Nacida en Madrigal de la Vera, María Pía Timón Tiemblo se ha convertido en una figura esencial en el panorama del patrimonio cultural inmaterial en España. Su profundo conocimiento, forjado a través de años de estudio e investigación, la ha convertido en una voz respetada y una referencia obligada para quienes trabajan en la salvaguardia de las tradiciones y saberes ancestrales. Su mirada, siempre atenta a la riqueza y diversidad de las manifestaciones culturales de nuestro país, la ha llevado a explorar desde los oficios más humildes hasta las expresiones festivas más complejas.
Su compromiso con el patrimonio inmaterial trasciende lo académico, manifestándose en una defensa activa de las comunidades portadoras y en la búsqueda de estrategias innovadoras para garantizar la transmisión de su legado a las futuras generaciones. Desde su trabajo en el Instituto del Patrimonio Cultural de España ha impulsado proyectos de investigación, documentación y difusión que han contribuido a visibilizar la importancia de este patrimonio como elemento clave de nuestra identidad colectiva.
Su trayectoria, marcada por la pasión por la antropología y el respeto por las culturas locales, es un ejemplo de cómo el rigor científico y el compromiso social pueden converger en la defensa de un patrimonio que es, a la vez, memoria, presente y futuro. María Pía Timón Tiemblo invita a reflexionar sobre el valor de lo intangible, sobre la necesidad de proteger las expresiones culturales que dan sentido a nuestras vidas y sobre el papel fundamental de las personas en la construcción de un futuro en el que la diversidad cultural sea un pilar fundamental.

¿Qué nos puede contar de su infancia en la comarca de La Vera?
Nací en Madrigal de la Vera y toda mi familia es verata, porque la parte materna también es de Madrigal de la Vera y la parte paterna de Talaveruela de la Vera. Viví allí hasta que me fui a estudiar COU a Madrid, porque el instituto más cercano que había estaba en Navalmoral de la Mata, pero íbamos a clase cada día en autobús.
¿Había antecedentes o ejemplos en su familia que le hicieran interesarse por la cultura que le rodeaba?
Más que antecedentes lo que hubo fue la presencia permanente de mi abuela paterna. Cuando se quedó viuda se trasladó a Madrigal a trabajar; convivíamos en una casa de tres plantas, y yo estuve siempre con ella, desde los nueve meses hasta que me marché a Madrid a estudiar. Me contaba cosas de sus abuelos de Talaveruela de la Vera, de la vida cotidiana, las leyendas, su relación con los vaqueros de Gredos, las ferias de ganado… y a mí todas aquellas historias, algunas incluso del siglo XIX, me llamaban muchísimo la atención.
¿Cómo se gestó la decisión de estudiar en la Universidad Autónoma de Madrid?
Yo tenía muy claro que quería estudiar Historia, y en aquella época los sitios más cercanos para hacerlo eran Madrid y Salamanca. Como era determinante dónde se estudiaba COU y teníamos familia en Madrid me matriculé en el instituto Montserrat, que pertenecía al Ramiro de Maeztu, y su universidad de referencia era la Universidad Autónoma.

¿Tenía una idea clara de sus intereses profesionales mientras estudiaba en Madrid?
Realmente yo estudiaba en la Facultad de Filosofía y Letras, Rama Geografía e Historia, Especialidad Arqueología. Entonces no existía la especialidad en Antropología, y de la Arqueología me interesaba especialmente su metodología, que era muy novedosa, y que los métodos científicos eran muy amplios. Más adelante, los cursos de doctorado ya los hice sobre Antropología, porque ya se había establecido en la Universidad Autónoma.
El verdadero punto de inflexión llegó en el tercer curso de la especialidad de Arqueología, gracias a la asignatura de Etnología, en la que se estudiaban costumbres populares, de comunidades indígenas y de otros continentes, pero también se hablaba de tradiciones españolas, algo que conectaba directamente conmigo gracias a las vivencias con mi abuela.
Cuando murió Franco hubo un periodo de unos dos meses sin clase, y teníamos que hacer un trabajo de curso. Propuse hacer un trabajo de campo sobre los cabreros de la Sierra de Gredos, lo que a mi profesora le pareció muy interesante. Gracias a que los cabreros bajaban semanalmente al pueblo a vender, sobre todo el queso, pude contactar con ellos y subir a la sierra para convivir con ellos en sus chozas acompañada por mi novio, luego mi marido, que hizo las fotografías, y un amigo suyo que era un excelente dibujante; documenté todo lo relacionado con su forma de vida, sus leyendas, el reparto de faenas entre hombres y mujeres, sus conocimientos sobre las propiedades medicinales de las plantas… Entonces decidí que, cuando terminase Arqueología, quería dedicarme a la Etnología.
¿Por qué comenzó su trayectoria profesional en el Museo de Artes y Tradiciones Populares de la Universidad Autónoma?
El Museo se había creado en 1975; lo dirigía mi profesora de Etnología, que había quedado encantada con mi trabajo sobre los cabreros de Gredos, y me propuso trabajar con ella.
Para complementar mi sueldo, ya que tenía en mente casarme y era la mayor de cinco hermanos en una familia humilde, surgió la oportunidad de trabajar en el colegio Santa María de los Rosales por una baja maternal. Compaginaba ambas ocupaciones, llegando a vigilar alguna hora de estudio de la clase del entonces Príncipe de Asturias, Felipe de Borbón.
Cuando pude optar a una beca en la Universidad Autónoma adscrita al Museo para estudiar el patrimonio cultural inmaterial español abandoné el colegio Santa María de los Rosales y me dediqué de lleno a esa investigación sobre fiestas y prácticas rituales, que estuvo tutorizada por don Julio Caro Baroja; yo me encargué de las provincias de León, Zamora, Salamanca, Cáceres y Badajoz, durante dos años y medio. Aprendí a hacer trabajo de campo, así como la labor fundamental de los portadores.
En esa época también viajé por toda España para escribir el libro ‘Telares manuales de España’; localicé los que había en aquel momento, y pude documentar de qué tipo eran, qué prendas elaboraban y con qué materias primas, o quién se encargaba de hacerlo, si hombres o mujeres; me ayudó a conocer muy bien el territorio desde el punto de vista de los oficios.
En el seno del Museo también surgió la revista ‘Narria’, concretamente en 1975, y su primer número se dedicó monográficamente a La Vera extremeña. Fue un instrumento que me permitió formarme y a la vez especializarme.

