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La editorial Sirio y Pedro Piquero publican el ‘Mūlamadhyamakakārikā’ de Nāgārjuna, un texto clave del budismo, en versión de Gudo Wafu Nishijima

La editorial Sirio y Pedro Piquero publican el ‘Mūlamadhyamakakārikā’ de Nāgārjuna, un texto clave del budismo, en versión de Gudo Wafu Nishijima
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José Antonio Lagar

Nacido en Sevilla, pasó su niñez entre Soria y Badajoz, donde, por circunstancias familiares, terminó afincándose.

Amante de las artes y profundamente implicado en la enseñanza, Piquero es un artista polifacético, de una actividad frenética que le ha llevado a tener una meritoria y premiada carrera como músico, incursiones en el mundo del cine o la radio y una brillante trayectoria literaria relacionada con el budismo (su otra gran pasión) como traductor y revisor de textos universales.

Paralelamente a su labor artística, en 2017 Pedro Piquero recibió en Japón, del Venerable Rodo Rocca, la transmisión del Dharma del budismo zen Soto en el linaje del célebre maestro Gudo Wafu Nishijima, de quien fue su último discípulo. Actualmente es presidente de la Dogen Sangha (la única comunidad budista zen de Extremadura reconocida por el Ministerio de Justicia) y director del Zendo Gudo, un centro de meditación con sede en Badajoz, donde diariamente enseña a sus estudiantes.

Pedro Piquero acaba de publicar su último libro, ‘Mūlamadhyamakakārikā’ (Versos sobre los fundamentos del camino medio), en adelante MMK, el cual está considerado como uno de los textos más importantes del budismo.

Pedro Piquero. Foto: Cedida
Pedro Piquero. Foto: Cedida

Me gustaría empezar hablando de tu faceta humana y musical. Podría resultar paradójico que, después de conseguir el éxito como pianista, decidieses dejar los conciertos y limitar tu relación con la música profesional a grabaciones discográficas de autores muchas veces desconocidos por el gran público. ¿Tuvo algo que ver tu acercamiento al budismo con esta decisión?
Agradezco mucho la pregunta. Más bien diría que fue al revés: primero se hizo evidente que el mundo de los conciertos no era mi espacio por motivos que no cabe destacar aquí. A grandes rasgos podría decirse que el ambiente me resultaba un tanto nocivo. El budismo apareció después, o quizás a la vez en algún momento, no lo recuerdo con claridad, de manera natural.

Siempre has tenido mucho interés por la inclusión desde tu faceta de profesor y también humana. Durante dos años colaboraste en Radio 5 hablando de músicos con alguna discapacidad, te preocupas por tus alumnos con dificultades e investigas musicalmente autores olvidados. ¿De dónde te viene esa fascinación por un colectivo que podría pensarse como ‘perdedores’?
No sabría distinguir muy bien quién o qué es un perdedor. Yo mismo podría serlo en muchos sentidos. Es una línea muy fina. ¿Quién no pierde alguna vez? Es más, ¿por qué perder debería ser necesariamente algo pernicioso? Ahora bien, si puedo afirmar algo es que los discapacitados probablemente sean uno de los colectivos sociales más invisibles y olvidados. Esto, por supuesto, no significa que no existan discapacitados aptos para crear confusión y vileza a su alrededor. Más bien me refiero a que, como norma general y en mi experiencia, estos poseen una resiliencia y dignidad ejemplares. Además, creo que han sobrevivido a su invisibilidad sin victimizarse ni un solo segundo. Tal vez deberíamos aprender todos de esto.

Mantienes que el budismo no es una religión, algo que resulta chocante a mucha gente, y que incluso podría compararse con una práctica deportiva. ¿Podrías explicarlo?
Bueno, lo del deporte lo digo por poner un ejemplo que se entienda. El budismo es una práctica disciplinada, continuada y que requiere cierto grado de resistencia física y psíquica. En mi opinión, aunque respeto mucho a quien así lo crea, no es una religión porque, en condiciones razonablemente saludables, no deben producirse circunstancias que promuevan seguir dogmas (incluyendo el de ‘no seguir dogmas’) o creer a ciegas, aunque lógicamente se deba depositar una confianza, como en cualquier actividad de la vida que desee aprenderse y precise cierta especialización.

Las enseñanzas, por ejemplo, deben ser validadas en la responsabilidad, la práctica y la ética, individualmente, y todas las conclusiones deberían llegar a posteriori y siempre a partir de la acción, lo cual no quiere decir que se desatienda el aspecto teórico. Creo que hay más gente siguiendo a políticos, artistas o deportistas como a ‘líderes religiosos’ que budistas adhiriéndose ciegamente a un gurú. Y, desde luego, si así lo hacen, considero que se equivocan. No puede haber budismo en la alienación.

