenir.

Y lo que es aun más interesante, se permitió un margen de movimiento a las mujeres, ya que históricamente se había recurrido a los retratos como forma de presentación en sociedad. Para los hombres era relativamente sencillo mostrar su rango social, normalmente se exigía la representación de un elemento histórico en el mismo. Por el contrario, aunque muchas mujeres poseían una alta condición social y habían recibido una educación de calidad, no podían optar al pretendido reconocimiento puesto que no podían participar ni en el ejército ni en la política.

Teniendo en cuenta esta realidad, el retrato mitológico se presentó como una ventana a la sociedad de las mujeres, una forma de obtener tan preciado y necesario reconocimiento.


Bibliografía
– Agradecimiento a mi amigo Carlos Marcos Plaza.
– Martín de Vidales García, María. (2017). ‘Il viaggio nel grand tour in italia: l’arte del ritratto mitologico, la città, il viaggio, il turismo – percezione, produzione e trasformazione’, Nápoles, pp. 2061-2066.
– Martín de Vidales García, María. (2017). ‘El Retrato Mitológico: diosas, ninfas y bacantes en la sociedad del siglo XVIII’, CESXVIII, 28, pp. 115-130.

José Antonio Ramos Rubio. Doctor en Historia del Arte. Cronista Oficial de Trujillo

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