Escribir sobre la vida cotidiana también tiene su encanto. He decidido dedicar esta columna a la chimenea, una de las que todavía se yerguen en el perfil ciudadano de Plasencia y que continúa dando testimonio del pasado ‘industrial’ de los finales del XIX y comienzos del XX. Me refiero a la chimenea de la antigua fábrica de jabón de Roco, como popularmente se conoció a esa industria.
Con testimonios del propio Juan Roco, último propietario de la fábrica y posteriores solares en la Ribera del Jerte, en la margen izquierda, extramuros de la ciudad y próximos al medieval puente de San Lázaro, y al ladito del nuevo puente dedicado a Gutiérrez Mellado, e indagaciones de mi buena amiga Esther Sánchez Calle, cronista oficial de Plasencia y ex archivera de la ciudad, he obtenido estos datos:
La primera referencia que se encuentra respecto a una chimenea situada por esos espacios data de 1911, gracias a un alta de contribución industrial fechada en junio del citado 11, para fábrica de jabón, con una caldera de 2.000 litros de cabida, a nombre de José Mariño Báez.
Posteriormente en octubre de 1937, Jesús Roco Jarones solicita licencia de obra para construir una chimenea en su fábrica de orujo, situada en el mismo solar. Lógicamente, al ubicarse ambas industrias en un mismo lugar, se da por sabido que en 1911 se construyó una primera chimenea que posteriormente, en 1937, se tuvo que rectificar o construir de nuevo, dado la ampliación de la caldera de la nueva y más moderna fábrica.
La que sigue en pie tiene reforzada su estructura con 14 cinchas metálicas que se instalaron para su refuerzo en los años 70, y así permanece después del derribo del edificio de la fábrica, cuyo solar ocupan varios bloques de viviendas contiguas a la aislada chimenea. La base de la misma ha soportado durante años, marcados y datados, los niveles a los que llegaron las libres aguas del Jerte en las inundaciones otoñales o invernales periódicas que sufríamos en las orillas del río antes de la construcción del embalse del k4.
Al pie de esa chimenea, en el local más próximo, el día de Santiago de 1997, Faustina y Enrique inauguraron la Cafetería La Chimenea, que con la colaboración de sus tres hijos y con ejemplaridad profesional regentaron con éxito. En la actualidad es su hijo Moisés quien lleva la Cafetería y quien ha celebrado este verano sus Bodas de Plata.
Mi buen amigo Valeriano (alias ‘Nani’), avecindado próximo físicamente a esa zona del puente de San Lázaro y del nuevo de Gutiérrez Mellado, es quien, animado por el magnífico café que se sirve en la citada cafetería, me animó a que las mañanas que me fuera posible degustara ese café mañanero acompañado de una suculenta porra, y así me hice asiduo al establecimiento, empujado también por el buen trato que se me dispensaba.
Comenzamos a coincidir con otras personas frecuentemente y decidimos crear el ‘Club de la Chimenea’, con estatutos y normas como Dios manda. Y surgieron las asambleas, ordinarias (cenas en vísperas de Ferias) y extraordinarias (cenas en vísperas de Navidad). Así, día a día, desayuno a desayuno, hemos engendrado un dispar pero armónico grupo heterogéneo en todos sus aspectos, edades, circunstancias personales, procedencias, aficiones… en el que cada uno tiene su función y cometido. Nani es el ‘Vice’, Manolo el ‘Tesorero’, Moisés el responsable de ‘Sede’ (la Cafetería), y Pedro y Santiago esperando el relevo en algún cargo. Falto yo, que asumo la máxima responsabilidad, siempre bajo el estigma del ‘golpe de estado”, la presidencia.
Y termino esta crónica cotidiana, sencilla, en la que he querido poner en valor el trabajo y emprendimiento de una familia y sus descendientes y el recuerdo de aquellos placentinos que dieron vida e imagen a la Plasencia de comienzos del siglo XX.