Posteriormente se incorporó al Instituto del Patrimonio Cultural de España. ¿Cómo surgió esa posibilidad, y qué supuso en su carrera profesional?
Después de haber escrito el libro ‘Telares manuales de España’ hice mi tesis de licenciatura sobre algo más concreto; la titulé ‘Manufacturas textiles tradicionales de la provincia de Cáceres’ y ganó el Premio Nacional Marqués de Lozoya; eso me abrió las puertas del Instituto, recién creado por el Ministerio de Cultura. Empecé a trabajar sobre etnografía, porque todavía no había aparecido el término de patrimonio cultural inmaterial.
Fueron años de trabajo muy intenso, porque yo estaba sola y llevaba bastantes temas sobre patrimonio etnográfico, además de la relación con países iberoamericanos, con muchos viajes para dar cursos y explicar lo que hacíamos en España.
¿Cómo podríamos definir el concepto de patrimonio cultural inmaterial?
En 1985 se promulga la Ley de Patrimonio Histórico Español, aún vigente, que fue revolucionaria; incluyó por primera vez un título sobre patrimonio etnográfico, y creó la figura de conocimientos y actividades; algo que fue novedoso en nuestro entorno y que antes se consideraba cultura, de manera genérica. Esta nueva ley nos permite patrimonializar todos esos conocimientos y saberes; hablamos de ese patrimonio que es transmitido, de los conocimientos y actividades que son o han sido expresión relevante de la cultura tradicional en sus aspectos materiales, sociales o espirituales.
Esos conocimientos adquiridos pueden ser de un oficio, de cómo se hace la cerámica; o de una leyenda; o sobre una fiesta; o la creencia sobre el mal de ojo, o la devoción a una virgen, por ejemplo. Algo totalmente etéreo, que en ese momento todavía no se llama patrimonio inmaterial, sino patrimonio etnográfico.

¿Cómo evoluciona este concepto y qué importancia tiene la figura del ‘portador’, a la que le hemos leído referirse constantemente?
La Unesco se da cuenta de todo ese conjunto de saberes y actividades, y que en gran parte del mundo no está patrimonializado. En 2003 aprueba la Convención para la salvaguardia del patrimonio cultural inmaterial, y lo llama de esta manera porque lo relaciona con algo importantísimo, las comunidades portadoras; es decir, los protagonistas, las personas para quienes este conjunto de saberes y actividades es identitario, que lo transmiten, lo conservan, lo recrean cada año. Porque también había mucho patrimonio que no se tocaba, intangible, pero que ya no estaba vivo porque no tenía comunidad portadora.
Para la Unesco el patrimonio cultural inmaterial son los usos, las representaciones, las expresiones, los conocimientos, las técnicas, junto con los instrumentos, objetos y artefactos, en espacios culturales que le son inherentes, y que las comunidades lo reconozcan como parte integrante de su patrimonio cultural, es decir, que sea identitario para ellas.
Volviendo a la figura de la comunidad portadora, ¿Qué papel otorga a las mujeres en relación con el patrimonio cultural inmaterial?
Es fundamental. La mujer no tenía una visibilidad social, pero es la que llevaba todo; además, la transmisión de esos saberes ha sido tremendamente femenina; su liderazgo como transmisora, como portadora de conocimientos y saberes, ha sido importantísimo. Pero, además, las mujeres han impulsado una estrategia que revaloriza y salvaguardia el patrimonio cultural inmaterial a través de concursos, y han demostrado una gran capacidad para el asociacionismo con fines sociales, lo que ayuda a esa pervivencia y transmisión.
En Extremadura hay varios museos etnográficos. ¿Se podrían considerar patrimonio inmaterial?
Extremadura siempre ha sido un lugar de paso y ha habido un gran proceso de sincretismo cultural de todos los pueblos que han pasado por aquí. Además, la escasa industrialización ha favorecido la permanencia de los modos de vida tradicionales. Y también tenemos un acervo amplísimo de creencias, de rituales, que han seguido transmitiéndose de generación en generación; la tradición oral es muy rica. Pero eso no podemos meterlo en un museo, porque sigue vivo mientras existan los portadores y se transmita.
Los museos etnográficos son espacios para bienes muebles, indumentarias de las fiestas, objetos de los oficios…; puede haber incluso el chozo de un pastor, que estaba en la montaña y se ha llevado al museo con todos los aperos, pero no está el pastor, su silbido, el ganado, el espacio en el que se desarrollaba. Por eso no es patrimonio cultural inmaterial; es patrimonio etnográfico, por supuesto muy importante también.

