Mariam, desde pequeña, estaba acostumbrada a mojarse bajo la lluvia, no le gustaba llevar paraguas para protegerse ya que le impedía correr o saltar. Tal vez aquello significaba que se iría enfrentando con coraje a los retos que fueran apareciendo en su vida.
Creció en un pueblo pequeño, donde el viento susurraba entre las casas pintadas con cal. En su familia vio como ejemplo que la vida dependía del ahínco y la fuerza de voluntad; por eso, siempre supo que la valentía no se abstenía del miedo y que, a pesar de sentirlo, había que seguir adelante.
Su pasión por la escritura la enfrentó a un mundo que parecía negarle oportunidades en este campo. Las letras eran un sueño que siempre había sido lejano para ella, pero su tenacidad y talento la llevaron finalmente a destacar con su primera publicación. Así, a los 40 años, el libro conquistó a las editoriales y se convirtió en un éxito inesperado, dándole reconocimiento y estabilidad.
Un día, un gran amigo le regaló una vara de bambú, la había elegido para ella. Él sabía que el verdadero valor crece en las tormentas, y que el bambú nunca se quiebra.
La mujer, con el bambú en sus manos, dio por hecho que le ayudaría a descubrir realidades que el tiempo le había escondido; la vara se convertiría en su emblema: sencilla pero firme.
—Gracias— dijo con una sonrisa cálida. —Es perfecta.
Él se rascó la cabeza, tímido, diciendo que solo era un detalle. Sin embargo, para ella fue símbolo de su propia fortaleza, y decidió devolverle el gesto con lo que mejor sabía hacer: escribir un relato breve sobre un joven banastero que, mientras hacía maravillosas cestas, tallaba sus sueños en la madera.
Al día siguiente la mujer le entregó el texto. El hombre lo leyó en silencio y, con los ojos brillantes, le dijo:
—Esto es más de lo que merezco.
Ella negó con la cabeza:
—No, es justo. Tú me recordaste la fuerza, yo te regalo una historia.
Así, entre bambú y palabras sellaron su amistad, al igual que la amistad talla historias eternas.
La chica de la vara, ya convertida en una mujer de mediana edad, con una vida sencilla y plena, siempre supo que el camino no termina. Ahora, en otra etapa, seguiría dibujando su sendero con cada paso y con cada marca que su vara vaya dejando en la tierra, recordándole que su fortaleza sigue viva.