No hay mes de julio que no me entre una pereza enorme a la hora de juntar unas letras. Mi ritmo vital quedó marcado a fuego durante los largos años de estudio, y ni una ni dos vidas laborales conseguirán cambiar la percepción de este cuerpecito: que el año acaba a finales de junio y comienza encaramado a septiembre.
En medio, el verano extenso, lleno de tiempo para disfrutar, para contemplar, con el que llegar a aburrirse, sin obligaciones más allá de las vitales, que son pocas y buenas.
Los días de verano de aquellos últimos años sin móvil ni internet invitaban a lecturas diversas, algunas literarias y otras periodísticas. De igual modo eran jornadas propensas a los juegos de mesa, a las cartas y a las revistas de pasatiempos variados.
Hasta que llegó ‘EJMDDV’. ‘El Juego Más Difícil del Verano’ apareció publicado en el suplemento semanal del diario El País durante los veranos de 1992 a 1995. Consistía en un conjunto de pruebas, acertijos, en definitiva, desafíos, de una complejidad creciente que rozaba lo endemoniado de manera muy temprana.
Las pruebas, agrupadas en itinerarios de colores, eran acumulativas, siendo necesario resolverlas todas para acceder a la fase final, de carácter presencial. El premio estaba a la altura de la naturaleza del juego: 10 millones de pesetas (60.000 euros) para un único ganador, para gastar en vacaciones durante los cinco años siguientes a cada edición.
Pasé unas cuantas horas de aquellos veranos intentando resolver algunas de aquellas pruebas, sin llegar nunca a completar cualquiera de los itinerarios planteados.
El juego es una tierna metáfora de cómo ha cambiado nuestro mundo en estos 30 años. Aún se requiere algo de ingenio para completar cualquiera de sus rutas, pero la mayor parte de las respuestas queda al alcance de muy pocas búsquedas en internet.
Es un ejemplo magnífico de cómo se ha invertido el paradigma de la información, pasando de escasa o difícilmente accesible a omnipresente e inmediata. Si en su momento los jugadores crearon equipos, bloquearon centralitas de teléfono con llamadas de consulta a diversos organismos, o tomaron bibliotecas en busca de los títulos más inverosímiles, hoy en día podría bastar un poco de pericia digital para resolver la mayor parte de los desafíos en escasos minutos.
Hace unos días encontré un recopilatorio de todas las pruebas originales, creado por el autor del juego, Agustín Fonseca, y uno de sus jugadores impenitentes, Joaquín Aranda. No es un mal entretenimiento para estas tardes de verano. A más de uno le permitirá sacarse una espinita añeja.
Si, prudentemente, el lector prefiere abordar retos más humildes, le brindo la ocasión de entretenerse con un sencillo ‘escape room’ digital, del que uno mismo es responsable del guion y diferentes retos.
A disfrutar de un merecido verano.