El budismo es un camino de liberación, no de dependencia, que pretende comprender la existencia desde su base primigenia. Además, el simple hecho de ser ‘budista’ es tal vez algo que un budista no pueda permitirse. Simplemente se trata de otro término más; útil, pero tan solo un sistema de referencias. Cierta máxima budista reza: ‘La única norma en el budismo es que no hay normas’. En mi opinión, esto no sugiere que el budismo lleve al nihilismo, sino que cada caso es único y está guiado por una fuerte responsabilidad moral universal.

¿Cómo te acercas al budismo zen y qué significa para ti tu nombramiento como maestro zen?
Al budismo me acerqué, como tanta gente, por estar completamente perdido en la vida. Creo que es muy diferente pensar que estás perdido, que saber y reconocer que lo estás, lo cual fue mi caso.

En cuanto a la segunda cuestión me gustaría ser claro. Es difícil para mí ser considerado maestro de nada. Tampoco creo que en el budismo se pueda adquirir una ‘maestría’ de ningún tipo. En la música, cuando me lo dicen, me parece cómico. En el budismo, aunque respeto a las personas que así lo hagan, y entiendo que lo que la gente quiera considerarme está más allá de mis propias competencias, cuando así es me resulta un poco absurdo. Es completamente imposible que esté a la altura de lo que el budismo representa y, por mucho ‘pedigrí’ que parezca tener, no creo que mi vida difiera mucho de la de los demás. Simplemente intento acercarme a él con honestidad.

Muchas veces, la idea de un ‘maestro’ creo que viene dada, por una parte, por la inseguridad de quienes necesitan que les digan qué tienen que pensar, qué decir o cómo tienen que actuar, o que esperan sustituir un sistema de creencias por otro; y, en el otro lado de la ecuación, por una persona, que en cierto modo podría recibir dicho título, que quiere ser legitimada para ejercer algún tipo de control o poder y proporcionar las respuestas a preguntas que el alumno no se ha formulado. Es más fácil delegar la responsabilidad en otros que asumir la mayoría de edad. Esto tal vez sea asimismo aplicable a la política y a la educación en términos generales.

Opino que, en el budismo, en última instancia, estamos solos. Más allá de llamar a alguien ‘maestro’ como cortesía o gratitud, el término en sí me queda muy grande. Si con ‘maestro’ nos referimos a alguien que enseña, tal vez pueda articularse de manera adecuada en ciertos casos. De cualquier modo, repito, es simplemente una palabra. No tiene mayor importancia. Yo mismo la utilizo en algunas ocasiones, pero a mí me resulta difícil identificarme con ella.

Analicemos este trabajo que has realizado para la editorial Sirio. ¿Qué aporta el MMK?
Pienso que la aportación del libro en general son los comentarios a los versos de Nāgārjuna de Gudo Nishijima, revisados por Brad Warner. Ciertamente, como así lo he intentado hacer ver en el prólogo, es una traducción heterodoxa, pero creo que eso no la desmerece en absoluto. Esta es una edición comentada al milímetro, verso a verso, con explicaciones gramaticales incluidas, lo cual el lector agradecerá para clarificar el texto. También tiene la particularidad de estar cribada por la visión del budismo zen, algo que tal vez enriquezca la propia tradición budista.

¿Este es un libro para iniciados en el budismo o lo recomendarías a cualquier lector, aunque no conozca los fundamentos del budismo zen?
Creo que el MMK es un escrito esencial que toca el núcleo del budismo en muchos campos: desde el estudio del tiempo hasta el concepto de ‘vacuidad’. En cuanto al grado de accesibilidad del texto, no sabría qué decir. Todo requiere un esfuerzo, pero pienso que es un libro de cabecera que toca todas las partes prácticas de la vida, no solo del budismo como concepto. Considero que es un manual para una vida real, y ese, creo, es el verdadero budismo.


Pedro Piquero es sin duda una persona curiosa, interesada por todo lo que pasa a su alrededor; la música, la psicología, la filosofía, el cine o la literatura le apasionan, llegando en algunas materias a la erudición. Cualquiera diría que tiene una gran memoria fotográfica para el estudio, pero también para las anécdotas con sus allegados. Amigo de sus amigos, excelente conversador y nada convencional en sus opiniones, Pedro vive sin perder tiempo y aplica su agudo sentido del humor a una vida que ha elegido donde la lectura, la investigación, la música y el budismo siempre dejan un hueco para un viaje o un café con algún buen amigo o amiga.

Portada del libro
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