¿Podríamos encontrar una relación entre el patrimonio cultural inmaterial y la igualdad y la sostenibilidad?
Según la Agenda 2030 la sostenibilidad tiene cuatro dimensiones: social, económica, medioambiental y cultural. En este contexto, por ejemplo, una fiesta promueve la inclusión, la multiculturalidad, la igualdad; los rituales festivos generan una cohesión enorme.
Por otra parte, todo ese sistema tradicional de conocimientos, de técnicas, de sabiduría, si se desarrollara en nuestra sociedad actual sería muchísimo más sostenible y habría un mayor equilibrio medioambiental del que existe ahora.
¿Es el olvido el principal riesgo para la pervivencia del patrimonio cultural inmaterial?
Hay muchísimos riesgos, y son alucinantes. Aunque parezca mentira, uno de ellos es la normativa globalizadora que tiene que ver con la higiene y seguridad en el trabajo, que por ejemplo no permite trabajar con algunos alimentos como se hacía tradicionalmente.
La pérdida de especificidad, también motivada por los procesos de globalización, es otro riesgo. Y la fosilización, porque si el patrimonio cultural inmaterial está vivo es porque ha sabido adaptarse a las exigencias sociales y económicas del momento. Otro riesgo es la apropiación indebida del patrimonio por parte de unos sectores que carecen de legitimidad, así como la masificación o la violación de los derechos de propiedad.
Y uno muy importante es la dificultad de la perpetuación y la transmisión; si falta un profesor para que no se pierda una danza concreta, por ejemplo. Ahí es donde las entidades públicas debemos apoyar, para favorecer que perdure ese conocimiento.

Como coordinadora que fue del Plan de Salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial, ¿Cuál es el proceso adecuado para conseguir que perdure?
La primera cuestión es que la salvaguarda debe ser realizada fundamentalmente por los portadores, porque ellos saben perfectamente por qué no siguen. En segundo lugar, hay que investigar esos procesos y documentarlos, aunque haya que hacer un seguimiento periódico, porque van evolucionando al ritmo de la sociedad. El tercer aspecto podría ser la difusión, la sensibilización y la promoción, para que este patrimonio se perpetúe. Muy importante también es la protección y el fomento, porque hay determinadas artesanías, determinados oficios, que son inviables en el sentido económico, y quizás deberían tener un sistema de exenciones fiscales o ayudas para que continuaran, porque tienen unos valores culturales importantísimos. Y otra consideración importante es la restauración y rehabilitación de los elementos materiales.
¿En qué situación cree que se encuentra el patrimonio cultural inmaterial en Extremadura?
En Extremadura quizá no haya tantas declaraciones de interés cultural como podría esperarse, pero no por falta de profesionales cualificados. Sé que los hay muy buenos porque cuando han colaborado con nosotros en el Ministerio de Cultura han hecho un trabajo fantástico; además, está contemplada la figura del antropólogo, que en otras comunidades autónomas no existe. Lo que pasa es quizá no disponen de los medios necesarios, porque no es solo declarar, que es un hecho más; eso también significa proteger, es necesario que haya un programa de salvaguardia para lo que sea declarado patrimonio inmaterial de interés cultural.

Su trayectoria profesional fue reconocida en 2021 con el Premio Nacional de Restauración y Conservación de Bienes Culturales. ¿Qué supuso para usted este galardón?
Es un premio que, hasta ese año, se había otorgado a arquitectos, restauradores, arqueólogos… pero nunca se le había dado a un antropólogo, a una persona que trabaja para salvaguardar el patrimonio cultural inmaterial. Para mí fue un honor recibirlo; también que me lo entregara el rey Felipe VI, que por cierto me recordaba de mi época en el colegio Santa María de los Rosales. Pero lo que más me importó fue que el patrimonio cultural inmaterial hubiera llegado a la categoría de los bienes que hasta entonces tenían la arquitectura o la arqueología.
Una vez jubilada, ¿Se atrevería a definir su legado en el campo del patrimonio cultural inmaterial?
Puedo pensar en el centenar de publicaciones que tengo, y que he dado muchísimas conferencias y lo sigo haciendo. Pero quiero acordarme de tantas becarias que he tenido, afortunadamente siguen en el Ministerio muchas de ellas; estoy orgullosísima de que esas personas que se formaron conmigo ya tengan su plaza fija, y además están perfectamente capacitadas para continuar la labor que yo inicié.