La boutique de Emilie era un rincón mágico. La gente contaba que en su interior existía todo aquello que pudieras buscar. Un día, un hombre localizó el pueblo donde se encontraba situada la tienda. Le habían dicho que por fuera era como cualquier otra casa, la diferenciaba el gran rótulo que había encima de la puerta. Cuando por fin encontró la boutique, esta se encontraba cerrada. Después de dar un paseo por los alrededores y ver que no abría, se marchó. Al día siguiente volvió en horario comercial, pero aún seguía cerrada. Mientras se alejaba, la voz de una mujer de mediana edad le preguntó: Disculpe, ¿puedo ayudarle en algo?
El hombre entre sorprendido y, contento, le respondió: Ah, sí, estuve ayer, al ver que estaba cerrado lo intenté hoy de nuevo.
Emilie le dijo: Suelo abrir más tarde que el resto de las tiendas, me gusta que la persona que adquiera algo de la boutique esté bien despierta.
Cuando el hombre entró en el interior se quedó absorto mirando la gran cantidad de botes que se hallaban dispuestos en las estanterías. Eran de diferente diseño, tamaño y color; en cada uno de ellos había escrita una palabra: calma, amor, respeto, consciencia, fe, confianza, constancia, paciencia, tristeza, angustia, desmotivación, alegría, felicidad, sonrisas, miedo, inseguridad, sensaciones… Al fondo había un gran cartel que ponía: “Deja en el interior del bote aquello que deseas soltar o toma lo que desees tener”.
Nada de aquello era lo que el hombre buscaba. En realidad, quería entenderse a sí mismo para lograr alcanzar la congruencia entre lo que sentía, lo que pensaba y cómo actuaba.
El hombre le dijo a la vendedora: Vengo a comprar la verdad.
¿Sabe cuál es su verdadero precio? – le preguntó Emilie.
Estoy dispuesto a pagar lo que sea necesario.
Aceptar la verdad verdadera exige tener coraje y valor – contestó Emilie. Pero también ofrece como recompensa la liberación; solo pagando ese precio la mente encuentra la paz y un terreno firme donde ya no hay nada que esconder. Si está tan seguro, entonces deberá usted bajar al primer sótano.
El hombre bajó las escaleras y a la izquierda encontró un gran espejo que mostraba su propia alma, verdades reprimidas del inconsciente: heridas, recuerdos, anhelos, culpas, miedos…
Emilie, observando la cara de sorpresa del hombre, le dijo: La verdad no se vende en botes aparte, es el precio de sentirlo todo. No se compra ni se guarda, se vive.
El hombre, en aquel momento, sintió que había perdido el refugio de la inocencia y, a cambio, había ganado el peso amargo de la verdad.
Emilie terminó diciéndole: El sacrificio eterno de la vida implica responsabilidad y confrontación con la propia existencia.