En números anteriores de la revista estudiábamos un tipo de altar, el llamado ‘tipo Lácara’, así denominado por la conocida peña ubicada en la localidad pacense de La Nava de Santiago, caracterizado por su ubicación en grandes bolos de granito a los que se accedía, en ocasiones con dificultad, por una serie de pequeñas oquedades o entalladuras a modo de peldaños dispuestos en zigzag que ascendían desde el suelo a la parte superior de la roca.
Presentamos aquí un tipo diferente de altar, el denominado ‘tipo Ulaca’, que recibe su nombre del castro prerromano del mismo nombre existente en la localidad de Solosancho (Ávila). Se emplazan, en su inmensa mayoría, sobre rocas de menor tamaño, que no suelen superar los dos metros de altura. Este tipo de altares aprovechan pequeños bolos de granito, generalmente aislados de otras surgencias rocosas, con forma trapezoidal y con estructura en rampa, sobre la que se talla la escalinata, compuesta por algunos peldaños, más o menos regulares. En algún caso el escaso alzado de la roca hacía innecesaria la talla de la escalinata, por lo que su funcionalidad parece más simbólica que real.
Estas mismas características reúne el altar de La Zafrilla, en la Dehesa de los Estantes, de Malpartida de Cáceres, ubicado en una pequeña elevación del terreno que domina una amplia zona salpicada de bolos de granito. A su alrededor se encuentran numerosas tumbas antropomorfas y lagaretos, así como dos peñas trono, un pozo y restos de hábitat. El paraje linda al noroeste con la dehesa de San Miguel, donde se halla un antiquísimo balneario, las ruinas de la ermita de dicho santo y un dolmen; al sur con el conjunto impresionante de Los Barruecos; y al este con el altar de Cuatro Hermanas.
La roca tiene una orientación Este-Oeste y presenta la característica forma trapezoidal en rampa, sobre la que se ha tallado una escalinata con cuatro peldaños que suben hacia el Este, dando acceso al ara, ubicada en la parte superior. En el lado derecho de la escalera se talló una gran cubeta rectangular, utilizada seguramente para depositar las vísceras de los animales sacrificados, como así lo confirma la inscripción hallada en el santuario rupestre de la localidad portuguesa de Panóias.
Del entorno proceden dos exvotos de bronce en forma de cabritas con inscripción romana dedicadas a la diosa celta Ataecina, halladas a finales del siglo XIX y depositadas una en el museo Víctor Balaguer de Villanueva y Geltrú y otra en el Arqueológico Nacional, que indican que allí hubo un santuario que mantuvo su vigencia en época romana hasta bien avanzado el Imperio a juzgar por los hallazgos epigráficos.
Quizás haya que relacionar el altar de La Zafrilla con los mencionados exvotos de la diosa celta, a quien podrían ir ofrendados los sacrificios allí realizados. Los sacrificios de cabras a Ataecina eran un rito en el que el animal se convertía en víctima expiatoria del mal del oferente, y que iría unido a la ablución purificadora con el agua de la fuente milagrosa, pues en la zona existe un manantial de aguas mineromedicinales, seguramente relacionadas con el culto a Ataecina, ya que han aparecido dos inscripciones romanas con el grabado de sendos tridentes, dedicada una de ellas también a esta divinidad.
Si nuestra interpretación es correcta, el altar de La Zafrilla debería fecharse en la II Edad del Hierro, segunda mitad del I milenio a. C. Es posible que su uso se prolongara en el tiempo, pues ofrece una cruz en la base de la escalinata que demuestra la cristianización de este lugar de culto pagano en una fecha difícil de determinar, probablemente entre los siglos V y VII de nuestra Era.