Maurice Utrillo está entre los ‘pintores canallas’ del siglo XX por su existencia angustiosa y a la vez llena de una vida frenética, vehemente, que ha alimentado la imagen colectiva que tenemos de lo que es un ‘artista’.
Nacido en París del vientre de Suzanne Valadon, artista y modelo de Degas y Lautrec, el aliento de su madre le sirvió para forjar una carrera como artista. Autodidacta, toma de unos la densidad de los empastes impregnándolos de lirismo, y de otros la sensibilidad y el sentimiento desatado por lo urbano; de encuadrarle bajo el prisma de un movimiento pictórico, es tal vez del expresionismo del que se encuentre más próximo.
Pronto su vida se vio marcada por su temperamento extremo. Alcohólico desde tierna edad, enlazó como pocos la utilidad de ciertos grados de borrachera en la creación artística; bebía para pintar y pintaba para seguir bebiendo. En sus primeros compases desarrolla su pintura de manera furibunda, regalando su obra a cambio de licores y dejando buena parte de ella olvidada en las tabernas y lupanares que frecuentaba. A partir de los 18 años pasó varias estancias en el manicomio a causa de sus numerosos trastornos; sin embargo, sus actividades terapéuticas quizá contribuyeron a revelar su genio. En cualquier caso, recibió el apoyo de su madre cuando creyó haber descubierto talento en él.
En sus cuadros apenas aparecen figuras humanas, si acaso esbozadas en la lejanía o desdibujadas frente a los edificios. Cuando pinta las calles de Montmartre se pinta a sí mismo, dibuja su propio retrato, encerrado y vagabundo en los corredores de su espíritu.
En su pintura hay que destacar un periodo místico, en el que pintó fachadas de catedrales como la de Reims o la de Chartres, donde se casó; y el periodo más relevante, en el que pinta obras de pequeño formato, los cuadros blancos de Utrillo, en los que aplica el emplaste blanco con espátula al que añadía yeso, creando un color vibrante que da a este periodo un aspecto único.
Su pintura se mantenía en algunos aspectos dentro de la representación realista tradicional. Su paleta de colores se fue aclarando cada vez más, preponderando el empleo de la luz, que otorga solidez a la par que abstrae los motivos y les confiere un carácter único, de una textura yesosa muy patente. Cuando su reputación creció, el colorido de su obra también lo hizo. En ocasiones, su obra, marcada por un mórbido testigo atávico, hace pensar en las alucinaciones que habría de provocarle la bebida.
El pintor de los blancos más blancos murió disfrutando de la vida a placer, una vida siempre atada al parisino barrio de Montmartre.

El festival también incluye un amplio programa de actividades paralelas durante el mes de noviembre, como el programa ‘Cine y escuela’ en el Centro Cultural Alcazaba, con proyecciones para escolares; el taller práctico ‘Diseñar para la cámara’, impartido por el director de arte Damián Galán Álvarez, los días 8 y 9 en la Sala Trajano; un concierto el 16 de la Banda de Música de Mérida en el Centro Cultural Alcazaba; o la exposición de los 20 carteles oficiales del festival del 17 al 30 de noviembre en el mismo espacio.