La creadora Etel Adnan (Beirut, 1925) tuvo que esperar a la vejez para liberarse de las sesgadas etiquetas del exotismo con las que muchos intentaron definir su fecunda carrera.
Figura icónica del feminismo árabe, había guardado casi en secreto su faceta como artista visual, cuando de pronto aquellos pequeños paisajes de colores planos altamente contrastados, de nítidos límites y de un frescor inédito, salieron a la luz.
Sus padres fueron un alto funcionario de Damasco y una griega ortodoxa nacida en Esmirna. Estudió Filosofía en la Sorbona de París y continuó en la Universidad de California. La pintura como ejercicio de expresión individual no llegó a la vida de Adnan por la vía de una carrera profesional como artista, sino por la instrucción humanista que recibió en un colegio dominico en California. Sus clases de filosofía y estética incluían lecturas como ‘De lo espiritual en el arte’, de Kandinsky, y los ‘Diarios’ de Paul Klee. Allí, en un taller de Arte, exploró las suposiciones teóricas de los textos. Con tiempo y disciplina encontró una gramática de densas manchas de pintura con colores contrastantes.
Escritora, periodista, poeta, pintora, activista aun sin pretenderlo, Adnan obtuvo el reconocimiento del mundo del arte bien avanzados los 80, cuando pasó a ser considerada una representante destacada de las escuelas tardías de la abstracción. Su lenguaje pictórico es el testimonio de una práctica que revela algo sublime, que no abruma por su magnitud ni sorprende por su pericia constructiva, sino que envuelve con su iridiscencia natural.
La trayectoria de Adnan, llena de peripecias, fue reduciéndose a la sencillez más extrema, rayana en el minimalismo. La suya es una paleta redescubierta, básica y sumaria, exenta de todo aditivo, porque los artificios fueron siempre ajenos a ella. Vivió toda su vida despojándose de estilo, de formatos, incluso de raíces. Alguien que fue capaz de renunciar a una de sus lenguas maternas, el francés, por su rechazo al papel de Francia en la guerra de Argelia, demostraba, con el gesto, lo accesorio de las razones del ser.
“Escribo lo que veo y pinto lo que soy”, una expresión concisa y una visión expansiva de Adnan. Su pintura y su poesía son campos de energía muy concentrada.
La montaña de Tamalpais se convirtió en su símbolo y en la metáfora dominante, cientos de veces vista desde una toponimia interior.
Dice Adnan: “Una vez me preguntaron delante de una cámara de televisión: ¿Quién es la persona más importante que has conocido? Y recuerdo haber respondido: Una montaña. Así descubrí que el Tamalpais estaba en el centro mismo de mi ser”. Tamalpais, en California, será una montaña icónica para Adnan, del mismo modo que Sainte-Victoire lo fue para Cézanne.